Capítulo 9. La iniciación

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Como habitualmente a aquellas horas, Klaudia y Valia ya se encontraban despiertas. Klaudia se movía tratando de alcanzar la puerta, buscando aumentar ligeramente la claridad de aquella estancia sin ventanas.

—Valia, ven a la sala de alimentación rápido —indicó Klaudia desde el hueco de la puerta abierta.

—Ya voy —contestó Valia desperezándose. Estiró los músculos de sus brazos entrelazando sus manos y retorció sus piernas.

No sabían qué hora era pero ni en La Aldea ni en Amagonia se guiaban por horarios establecidos, utilizaban el cielo y los colores de éste a modo de referencia. Solían referirse a la mañana, tarde y noche dividiéndolas en tempranas o tardías. Ya en la sala de alimentación Klaudia y Valia notaron que Marla no estaba despierta como habitualmente, por lo que decidieron preparar el desayuno ellas.

—Hay ingredientes para hacer pastel mafús, ¿me ayudas Valia? —preguntó Klaudia con su eterna sonrisa en la cara.

—¿Qué tengo que hacer? No sé cómo se preparara. Los otros días no he visto a Marla prepararlo, cuando llegábamos aquí ya estaba hecho —explicó Valia. Tenía la cara algo hinchada, aunque esto le sucedía todas las mañanas.

—Bueno, tú enciende el fuego y yo me encargo luego de darte instrucciones. En hacer esto no se tarda mucho —afirmó Klaudia mientras sacaba dos ramillete con hierbas variadas de un saco.

Valia consiguió encender el fuego y calentar el agua. Después siguió las órdenes de Klaudia y en varios minutos habían terminado de prepararlo. Se asemejaba bastante al que habían tomado anteriormente en la cabaña, aunque decidieron esperar a que Marla le diera el visto bueno. Un par de minutos después ya estaban las tres en la misma estancia.

—Valia, quiero que antes de nada te acerques a alimentar a los animales —indicó Marla asintiendo con su cabeza. —Después vuelve a la cabaña y reúnete conmigo sin tardar, me encargaré de traer a las otras cuidadoras para comenzar la iniciación.

—De acuerdo, en cuanto acabe regresaré —confirmó Valia disponiéndose a salir una vez hubo tomado su pedazo de mafús.

En cuanto llegó a Valia le apenó ver a aquellos animales encerrados. En tiempo de floración, seguramente rondaban por La Aldea y podían alimentarse de verde hierba e incluso grano de alguna planta que creciera en el lugar. Sin embargo, ahora debían tomar lo almacenado durante los meses anteriores, una hierba nada fresca de color tierra y semillas.

Valia calculó la cantidad que creyó necesaria de alimento a ojo y volvió rauda a la cabaña. Iba a comenzar su iniciación con Marla, Lila y Bora, la madre de Borina.

—Tenemos que desplazarnos hasta la cueva bajo la laguna, ¡con lo que me duelen los huesos! —espetó Lila. Marla asintió y Bora chasqueó su lengua.

—Debemos de llevar las ofrendas primero —añadió Marla acariciando su cabello negro y plateado.

—Iré yo a por ellas, vosotras id directas —ordenó Bora de forma cortante. Aquella mujer era mayor que las otras dos. Sus cabellos plateados y las arrugas tanto de las comisuras de sus labios como del cuello marcaban su edad real, cincuenta y ocho años, en los límites de la esperanza de vida media.

Tres de las cuatro mujeres se desplazaron hacia la entrada del lugar señalado y esperaron allí durante unos doce minutos. Tras esto llegó Bora con paso ligero. Estaba en buena forma física a pesar de ser algo mayor, lo que demostraba al cargar con un saco de tela que no parecía pesar demasiado.

Susurradores del Bosque #GoldenWingsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora