Doce

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Viernes. Generalmente, el día más esperado de la semana, después del sábado. Todos llegamos a los viernes cansados, pero felices. Es como si el estrés se fuera de vacaciones y volviera el lunes, aunque esta semana el estrés solo puede aumentar con cada minuto que pasa en la casa Grier. Todos estamos demasiado ansiosos por el cumpleaños de la abuela, tanto que siento que en cualquier momento alguno de nosotros va a explotar.

Desde que desperté han sido gritos y más gritos lo único que he escuchado, esto solo logra acrecentar mi mal humor habitual llevándolo a otro nivel.

Estuve media hora tratando peinarme el cabello, al final me cansé y decidí dejarlo así. No tengo intenciones de seguir peleando con el peine cuando es evidente que me ha ganado.

Bajo y tomo asiento en la mesa de la cocina, donde papá lee el periódico con el entrecejo fruncido mientras come una tostada bastante quemada y evita hacer una mueca cada vez que mastica, sabe muy bien que si mi madre lo ve la cosa se pondrá fea.

Mamá está de espaldas a nosotros frente a la cafetera, sirviéndose una taza que sospecho no es la primera que ha tomado.

 —Mamá, pásame el jugo —le pido bruscamente.

—Se acabó —dice sin mirarme.

—¿Por qué no compraste ayer? —reprocho de mala manera.

—Tu madre no es la única que tiene piernas en esta casa —la defiende papá mirándome por encima de las páginas del periódico.

Abro la boca para contestar pero mi hermano me interrumpe.

—¡Mamá!, ¿dónde está mi cuaderno azul? —pregunta Gale desde el piso de arriba.

—En tu escritorio —le grita de vuelta.

—¡No está! —exclama molesto.

Mamá da media vuelta y fulmina la puerta de la cocina como si fuera Gale a quien estuviera viendo. Tiene esa mirada que ponen las madres cuando literalmente están a punto de asesinar a alguien, sumando eso a la falta de sueño muy notoria en ella —principalmente por su ojeras igual de pronunciadas que las mías— y la cafeína que ha ingerido recientemente si Gale sigue así para la semana que viene tendré su habitación pintada de rosa con un televisor y un sillón justo en el centro. Será mi sala de Netflix personal.

—¡Busca en los cajones, Gale!

—Ya busqué.

—Vuelve a buscar —le ordena a mi hermano.

—¡No está! —repite de nuevo exasperado e irritado.

Mamá apoya su taza en la mesa emitiendo un golpe sordo. En estos momentos agradezco no ser parte de esta discusión.

—Gale, te juro que si voy y lo llego a encontrar... —lo amenaza con tanta ira que creo que veo humo saliéndole de las orejas. Se retira de la cocina hecha una furia y va hacia la habitación de Gale.

Abro el refrigerador esperando encontrar alguno de comida decente. Lo mejor que hay es una manzana.

Me dispongo a comerla cuando mi teléfono suena. Atiendo sin ver quien es con la mirada interrogativa de papá sobre mí.

—¿Sí?

—Estoy afuera —dice una voz grave, demasiado perfecta para ser tan temprano.

Mi frente se arruga como un acordeón, voy a la sala y abro una de las cortinas lo justo como para ver al coche de Kavinsky frente a mi casa.

—¿Qué?, ¿por qué? —hablo con tono agudo.

—Quiero que hablemos. —No explica más que eso ni tampoco espero que lo haga.

Ayudando al PlayboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora