Capítulo 20. El regreso

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—Una noche muy tranquila, la verdad. ¿Nos vamos ya? —indicó Terro.

—Espera, a Klaudia y a mí nos ruge el estómago, ¿no queda absolutamente nada que comer? Aunque ella no se queje sé que su cuerpo lo está pasando mal, aunque parece que por fin ha dormido algo.

—No. No queda absolutamente nada, ni una mísera baya —respondió Terro entristecido.


—¡No habléis tan alto, que me duele la cabeza! El no tener nada que llevarse a la boca me está matando. Por cierto, ¿qué es esa mancha oscura en la ropa de Klaudia? —preguntó Borina muy seria. Tenía el pelo revuelto.

—¿Mancha? ¡Oh! —exclamó Valia—. Ya veo...

Una zona oscurecida en la parte inferior de la vestimenta de Klaudia indicaba la presencia de algo húmedo, seguramente algún tipo de líquido.

—¿Y bien?, ¿Qué es?, Tócalo tú, qué estás junto a ella —ordenó Borina.

—No me hace falta tocarlo, sé lo que es. Es pis —indicó Valia—. «Klaudia, ¿qué te han hecho?».

—Tiene sentido. Al fin y al cabo en ningún momento se ha deshecho del líquido que hemos tomado desde que salimos bajo aquel árbol. Encárgate, Valia... Mientras tanto, yo me encargo de conseguir comida, la hoguera sigue prendida y hay que aprovechar su calor.

Borina se alejó pausadamente. Alzaba su cabeza una y otra vez tratando de identificar algún animal que se hubiese posado en cualquiera de las ramas de loa árboles presentes. Al no tener éxito, continuó caminando y Valia perdió su figura de vista. Terro también había decidido localizar alimentos, aunque él buscaba por el suelo, tratando de encontrar madrigueras de mamíferos durmientes.

Valia no sabía que hacer exactamente con Klaudia. Ninguno de los miembros del grupo tenía ropa de recambio, por lo que lo único que se le ocurrió fue tratar de secar el rastro de orina con calor. Consiguió sentar a Klaudia junto al fuego, y se dispuso a esperar a que Borina o Terro regresasen; sabía que solo sería cuestión de tiempo evaporar el líquido de la ropa y calentar el cuerpo de su amiga. El olor no se disiparía, sino que permanecería con ella hasta que regresasen a La Aldea, pero oler mal era mejor que caminar sin ropa y enfermar por efecto del frío.

Cuarenta minutos más tarde Terro regresó con dos puñados de ratones de campo y una rata voluminosa.

— ¡Has conseguido bastante comida! Yo hace un tiempo que no como rata, aunque en Bilksof no pasaba una semana sin que asáramos alguna —dijo Valia—. Déjame prepararlas, estoy acostumbrada a quitarles la piel.

Terro le entregó a Valia el conjunto de roedores, que se encontraban ensangrentados y con el pelaje alborotado. Varias pulgas correteaban por la tripa de la única rata, ajenas a que pronto deberían abandonar la comodidad del cuerpo de su huésped o perecer enfrentándose a las llamas.

Klaudia permanecía sentada cerca a la hoguera, hundiéndose en un silencio que el resto de integrantes del grupo había empezado a tomar por rutinario. Su cuerpo se había calentado lo suficiente como para que la orina perdiera parte de su frescura, volviéndose más olorosa.

Mientras que Valia despellejaba varios de los ratones con pasmosa agilidad utilizando la daga de Terro, el muchacho hablaba acerca de lo sencillo que le había resultado atrapar a los pequeños mamíferos. Por otro lado, Borina no tardó en regresar, aunque lo hizo con un alimento que a Valia le pareció más exótico, ella nunca había comido serpiente.

—¿Qué has conseguido Borina, algo bueno? —preguntó Terro observando a uno de los reptiles que yacía enroscado al brazo de Borina.

—Bueno, os he traído algo rico de verdad. Además vamos a poder aprovechar lo que no comamos, yo nunca fallo —indicó Borina satisfecha con el trabajo realizado—. Estas bellezas estaban bajo tierra —comentó para a continuación posar tres serpientes de más de un varín de longitud sobre la superficie del suelo.

Susurradores del Bosque #GoldenWingsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora