El día que recibí un: ¡Sí!

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Vale la pena contar esto. Primero voy a decir que: ¡Aceptaron mis cuadros en el museo 'Undertones'! Pero como todo lo bueno, aquel suceso se dio de manera inesperada y desorganizada; es decir todo lo contrario a cómo lo había planeado en mi mente.
 Había salido de casa con tiempo así que decidí pedirme un café en la cafetería que se encontraba en frente de mi apartamento (en aquellos vasos con tapa para poder beber en el micro). Al salir de la cafetería vi a Sam que me esperaba en la puerta para desearme suerte así que crucé nuevamente la calle y la saludé. Me dio un abrazo muy fuerte y dijo que ella me acompañaría. Ambas seguimos camino rumbo a la parada del micro. Mi amiga que probablemente había notado mis nervios no paraba de bromear, seguramente, para apaciguaros. Yo sonreía de manera nerviosa y rígida y justo en uno de esos momentos (en el cual mi cara de seguro no se veía nada bien) hice contacto visual con un chico alto, delgado de cabello castaño. Su cara me resultaba muy conocida pero no podía saber si realmente lo conocía o no. Me pareció muy lindo así que de seguro si lo había visto antes, lo hubiera reconocido. Se acercó a Sam y a mí. Me pregunté: "¿por qué justo ahora?"  ya que, ya me encontraba nerviosa y por aquel motivo no quería que su presencia estuviera cerca de la nuestra pero, no lo podía evitar. 

 Sentí que nos miraba de reojo y mis nervios incrementaban. 

- Alma ¡te estoy hablando! dijo Sam y ahí fue cuando él dijo:

- Perdonen pero ¿Ustedes son Alma y Sam?

Las dos nos miramos confundidas por unos segundos pero fue ahí cuando lo supe. Seguido de una enorme cara de asombro dije: 

- ¡¿Max?!

Esbozó una gran sonrisa y me contestó que sí, que era él y ahí comenzó una charla sobre los viejos tiempos. ¿Quién diría que nos volveríamos a encontrar los tres, luego de tanto tiempo, en un micro? Luego de una larga charla, llegaba la hora de bajar del colectivo, así que Max nos dejó su número de celular: "tenemos que reunirnos de nuevo, me alegra mucho que estén bien" sonrió. Así es, como toda escritora, no podía dejar pasar el detalle de su sonrisa.

 En fin, el viaje en el micro me había quitado los nervios, me había hecho divertir y olvidarme de todo pero al bajar del mismo y observar el -gigante- museo mi corazón se aceleró. Sam tomó mi muñeca y me dijo: "Arrasá con ellos". - tomé una enorme cantidad de aire - "lo voy a intentar" dije. Pero mi amiga era Sam así que no iba a dejarme entrar insegura: "Nada de 'lo voy a intentar'; lo vas a lograr, yo lo sé. Y cuando tus cuadros estén va a suceder algo histórico, va a ser la primera vez que la para nada fina y sotisficada Sam pise un museo. Hacelo por mí, sonrió y me dio una palmada en los glúteos. ¡Ve!"

 Me encontraba en una mezcla entre atónita y maravillada por el lugar. Estaba tan distraída que, sin querer, empujé a un señor que iba delante mío y volqué mi café (el cuál nunca me había percatado de beber y, por lo tanto, estaba frío). Pedí perdón al señor pero lo cierto es que la mayor parte del café cayó sobre mi rayada camisa. "No pueden verme así", pensé. Pero cuando miré el hermoso reloj de madera antiguo situado en el lugar observé que sólo faltaban 10 minutos para la entrevista, así que no tenía el tiempo para encontrar una buena solución en aquellos momentos. De todos modos, fui al baño, me coloqué mi camisa del revés y le incorporé dos pines de unicornio que se encontraban en la parte superior de mi cartera. Me miré al espejo y pensé: No se ve tan mal, esto podría verse peor la verdad.

 Ingresé a la entrevista y al principio creí que aquellas personas de gran prestigio me mirarían mal o se darían cuenta de mi pequeño percance pero las palabras de Sam resonaron en mi mente y me dieron confianza. Además, ya había aceptado muchos "no". No estaba dispuesta a oír siquiera uno más.

Nefelibata (Ganador Letters Awards 2017)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora