Capítulo 18

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Las chicas nos miran sonriendo, Irene alterna su atención entre nosotros y las personas que solo ella puede ver y, mientras, la rubia que le acompaña no despega su mirada de nosotros.

Es demasiado alta, debe rondar el metro ochenta pero, aún así, no mide tanto como como el pelinegro. Cuando más la miro mayor es su parecido con nuestro evaluador.

Los mismos ojos, de un color café oscuro; la nariz respingona y, sobre todo, esa sonrisa de superioridad que ambos muestran; la cual odio.

Es obvio que son familia, podría decirse que son iguales si no tenemos en cuenta su pelo; mientras mí evaluador lo tiene de un negro azabache el de la chica es de un rubio muy fuerte.

Seguramente uno de los dos es teñido y, una corazonada de seis y medio, me dice que es ella la que ha cambiado el color de su pelo.

–Hola –dice sonriendo–, soy Aremi Kidman, la hermana de Gerr... vuestro evaluador –dice, corrigiéndose en el último segundo y asegurando lo que todos sabíamos–. Mi hermano me ha hablado mucho de vosotros y, como quería conoceros, he venido hasta aquí.

Abro la boca, deseando preguntarle cuál es el nombre del pelinegro pero no soy lo suficientemente rápido y me interrumpen. Lo que me saca de quicio es que los demás sólo preguntan cosas con una estupidez de nueve.

–¿Puedes atarte los cordones de los zapatos? –le pregunta Marcos, ¿ven? Eso es estúpido– Es que me sacas de quicio y...

–Cállate, a nadie le importa eso –le espeta, lo cual nos sorprende a todos–. Aunque me haya presentado como vuestra amiga que os quede claro que no me gustáis todos.

Sonríe y, esta vez, todo el parecido que le veía con Kidman desaparece. Es una sonrisa sádica, una que dudo que vaya a verle alguna vez a mi evaluador.

–Vosotros –señala a Marcos y Adrián–, me caeis muy mal y vosotros –nos señala al resto–, me caeis bien o, simplemente, no me importáis.

Dicho esto se da la vuelta y sale de la tienda. Irene se encoge de hombros y camina tras ella; no parecía enfadada pero tampoco creo que esté de acuerdo con ella. Seguramente a nuestra amiga le de un poco igual lo que digan de ella.

–¿Os pasan mierdas así todos los días? –pregunta Adrián rompiendo el silencio.

–No –responde Marcos, al que no le ha afectado nada lo que ha dicho la rubia–, normalmente pasamos días tranquilos... Menos Luca, para él siempre pasa algo alucinante.

El chico de ojos azules asiente con entusiasmo. Se le nota que el comentario de Aremi le ha molestado pero, aún así, no ha dicho nada.

–¿Por qué le caigo mal? –sigue insistiendo mi mejor amigo– Yo soy un buen chico, ¿verdad, Arlen?

Yo asiento pero no digo nada, no quiero decir algo que esté fuera de lugar.

–Eso es obvio –vuelve a contestar el más joven de nosotros–, es porque Kidman le hablaría de ti y...

–Eso no es cierto –le interrumpe una voz.

Todos nos giramos hacia el pelinegro, el cual acaba de entrar a la tienda de campaña cargado hasta arriba de bolsas de la compra.

–Yo no les he hablado de vosotros –continúa–, solo os he mencionado alguna vez y, como buena hermana, ella os ha seguido y ha averiguado todo sobre vosotros.

–¡¿Todo?! –exclama Adrián, se ve muy asustado mientras mira con los ojos extremadamente abiertos a Kidman–. Pero, entonces... ¿sabrá...?

–Si, pero eso es porque a tí se te nota de lejos –dice, y Adrián se sonroja–, él no se ha dado cuenta porque es un poco tonto... –¿de qué hablan?– En fin, todos fuera. Tú no, Arlen, ayúdame a colocar estás bolsas en su sitio.

¿Cuánto me quieres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora