Capítulo 5. El bosque interior

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Valia se despertó en un lugar oscuro, sin iluminación. Estaba envuelta en una tela gruesa que le transmitía calor. Desembarazándose de ella, abrió los ojos para descubrir que no podía ver nada. Aquel lugar falto de luz era sombrío y siniestro. ¿Dónde estaba? ¿Qué había sucedido la noche anterior? No sabía cómo había sobrevivido pero tenía imágenes claras que le recordaban lo sucedido la noche anterior. Aún podía ver a Olin sobre la rama del árbol consumiendo su vida momento a momento, ¿estaría él en el mismo lugar que ella?

—Olin —susurró Valia en la oscuridad. Sus palabras flotaban en el aire y se perdían en la distancia. No obtuvo respuesta.

—Creo que ha despertado —se oyó tiempo después desde un lugar alejado. Era una voz aterciopelada y dulce, como de una niña de corta edad.

El ruido de una puerta pesada abriéndose de golpe acompañó al sonido de la voz y una tenue luz comenzó a iluminar parte de la estancia.

Aún tumbada, Valia podía intuir cómo una silueta humana de estatura media se acercaba dando pasos cortos. Una vez estuvo lo suficientemente cerca, la voz se presentó y comenzó a mover sus manos hacia arriba y abajo, a modo de extraño ritual.

—Estás aquí —dijo con un tono de voz bajo la desconocida. –Ven con nosotras, tienes que presentarte.

—¿Dónde estoy? —preguntó Valia desconcertada. Apenas había tenido tiempo para hacerse a la idea de que estaba viva y sin rasguños.

—Estás en la aldea del bosque —respondió la voz acercando sus manos a Valia—. No hay tiempo que perder, vamos.

La joven alcanzó la mano de Valia con la suya propia y comenzó a tirar, haciendo una fuerza suficiente para que Valia se incorporase. Aquella mano era suave y delicada, no de piel endurecida y callos, como las de las campesinas de Bilksof.

—Me llamo Klaudia, ven, no temas —susurró la desconocida tratando de ser amable.

La persuasión era su fuerte y poco a poco consiguió que Valia abandonase la estancia con sus torpes piernas moviéndose en el negro suelo de tierra. Una vez se acercaron al hueco de la puerta, ya podía intuirse en qué clase de lugar se encontraban.

Un largo pasillo recubierto de muros de piedra iluminado tenuemente desembocaba en una amplia estancia algo rudimentaria. El suelo, al igual que el de la habitación que acababan de abandonar era de tierra batida. No obstante, a pesar de que aquí había varios muebles, éstos no parecían de gran calidad y seguramente estaban hechos de madera de shonka.

Una mesa circular no demasiado grande y cinco taburetes presidían el centro de aquel habitáculo. A la derecha se podía encontrar una especie de cocina primitiva y dos estanterías deformes con papeles de color oxidado. Por el contrario, a la izquierda únicamente había varios sacos de tela oscura llenos de tubérculos y de hierbas de diferentes colores y texturas.

Sentada en uno de los taburetes y situada de espaldas a Klaudia y Valia, una mujer con una larga trenza esperaba la llegada de la nueva visitante. Estaba tranquila, con la espalda arqueada y las piernas abiertas ligeramente.

Al oír pasos la mujer giró tanto su torso como su cabeza y lanzó una mirada penetrante hacia el lugar donde se encontraban las dos jóvenes. Después abrió ligeramente la boca, lo que provocó que se marcaran varias arrugas situadas sobre el labio superior.

—Bienvenida —dijo la mujer con una amplia sonrisa. Sus ojos se empequeñecían cuando sonreía y pequeñas patas de gallo surcaban el mar de la curtida piel de su rostro. Aparentaba unos cincuenta años y su cabello lleno de tonalidades grises y negras era acorde a su edad.

Susurradores del Bosque #GoldenWingsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora