Capítulo 7. La amenaza

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Klaudia y Valia ya estaban prácticamente en Bilksof. Faltaban escasos pasos para dejar atrás la pradera de Mulhien y regresar por un largo camino desdibujado por ligeros copos de nieve estacionales. Un grupo de charranes que se dirigía hacia la costa pasó a gran velocidad sobre sus cabezas envolviendo el cielo de plumas blancas durante unos instantes. El tiempo pasó deprisa.

—Por ahí está la cabaña donde vivo, no tardaremos en llegar —afirmó Valia señalado hacia el oeste. Se sabía el camino a la perfección a pesar de no haberse adentrado en la pradera más que durante su huida.

—Es un alivio que al fin estemos llegando —suspiró Klaudia. El desplazamiento se le había hecho largo y tenía los pies cansados, por lo que deseaba sentarse en cuanto tuviera la ocasión.

Unos pasos más y habrían llegado. Aquella ruta era cansada, aunque era mucho más fácil de realizar que de noche, con una temperatura soportable y luz suficiente para evitar tropiezos.

—¡No puede ser! —gritó Valia llevándose la mano a la boca. Estaba estupefacta y su corazón palpitaba con gran fuerza. Sus ojos abiertos de manera sobrehumana se llenaban de pequeñas venas rojas que cubrían la superficie blanca y de aspecto acuoso del globo ocular. Comenzó a correr y una vez estaba lo suficientemente cerca se paró en seco.

—Oh...—musitó Klaudia. No sabía qué decir ante lo que estaban viendo sus ojos. La situación era realmente violenta como para saber qué decir.

La cabaña que tan majestuosamente se había alzado durante largos años en Bilksof ya no estaba, o por lo menos ya no era lo que Valia recordaba. Un montón de escombros desordenados descansaba sobre el lugar. Tenían un tono negruzco, al igual que parte de la superficie del suelo, lo que indicaba que la madera había ardido bajo el efecto de las llamas.

El banco de la entrada en el que Valia había pasado tantos momentos junto a su madre esperando a Kans estaba cubierto de hollín. No obstante, era lo único que había resistido a aquella tragedia.

Valia se derrumbó ante la caótica escena, hincó sus rodillas en el suelo y comenzó a llorar desconsoladamente. Las lágrimas corrían por sus mejillas y caían sobre un suelo cubierto de cenizas grises, produciendo colores más oscuros en los lugares en los que aterrizaban las gotas.

Klaudia decidió acercarse y mientras avanzaba mordisqueó la uña de su pulgar derecho varias veces. Era una costumbre que tenía arraigada desde varios años atrás. Cuando estuvo al lado de Valia se agachó y la rodeó con sus brazos en una postura realmente incómoda.

La escena que se vivió aquel día era tan amarga como la piel de una naranja pútrida. El silencio de Klaudia no reconfortaba a Valia, aunque si hubiera hablado habría conseguido el mismo efecto. No había nada en el mundo que pudiera cambiar la tristeza de una hija que se enfrentaba a la pérdida de sus padres, porque en el fondo sabía que no iban a regresar jamás. Nada de esto había sido un accidente.

—¡Han quemado lo que más quería! Duele tanto... —gritó Valia con los ojos completamente irritados por al llanto. Su voz sonaba gangosa debido a la creciente mucosidad de su nariz—, un trozo de mí se ha ido...

Klaudia aún sin saber que hacer comenzó a cantar. Su voz era muy bella y suave, más aterciopelada cuando cantaba una nana que había aprendido de su abuela:

«Niña mía, no me llores,                 Niña mía, linda cosa,

niña mía de las flores,                     ojos de miel, piel de rosa,

Susurradores del Bosque #GoldenWingsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora