El fuerte ulular del viento se oía alto y claro y con un toque espeluznante pues era de noche, las tiendas eran azotadas y hacía frío allá afuera, sin embargo, nada de eso importaba. Es más parecía una dulce sinfonía acorde a lo que experimentaba en esos momentos, León entraba en su cuerpo y ella lo recibía extasiada, apretaba sus piernas en torno a su cintura y se ondulaba hacia él. Podía gemir todo lo alto que quisiera, el viento era su aliado, el barullo era su cómplice. Sintió la incipiente barba de su esposo en su cuello, donde él solía por lo visto decantarse para morderla. Puso sus manos sobre su cabeza alentándolo, pese a que sabía que por la mañana le reclamaría esa marca. Sintió sus dientes rasparle la piel y ella apretó su agarre a la cabeza de su esposo urgiéndole a que lo hiciera y a que no dejara de moverse. Él solo lamió, disfrutando negarle lo que sabia que quería y ella protestó, pero calló cuando él la devoró con un beso largo, devastadoramente carnal. Él gritó que la amaba cuando rato después llegaron juntos a la cumbre y ella estaba tan saciada y satisfecha que se durmió en segundos.
A lo lejos se oía el trajinar ya del campamento. Gabriela se estiró en su enorme cama y se arrebujó en las mantas, buscando con la mano el ancho pecho de su esposo o algo más... sonrió con malicia y después con pesar al no encontrarlo. León era demasiado inquieto, dinámico y vivaz. Seguro se había ido a cabalgar al amanecer, a ver alguna tribu cercana o a platicar con su padre quien decían se levantaba temprano cuando estaba en el desierto pues amaba ver el salir del sol. Eso la hizo sentarse de golpe. Ella no iba a holgazanear más. Debía salir y disfrutar por igual. Para una chica que había sido criada casi toda su vida en una gran ciudad, era curioso lo mucho que le gustaba la vida en el desierto. Salma entró y ella le sonrió, tenía que preguntarle como sabía cuando justo ella se despertaba. Parecía tener una especie de alarma interna.
- Buen día mi señora. –le dijo la chica con una reverencia y le entregó lo que necesitaba para lavarse el rostro y los dientes en la cama. Era algo que solo hacían en el desierto y aunque a ella se le había hecho muy raro y trataba de llegar al baño para hacerlo sola, Salma protestaba por no dejarle hacer su deber como decía.
- Buen día Salma. No vi a tu hermana ayer ¿ha llegado bien? –Jazmín había llegado en otro auto.
- Sí Princesa, su Alteza el Príncipe León, dijo que podía tomarse la tarde libre.
- Ya veo, me alegra que lo haya hecho. –Jazmín trabajaba mucho, al igual que todos los empleados, y en el desierto no había necesidad de que lo hiciera, puesto que la vida allí era muchísimo más simple y tranquila. -¿Abdul está fuera? –preguntó para saber si León consideraba que allí estarían en peligro también, intuía que no, si no, ella no se hubiera despertado sola. –se levantó dándole a Salma quien estaba a su lado lo que le había proporcionado y fue rumbo al baño.
- Tengo entendido que también le dieron la tarde e incluso el día. –le dijo la chica a su espalda mientras tendía la cama con presteza.
- Perfecto. –sonrió ella. Así que en el desierto estaban a salvo.
- Su Alteza el Príncipe salió a cabalgar con su padre. –le informó en cuanto ella salió del baño y se dirigía de nuevo a la cama para buscar una pulsera de plata con pequeños diamantes rosa, regalo del rey y que se había puesto ayer antes de partir. Iba a preguntarle a Salma cuando registró las palabras dichas.
- ¡Con el rey! ¡Pero...!
- Nada que temer. –dijo su esposo entrando. –Gracias Salma. –le dijo a la chica y ella salió.
- ¿Seguro? Pero si hace poco estaba convaleciente. –se sentó en la cama.
- Solo cabalgamos unos minutos, después yo hice un pequeño recorrido mientras él tomaba su café de la mañana sentado cómodamente en el campamento. –Gabriela había sentido alivio al saberlo y luego se había perdido en la innata sensualidad de su esposo mientras se despojaba de parte de su vestimenta, era pecado rezumar tanto poder, carisma y ser tan sensual sin proponérselo, se acomodó para observarlo mejor. Y verlo vestido así... como todo un príncipe del desierto, le hacia pensar en esas novelas donde se llevaban pudorosas vírgenes y las pervertían con sus bajas pasiones. Se mordió el labio para evitar una carcajada. Él la miró entrecerrando los ojos, ella suspiró imperceptiblemente y apretó en puños la sabana para no parecer una loca desquiciada por sexo. Él se subió a la cama y la acechó como si fuera una presa deliciosa. Ella retrocedió y se pegó al cabecero todo lo que pudo, pero León la tomó por la cintura y la puso bajo él, Gabriela sonrió encantada.
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Inolvidable Pasión (Saga Amores Inolvidables 3)
RomanceGabriela está en un lío enorme. Un arrogante Príncipe Árabe asegura que están casados, ella jamás supo que era Principe, jamás supo de tal ceremonia, solo recuerda el dolor de haber tenido que dejarle. Pero no contaba con que él no lo deja nadie, él...