Capítulo 23. Pequeños avances

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Valia, cada atardecer quedaba pensativa en el mismo rincón cercano a la entrada de La Aldea. De vez en cuando daba un largo paseo tratando de rodear el contorno de los árboles mientras las imágenes de Klaudia, Kans, Darla y Olin se volvían estrellas fugaces en el oscuro firmamento. Si él no había regresado a buscar zafiales lo más probable era que ya hubiera encontrado otra ocupación con la que ganarse la vida.

-Padre, madre -desde aquí velo por vosotros -decía la joven alguna que otra vez con la mirada en el oscuro cielo. Ellos estaban grabados en su corazón, en cada una de las fibras que componían el tejido de ese órgano latiente.

La progresión en la escritura de Valia fue lenta, a pesar de que Mala comentaba que no era mala. Los primeros días fue un auténtico calvario tratar de dibujar aquellas figuras que serpenteaban en sus curvas y zigzagueaban en las conjunciones de sus líneas rectas.

El papel endurecido de fibras de lino utilizado era un bien preciado que se creaba en un taller mahfiano, con la pasta obtenida en los molinos de Lebka. Apenas había unos comerciantes que suministraban ese tipo de bienes a La Aldea de forma periódica y los acuerdos tenían lugar quincenalmente, por lo que era necesario anotar aquellos más necesarios para los habitantes y hacer acopio de útiles o materias primas con los que realizar un trueque.

Durante la primavera, en La Aldea se desarrollaban y almacenaban toda clase de fórmulas magistrales para el tratamiento de la piel y diversos males. Remedios dermatológicos a base de trementina de pino y cantáridas pulverizadas, ungüentos de cera de abeja y aceite de almendras dulces para las uñas quebradizas, etc. Tenían mucho éxito entre la burguesía y los comerciantes conseguían un gran beneficio al intercambiar sus productos con los que suministraban, menos valiosos bajo su punto de vista.

El Manual medicinal de remedios silvestres de Bora era la obra que tomaban como referencia cuatro de las mujeres que se encargaban de vigilar los procesos de fabricación de cremas, polvos y emplastos. Nieves, Genciana, Maravilla y Gurka seguían las recetas una y otra vez, sin errar en el procedimiento, y dirigían a sus aprendices apoyándose en la lectura de sus copias manuscritas.

-Fíjate en la curvatura de esa letra, tienes que inclinar la mano más y sentir cómo tus dedos se deslizan -indicó Marla posando su mano izquierda sobre la cadera.

-Vale -respondió Valia con calma. Habían pasado varios días desde su primer intento desastroso y sus dedos aún no se mostraban ágiles. La escritura con pluma de buitre y tinta ferrogálica requería de mucha práctica para tener una letra legible, digna de quedar grabada para la posteridad.

Aquellos ratos con Marla leyendo y escribiendo no tenían precio; era un placer para Valia cumplir uno de sus grandes sueños desde que había tenido uso de razón. Se sentía dichosa y llena de emoción al sentir sus progresos y pensaba que Darla si pudiera verla se sentiría llena de orgullo porque su hija se estaba convirtiendo en una mujer de provecho.

Dentro de la cabaña, Klaudia comenzaba a mostrar pequeños cambios que denotaban cierta mejoría. Sus ojos enfocaban objetos y caras temporalmente y era capaz de abrir y cerrar la boca ella sola, e incluso se sentaba y se levantaba del taburete sin ser dirigida. El tratamiento que estaba llevando a cabo Marla parecía estar dando sus frutos y, a pesar de que los avances eran flojos, eran suficientes para que los que la rodeaban recuperasen la esperanza en su total recuperación.

Borina preguntaba cada día por el estado de su amiga y sonreía al oír las buenas nuevas que Valia le transmitía. Terro y Murda también mostraban su alegría al conocer la situación y cada cuatro días hacían una visita fugaz a la cabaña de Marla, siempre con ella presente, vigilante.

Susurradores del Bosque #GoldenWingsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora