Capítulo 18. La esencia

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El anciano esperaba con gran atención la decisión de Valia. Siempre era emocionante poder contar con una nueva pieza de colección y más con una con tan poco común y exclusiva, llena de matices fascinantes. Todas las esencias eran únicas e irrepetibles, pero mientras que unas podían ser aspiradas continuamente provocando miles de emociones fuertes, otras con el paso del tiempo se volvían tediosas e incluso hediondas.

—Yo, Valia Luyal, acepto tu oferta con una condición, anciano —dijo la muchacha—. Quiero que además de curar a Borina me garantices que algún día podré volver a visitarte y pedirte ayuda de nuevo en caso de que lo necesite.

El anciano vaciló unos instantes mientras valoraba la oferta propuesta. La muchacha tenía agallas para mostrar aquella osadía, aunque él sería el único que determinaría aceptarla o declinarla.

—Te muestras valiente, muchacha, después de lo que has oído y visto aquí. Estoy seguro de que sabes que podría aplastaros como a vulgares insectos tras oír esta insolencia si quisiera, pero hoy estás de suerte. Acepto tu oferta, lo que significa que primero hay que sellar el acuerdo —explicó el anciano—. Trae un frasco vacío de los que hay en los estantes, deprisa.

Valia se dirigió hacia una balda enmohecida sobre la que se situaban varios recipientes translúcidos tapados con diminutos corchos. Una suciedad verdosa decoraba el vidrio del que estaban hechos; la superficie era realmente suave por lo que el que tomó Valia debía estar cubierto por diminutos hongos. Dando pasos cortos, Valia volvió a la posición en la que se había encontrado antes, apenas a escasos decímetros del anciano.

—Quita el tapón del frasco y acércame tu brazo extendido —ordenó el hombre con firmeza.

—De acuerdo —dijo Valia. Obedeció ciegamente a lo que le acababan de ordenar y en unos segundos el anciano tenía el frasco envuelto entre sus dedos y su brazo derecho situado bajo el mismo.

—Lo que voy a hacer te va a doler, pero no demasiado.

Valia sintió como la piel de su brazo comenzaba a llenarse de dolor; una afilada uña estaba lacerando su carne, hundiéndose lentamente en la cara interna de su antebrazo. La muchacha soltó un grito ahogado y trató de disimular su sufrimiento cerrando sus ojos negros. Era plenamente consciente de lo que le estaba sucediendo pero no le quedaba otra opción; había tomado una decisión y debía acatar las consecuencias.

La sangre comenzó a manar por la reciente herida en forma de voluminosas gotas que, por efecto de la gravedad, se precipitaban hacia el suelo. Varias de estas aterrizaron dentro del frasco que el anciano había colocado oportunamente bajo el brazo de Valia con un movimiento rápido y ágil.

—Un acuerdo de sangre no se puede romper, acuérdate de mis palabras —afirmó el anciano. Tras decir estas palabras soltó el brazo de Valia y extendió el suyo propio, comenzando a herirse a sí mismo. Sin embargo, no parecía dolerle, ya que su semblante no varió tras cortarse.

La sangre del anciano aterrizó sobre la de Valia con gran precisión y una pequeña porción del frasco se tiñó de un bermellón intenso. No eran necesarias más palabras para sellar aquel pacto, únicamente ese acto.

—Ahora que estamos en este estado cumpliremos la primera parte del acuerdo para ahorrarnos perder más tiempo. No te muevas, Valia.

Valia se quedó quieta, dispuesta a obedecer. Tenía muy presente la horrible sensación que había sufrido al sentir las uñas del anciano sobre su piel, ¿de qué podían estar hechas para tener tanta dureza y ser así de afiladas?

Susurradores del Bosque #GoldenWingsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora