Capítulo 37

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Estamos solo a varios pasos de la puerta cuando Marcos se detiene. No quiere entrar, se le nota de siete con seis en la mirada.

–¿No es esto muy cliché? –pregunta, mientras hace lo posible para que no le tiemble la voz.

–¿Cliché? No entiendo a qué te refieres.

–Ay, Pelirrojo, se refiera a que es la mítica escena de película de miedo...

Me paro a pensarlo, en verdad es cierto lo que dice. Quizás no sea buena idea entrar a la nave que tenemos en frente. Al menos, no sin avisar a nadie. Me paro en seco.

Cojo mi teléfono y marco un número que ya me sé de memoria. Mis acompañantes me miran, extrañados un cinco con tres por lo que estoy haciendo. A pesar de que no doy explicaciones, ellos también se detienen.

–¿Diga? –escucho que su voz pregunta al otro lado de la línea.

–Adrián, tengo que contarte una cosa.

Le resumo rápidamente lo que ha pasado estos últimos días. Omitiendo, claro está, mi episodio privado con Kidman. Mi mejor amigo no parece enfadado por no haber venido. «Preocupado» sería la palabra perfecta para describir como parece estar.

–Voy a llamar a las chicas –Aremi e Irene, supongo– y enseguida estoy ahí. No hagas nada peligroso, por favor.

Dicho esto, cuelga. Esa última frase cala muy profundo en mi interior. Desde la llegada de el pelinegro, Adrián y yo nos hemos distanciado considerablemente. Extraño tenerle a mi lado todo el tiempo.

–¿Podemos...?

–No hay tiempo –me corta Marcos, adivinando lo que voy a decir–. Puede que sea peligroso entrar solos a esa especie de almacén, pero no nos queda otra opción.

Sus palabras, que esté más desaliñado que nunca y su expresión me hacen ver la gravedad de la situación. No sabemos qué es lo que pasa con Luca, pero si Tomás está involucrado no puede salir nada bueno de ahí.

–¿Preparado?

El que pregunta es Kidman. No sé si se dirige a mi, a mi medio hermano o a el mismo. Tampoco importa, ya que la pregunta queda flotando en el aire. Es el momento de entrar y “rescatar” al chico de ojos azules.

• • •

–¿Seguro que es aquí? –pregunta, ya por enésima vez, Marcos mientras mira tras un montón de cajas. Veinte minutos buscando no parecen ser muchos, pero ya han conseguido desalentarnos.

–Sí, ya te lo he dicho varias veces. Pero no recuerdo dónde estaba la trampilla, así que habrá que registrar todo el lugar...

Sus palabras me desaniman un nueve con seis. Quiero quejarme y parar, descansar un rato, pero no puedo. A pesar de no estar seguro de las palabras de nuestro evaluador, Marcos no ha parado de buscar ni un segundo. Yo, que confío plenamente en el pelinegro, tampoco me puedo permitir detenerme.

–¿Dónde estás, trampilla de los cojo...?

–¡La encontré!

El grito de Marcos hace que la emoción y los nervios regresen a mi. Es posible que estemos más cerca de Luca... Aunque también existe la posibilidad de que Kidman se haya equivocado de lugar.

–¿Está abierta? –pregunta nuestro evaluador, dirigiéndose hasta mi medio hermano.

Mientras yo les alcanzo, Marcos prueba a abrir la pequeña trampilla del suelo. Está cerrada. Sin darnos ningún tipo de explicación, Kidman saca las llaves de su moto y coge el llavero. No me había fijado antes, pero luce similar a una llave... Encaja.

Ninguno pregunta porqué demonios la tenía o el motivo de que la lleve siempre consigo. He de decir que la curiosidad de ocho con tres me está matando. Ya le preguntaré más adelante.

La trampilla se abre. Sin pensar en un plan o siquiera hablarlo, Marcos se lanza al interior. Yo le sigo, sé que si me paro a pensarlo, me echaré atrás.

El pelinegro me sigue de cerca, justo después de asegurarse de que la puerta que acabamos de atravesar no se cierre tras nosotros.

–Vale –nos susurra–, no hagáis mucho ruido... Y poneros detrás de mí, ya conozco el lugar, no me será difícil orientarme.

Se posiciona delante de Marcos y avanza. No sé bien dónde estamos. Parece un pasillo largo y ligeramente estrecho. Soy capaz de ver las paredes, pero debido a la oscuridad no soy quien de ver el final.

Algo vibra en mi pantalón: el teléfono. Me paro en seco, somos tontos, podemos usar las linternas de nuestros móviles. Cojo el dispositivo cuando notó que alguien, o algo, me agarra el brazo.

–Arlen, por Dios –susurra una voz conocida–. Si haces eso las cámaras os verán mejor... Anda, sígueme, es peligroso estar aquí... Luego sacaremos a tu novio y amigo.

No sé porqué, pero le hago caso. Hay algo que me pide que siga a esa voz. Me aparto con sigilo de Marcos y mi evaluador, arrastrado por una mano que tira de mi.

No parece sorprendida, ella sabía que yo estaría aquí. No hago preguntas, aunque éstas se acumulen en mi mente a borbotones.

¿No se suponía que estaba en el extranjero? Entonces... ¿qué hace en un almacén abandonado en medio de la nada?

Decido confiar, ya tendré tiempo para preguntar más adelante. Al fin y al cabo, ella nunca haría nada que pudiese perjudicarnos a mi y a mis amigos.

–Aquí ya no hay cámaras, puedes encender la linterna, amor.

Le hago caso, pero no apunto a su rostro, si no al suelo. Sigo sin poder verla, pero me imagino sus facciones, tan parecidas a las mías.

–Mamá –digo por fin–, ¿qué haces aquí?

–Hay muchas cosas y poco tiempo, sígueme mientras te lo cuento... Solo te pido que me comprendas.

Mi madre se acerca a mí. Sus ojos derraman lágrimas pero la sonrisa que se dibuja en su rostro demuestra que está feliz.

También yo lloro, la extrañaba. Aunque haya muchas cosas que se deban resolver todavía.

Notita.

¿Se lo esperaban?

¿Qué pensáis que pasa?

¿Dónde estarán Adrián y las niñas?

¿Y Luca?

¿Qué pintará Crista en todo esto?

Esto y mucho más en el próximo capítulo.

Os quiere, y adora leer vuestros comentarios.

–Tells.

¿Cuánto me quieres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora