Prólogo

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Empezaba a creer que su madre tenía razón, a veces era demasiado impulsiva pero ¡Ella no tenía la culpa! Su imaginación a veces hasta a ella misma la desbordaba ,así que por eso estaba allí con una ancha sonrisa mirando ensimismada un bello tapete bordado con preciosas figuras y hecho completamente a mano en ese bullicioso mercado y cubierta de pies a cabeza como una mujer del lugar. Pero eso no había bastado para que le dedicaran miradas de apreciación e incluso de abierta lujuria.

El oriente medio ciertamente era un lugar de contrastes, las ciudades estaban más modernas y actualizadas que nunca, pero aun había sitios que eran bastante salvajes y donde una mujer como ella no iba a encontrar seguridad precisamente y mucho menos viajando sola. Casi llegaba a Durban, de hecho estaba en la frontera, le habían dicho que ahí no había nada que temer, pero se había detenido en su trayecto a ese País en muchos otros sitios del desierto.

- Voy a Durban – Le dijo riendo por teléfono a su madre hacía una semana.

- ¿A dónde? – Preguntó con voz casi temblorosa la pobre de Sascha.

- Es un País hermoso madre, desierto y mar se conjugan a la perfección ¿no crees? Y es justo lo que necesito.

- ¿Desierto y Mar? ¿Estamos hablando del oriente medio, de árabes y todas esas cosas? ¿necesitas? ¿para que? ¡Por que eres tan impulsiva!

- Necesito descansar, allí pasaré mis próximas vacaciones – No necesitaba ir a Durban por eso, cansada no estaba, últimamente no se le quitaba de la mente el escribir, eran tiempos en los que casi todo el mundo lo hacía, ese clase de hobbie le parecía genial y ella disfrutaba plasmando su a veces desbordante imaginación, y Durban era el sitio ideal para la inspiración de su próxima novela, no es que tuviera muchas, pero por lo pronto no se podía sacar de la cabeza la imagen de un apuesto hombre del desierto, para su novela, claro. Y Durban era un País hermoso y muy rico además, gobernado por su orgulloso rey que había traído prosperidad a todos sus habitantes. Combinaba lo exótico, lo salvaje, lo prohibido con lo civilizado y ella estaba más que lista para ir.

- A tu padre no le va a gustar esto nada, Gabriela.

- Lo sé – respondió satisfecha. Provocar a su padre era una tarea muy satisfactoria a veces. Sobre todo cuando la quería tener como una princesita en su torre de cristal rodeada de almohadones, ¡tenía 27 años no 5!

- A tus hermanos tampoco les agradará – Sentenció su madre de nuevo.

- ¿Tú crees? – Dijo divertida. Ser la menor no siempre era algo agradable y mucho menos cuando tenías dos hermanos mayores testarudos igual que ella.

- ¿Qué pasa con la empresa?- Insistió Sascha.

- Tengo vacaciones recuérdalo, me las deben desde hace mucho. He dejado todo en orden madre. Tengo que irme. Te quiero bye.

- No, espera... ¿Gaby?

- Bye mamá...

Dos hombres enormes la observaban e interrumpieron su atenta observación del tapete ¿Por qué se había detenido y perdido tanto tiempo? Se reprendió.

Con una cálida sonrisa y con lo que había aprendido de árabe compró el tapete al jovencito que lo vendía. Orgullosa por haber podido hacer la transacción y por ver que su dominio del idioma mejoraba cada día, se cubrió el rostro y enseguida se alejó a toda prisa para perder de vista a ese par de gigantes. No entendía porque a pesar de llevar la vestimenta propia de esos lugares, de ir cubierta casi en su totalidad, la observaban, al ver que la seguían el miedo empezó a apoderarse de ella. Pero no en vano tenía buena condición física y con rapidez avanzó entre el gentío. Cuando divisó el pequeño hotel donde se quedaba lanzó un suspiro de alivio y corrió con más fuerza. No había ni rastro de sus perseguidores cuando se atrevió a voltear y enseguida pensó que había exagerado. Esa misma tarde preparó todo para su ingreso a Durban. No había vuelos para llegar al opulento país desde donde estaba, era más factible hacer el viaje en camionetas especiales para ello. Así que con una mochila al hombro y una pequeña maleta en la mano abordó una de esas camionetas todo terreno. Rodeada de niños, mujeres que solo se les veían los ojos y hombres que le lanzaban miradas que la hacían querer salir volando de allí, Gabriela empezó el viaje observando por la ventanilla. La vista de las dunas de arena la relajó y encontró más fascinante aún el desierto.

Inolvidable Pasión (Saga Amores Inolvidables 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora