Capítulo 1. La Aldea de Bilksof

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El día pareció amanecer con ganas de despertar a los escasos habitantes de la pequeña aldea de Bilksof. El Sol, que se había ocultado semanas antes bajo capas de nieve y escarcha, había vuelto a recuperar su esplendor. Estirando sus numerosos brazos raquíticos jugaba con las diferentes especies de plantas que se encontraba en su camino. Los árboles de corta estatura y los arbustos que se arremolinaban junto a ellos dibujaban sombras de formas extrañas en las pequeñas colinas del oeste, aquellas que apenas habían sido pisadas o desgastadas por los pies de los bilksofianos.

El este estaba desierto, ninguna persona que conociese el lugar perdería el tiempo explorando la pradera de Mulhien antes de la llegada de la estación de floración. Era inútil buscar alimentos o recursos allí; la fauna y la flora local era muy poco diversa entre el mes del cobijo y el de las cosechas.

Apenas doce especies de plantas sobrevivían a la nieve y los vientos gélidos de la temporada fría. Las estalagmitas de Bóreas, los arbustos Kardoffle y los delgados árboles conocidos localmente como "columnas frías" cubrían la mayor parte del lugar con sus tonos grises y azulados formando una auténtica marea de vegetación.

En la fría tierra, más fértil en la estación de escarcha blanca que en otras más cálidas, insectos con patas delgadas corrían de un lado a otro sin un rumbo fijo. Otros, sin caparazón, con cuerpos escurridizos, se arrastraban por el suelo dejando rastros babosos que más tarde quedarían helados y brillantes. Como era habitual, no había aves o mamíferos rondando.

Casi no podía oírse el susurro del viento aquella mañana de la estación tan atípica, su voz sonaba más apagada de lo habitual. Los pequeños soplos de aire se veían deslumbrados por rayos de luz anaranjados que se dirigían al sur para calentar las frías aguas del río Luenia, ese lugar al que tantos desplazamientos habían hecho las mujeres e hijas de leñadores de diferentes generaciones para poder abastecerse de agua fresca o lavar la ropa y herramientas de trabajo.

El terreno sobre el que se situaba el pueblo de Bilksof, si es que podía llamarse así a aquel conjunto de trece o catorce cabañas desordenadas y alejadas unas de otras, se estrechaba en el norte, dando lugar a la aparición de un camino alargado que serpenteaba a lo largo de unas cuatro leguas. Acababa en una pequeña ciudad, Mahfa la "Ciudad de los Caminos", la cual conectaba con tres aldeas y dos ciudades de características muy diversas. Era un centro de comercio y si no se encontraba algo allí quizá era mejor dejar de buscarlo.

A medida que el Sol se extendía por los cuatro puntos cardinales que delimitaban Bilksof, halos de luz alcanzaban las cabañas de madera que crujían al sentir que su temperatura cambiaba. En una de esas cabañas, uno de aquellos rayos entró por una de las muchas pequeñas grietas de la parte superior de la fachada, orientada hacia el este. Alguien notó una cálida sensación en su mejilla, era un calor muy agradable, parecía ser hora de despertar.

Susurradores del Bosque #GoldenWingsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora