Diez

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Tenía más de veinte mensajes y cinco llamadas perdidas en mi celular. Una buena parte de los mensajes y dos llamadas eran de Abbi, que debía estar desesperada por saber qué pasó con Kavinsky, Jen había llamado una vez y dejado un par de mensajes para expresar su curiosidad sobre por qué Kieran quería verme, Derek escribió una vez para decir que no debería desaparecer así; pero todo esto era de esperarse, son mis amigos. Lo que me sorprendió fueron las tres llamadas y cinco mensajes de ni más ni menos que Kieran Egolatra Kavinsky.

Sus mensajes no eran muy diferentes a nuestra charla en la biblioteca. Se trataban de él demando mi presencia, dando ordenes sin parar. No pude evitar compararlo con Grey, esa actitud de "yo soy el  puto amo" era muy parecida a la de Christian.

Esperar una disculpa era estúpido, pero sin dudas me merecía una. Aunque claro que no la iba a recibir.

Mi día ya era lo bastante malo y yo soy ese tipo de persona que cuando dice que las cosas no pueden ser peor empeoran, así que cuando llegué a casa hace como una hora pude ver una hermosa —notese el sarcasmo— mancha roja en la parte delantera de mi pantalón blanco. Sí, Andrés había llegado para quedarse unos cuantos días.

Luego de unas cuantas maldiciones, hacer una visita al baño y de lavar mi pantalón me encerré en mi habitación para no salir de ahí. Y ahora estaba acostada, contemplando el techo con la mirada perdida, con la típica bipolaridad que el período trae consigo.

Cuando ya empiezo a cerrar mis ojos y dejar que Morfeo me arrastre con él, el estridente sonido del timbre me vuelve a la realidad. Lo ignoro, pero tocan una segunda, tercera y cuarta vez. Como no hay nadie más en casa y el molesto recién llegado parece no querer irse tengo que renunciar a mi siesta.

Me encamino a las escaleras y bajo a paso lento preguntándome quién diablos es. Ato mi pelo en lo alto de mi cabeza y bostezo pesadamente antes de abrir y que la luz del sol me dé de lleno en la cara.

Parpadeo un par de veces hasta que me acostumbré a la luz y puedo distinguir quién es el visitante.

—¿Qué quieres? —inquiero escéptica.

Quisiera poder decir que luzco intimidante, sin embargo, un piyama con un arcoiris no es precisamente aterrador.

—Aún no terminamos de hablar. —Kieran no espera a que lo deje pasar, él simplemente camina adentro y se detiene frente al sillón, aunque no se sienta. Ni siquiera curiosea ni escanea el lugar, se planta a mitad de la sala y me fulmina con su par de ojos grises. No es que haya mucho para curiosear, mi casa no es tan grande como la de él; contamos con cuatro habitaciones, dos baños (uno en cada piso), una sala de estar, el comedor y la cocina. Y a decir verdad, no creo que esté interesado en conocerme más de lo debido.

Cierro la puerta lentamente, sintiendo como me escruta con su mirada. Me giro y lo encaro.

—Ya terminamos, Kavinsky —sentencio—. No hay nada que aclarar, no quiero hablarte ahora. ¿Por qué no te vas?

Me cruzo de brazos y me apoyo en la puerta. Como siempre, no me escucha y hace lo que quiere.

—Hicimos un trato —empieza—. Tú seguirás ayudándome, ¡en eso quedamos! —su tono sube en cada palabra.

Al contrario de mí, sus pasos y sus movimientos son calculados e imponentes, todo en él denota enojo. Yo, en cambio, aunque esté enfadada parezco un conejito asustado que va al matadero.

—¡Pero no así! No voy a hacer todo lo que me pidas solo porque tú me lo dices. —Mis pies avanzan más cerca de él a medida que hablo.

—¡¿Y cómo quieres que sea ésto, Theresa?! —aprieta sus puños con furia.

Ayudando al PlayboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora