Capítulo 25

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¿Debería preguntarle sobre Fátima? Se preguntó horas después en los brazos de León, el suave viento se mezclaba con los sonidos de la noche afuera. Él dormía plácidamente y en la oscuridad ella se permitió disfrutarlo. No tenía mucho que al fin él se había dormido y aunque siempre era el que solía tener más resistencia, esta vez ella había ganado y seguía despierta. Probablemente todos esos días de descanso le habían hecho muy bien. Y él sin duda estaba agotado viajando por el desierto, aunque eso no había impedido una noche fogosa. Sonrió satisfecha arrebujándose en ese poderoso pecho. León la apretó inconscientemente y la estrechó más hacia él, ella no protestó y se olvidó de todo lo demás. Poco después se quedó dormida.

Tenía que irse, tenía que correr. No tenía claro el por qué. El palacio estaba a oscuras. No había guardias a la vista, aunque ella buscó a Abdul, no había nadie. No quiero irme pensó desesperada, esta vez no. Escuchó risas detrás de ella y el sonido de un cuchillo siendo arrastrado por la pared acercándose a ella, así que corrió. Y llamó a León, o intentó hacerlo, pero nada salía de su boca. Las risas se acercaron y ella se dio cuenta que era femeninas, ¿Fátima? ¿Amal?

De pronto, el escenario había cambiado y estaba en el desierto, el jeep descompuesto y a lo lejos aun en la noche pudo ver como se acercaba una tormenta de arena, salió del auto para tratar de ver la avería del auto, ni siquiera pudo abrir el capó. El viento comenzó a silbar, y a levantar la arena, corrió a la seguridad del jeep, pero no pudo abrir la puerta. Tiró con fuerza, forcejeó... nada. La oscuridad la envolvió y las risas volvieron...

Gabriela despertó de golpe y se sentó en la cama. Aun era de noche y el viento parecía haber aumentado allí afuera, eso era lo que había estado escuchando. Su corazón martilleaba con fuerza en su pecho, tenia seca la boca y temblaba. Miró a su lado y vio como León se movía, pasaba una mano por su cara y se incorporaba al no sentirla cerca.

- ¿Gabriela?

- Aquí estoy. –dijo con voz entrecortada como si hubiera corrido un maratón.

- ¿Qué te despertó? –preguntó preocupado ya sentado junto a ella. Removió el pelo de su cara y lo puso detrás de su oreja.

- El viento.

- No te había pasado antes. –ella no contestó. Seguía agitada. - ¿Quieres algo? ¿Agua, tal vez?

- Sí. –susurró.

- Bien. – él se levantó y se la trajo. Ella bebió lentamente.

- Gracias.

- ¿Segura que estás bien? –insistió, ella asintió mientras aun bebía. Él puso la mano sobre su corazón. – fue una pesadilla ¿cierto?

- Algo así. –hizo una mueca y le pasó el vaso, que él puso en una mesa a un lado.

- ¿Quieres contármela?

- No, quiero dormir... -se acostó de nuevo, León la observaba aun sentado a su lado, ella juraría que tenía el ceño fruncido, preocupado. Sonrió, aunque quizás no le viera bien el rostro en la oscuridad, extendió sus brazos hacia él y eso si pudo mirarlo porque de inmediato la abrazó acostándose. –dormir y tenerte así.

- Me tendrás de las maneras que quieras. –aseguró besando su frente.

Los días en el desierto seguían una rutina que a ella se le antojaba deliciosa. Por las mañanas temprano, él por lo general se había ido, no sin antes dejarle alguna pequeña nota, donde le decía donde estaría y a quien visitaría. La parte importante de dicha nota era que siempre añadía un "te echaré de menos" que no dejaba de emocionarle por mucho que llevara leyendo lo mismo durante los cinco días allí. Se levantaba y desayunaba con las demás mujeres del campamento, sus intentos por conversar en árabe siempre eran bien recibidos, así como sus intentos por bordar y remendar tiendas, no es que intentara ganarse a nadie, así era ella. Y estar sin hacer nada no era propio de su personalidad. Una de sus actividades favoritas era ver a los chiquillos en sus practicas ya fuera montando caballos o camellos y cuando ella quiso intentarlo, no se lo permitieron a menos que León estuviera a su lado, le divirtió su preocupación por sus habilidades. El día pasaba tranquilo, pero ella siempre anhelaba la tarde, solía hablar por el teléfono satelital a su suegro y conversaba con él unos minutos, poco después de esa llamada por lo general León volvía. Cenaban juntos, paseaban en las inmediaciones del campamento, mientras él le contaba algunas cosas de la vida en el desierto y las noches... siempre eran las mejores. Las pesadillas incluso ya no habían vuelto.

Inolvidable Pasión (Saga Amores Inolvidables 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora