Capítulo 24. Los lunares

28 7 7
                                    


Valia trató de contenerse y con su actual estado de nerviosismo decidió que lo mejor era abandonar la cabaña durante unos breves instantes; quería llorar y detenerse a pensar en soledad. Una vez se calmase regresaría para finalmente acudir a su estancia para dormir. Con la oscuridad, la superficie de La Aldea quedaba desdibujada, sus contornos se volvían invisibles y las cabañas apenas eran distinguibles. Era una noche serena.

Tras el cotidiano desayuno, el grupo de recolección ya se había reunido y trabajaba a buen ritmo bajo la lluvia. Borina canturreaba con Murda tal y cómo las dos habían solido acostumbrar antes de haber tenido un desencuentro. Al parecer ya habían arreglado sus diferencias y su relación era buena. Terro, Valia y Violeta rebuscaban entre unas hierbas de gran longitud situadas entre varios montones de rocas, tratando de palpar algo que pudiese ser comestible.

Cuando Terro creyó haber dado con algo interesante que añadir al aprovisionamiento de La Aldea, su pie resbaló sobre una de las rocas y se golpeó fuertemente el tobillo, tratando de hacer un giro que empeoró su caída. El muchacho gritó y se lamentó por el dolor que estaba sufriendo.

—¡Terro!, ¿qué te ha pasado?, ¿te encuentras bien? —preguntó Valia horrorizada. Sabía que aquella forma de caer podía implicar una torcedura o incluso algo peor, la rotura de algún hueso.

—Me duele mucho, creo que no me voy a poder mover. ¿Podéis llevarme a La Aldea? —preguntó Terro con los ojos cerrados. Trataba de soportar aquella punzada palpitante que notaba en la zona del tobillo del pie derecho.

—¡Antes de eso tenemos que revisarte, vamos a moverte para ver cómo está tu pie! —respondió Valia.

Terro se retorcía mientras trataba de alejar el pie de la superficie de la roca mientras Valia le servía de apoyo.

—Chicas, aquí, venid a ayudar ¡tenemos un herido!— comenzó a gritar Violeta haciendo aspavientos con las manos.

Una vez Borina y Murda se acercaron, entre las cinco cuidadosamente depositaron al joven en una superficie más o menos regular, cubierta por plantas de tallo flexible. Decidieron que la que más podía ayudar en aquel momento era Borina, pues su madre era una cuidadora con dotes para la sanación y ella tenía algunas nociones básicas.

—¡Hay que quitarle el zapato para que no se hinche más! —afirmó Borina. Después, con varios tirones bruscos consiguió que el pie de Terro se mostrase descubierto, sin nada que lo cubriera, lo que le permitiría examinarlo con detenimiento. '

Terro chilló y maldijo a Borina por su falta de delicadeza al tratarle, lo que provocó una ligera sonrisa en la boca de la mujer

—¿Qué quieres que haga si no soy una dama?— contestó Borina encogiéndose de hombros.

—Podrías tener algo de cuidado —replicó Terro resoplando.

El pie desnudo de Terro pronto llamó la atención de Valia. Le recordaba al suyo propio, aunque lucía marcadas diferencias. La primera de ellas eran los pelos que se distribuían a lo largo de los dedos; ella carecía de ellos. La segunda, eran los lunares. No había visto cosa alguna igual a lo largo de toda su existencia. Aquellos numerosos círculos no eran iguales que los suyos. El centro de cada uno de ellos tenía un brillante color plateado, y únicamente los bordes contaban con tonos dorados, ¿qué podía significar aquello?, ¿no tenían todos los susurradores el mismo tipo de lunares dorados?

Ante la extraña imagen que acababa de ver, la curiosidad de Valia se activó inesperadamente, lo que hizo que finalmente lanzase una pregunta al aire.

Susurradores del Bosque #GoldenWingsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora