Editado y corregido: 28 de diciembre de 2015
Capítulo dos — Cartas misteriosas
Elisa
Tengo que dejar de pensar en esto y recordar tanto, al final me va a doler la cabeza. Necesito despejarme un poco. Abriría la ventana para que entrase el aire si no fuera porque estamos a principios de junio y el calor comienza a ser insoportable además de no correr ni una pequeña brisa. No puedo creer que todavía tengamos clase... ¡Oh no! Me había olvidado. Con todo este problema no me acordaba. Es sábado y el lunes tengo mi último examen del año, el control final de Literatura. Al estar cursando cuarto de secundaria mi curso disfrutará de un viaje por una semana a las blancas playas de la costa este del país, pero pagando por supuesto. Nada en la vida es gratis. Y a causa de estas pequeñas vacaciones prematuras los exámenes se han adelantado para dar oportunidad a que todos puedan examinarse.
Hubiese preferido no cambiar nada, lo digo muy en serio. La playa es el peor lugar al que podría ir de vacaciones. Odio este relieve tan traicionero. Esa arena engañosa que si te descuidas te quema los pies aunque lleves chanclas, la obsesión por tomar el sol y ponerse moreno siendo blancos cual botella de leche, el truco del agua que en la orilla está caliente pero si das un par de pasos más te congelas y acabas más mojado de lo que pretendías, esas asquerosas algas tanto dentro como fuera del mar... Las playas son un engaño para los turistas pero yo no caeré nunca, prefiero quedarme en mi pueblo o irme con mi padre de acampada. Por todo esto soy una de las pocas personas de todo el grupo que no irá al viaje a pesar de haber tenido a un séquito de personas intentando convencerme de lo contrario. Pero en este tema mi idea es muy clara.
Aquí estoy perfectamente. Me pondré a repasar para ese control y me libraré de estudios hasta el próximo curso. No tengo ningún problema en cuanto a las materias ni al trabajo de clase pero nunca viene mal echar una pequeña ojeada a lo que ya sabes para asegurarte y conseguir buena nota. Cuando termine ese examen podré dedicarme a descansar sin tener que volver a pisar el instituto puesto que mi curso es demasiado vago para organizar una graduación y las notas nos las envían por correo. A veces pienso que mi curso es raro y mi instituto alimenta su forma de ser sin obligarles a graduarse oficialmente y poniendo las recuperaciones antes del viaje para que "no se preocupen en el viaje, eso es para que lo disfruten".
Ahora sólo debería pensar en prepararme lo mejor posible el examen, aunque me sé cada punto y coma del libro, sin embargo soy incapaz. La simple idea de imaginar a Aurora en algún momento con Fer me desconcentra. A lo mejor por esto él no se fija en mí, porque soy más empollona que fiestera. Pero no es culpa mía que el resto de mis compañeros se dediquen en clase a jugar al Candy Crush, chatear por WhatsApp o mirar redes sociales como Twitter o Instagram. Bueno, yo también incentivo esta fachada quedándome en algunos recreos dentro de la biblioteca aunque mis amigas me intenten sacar de allí a la fuerza.
Vale, dejemos esto aparte. Tanto pensar en los estudios y el instituto me produce dolor de cabeza, aunque el tema de Fer no me deja precisamente tranquila. Vuelvo a mirar esa foto que luce en la parte superior del corcho, enfrente de mi escritorio. Teníamos once años pero más inocente que él no había nadie en el campamento. Los primeros días, cuando no sabía que me había enterado, intentaba disimular de una forma penosa. Y yo, con mi pizca de maldad, le tomaba el pelo cada vez que se me presentaba una oportunidad para hacerlo. Recuerdo que al día siguiente del sorteo recibí una carta suya como mi amigo invisible. Ésta se limitaba a decir que era un niño y a punto estuve de echarme a reír por la absurda información. Tantos años de experiencia en esta dinámica y cometía tal estupidez. Al menos sabía que recibiría un buen regalo porque su historial de años anteriores era muy bueno. Además, nos conocíamos bien, no podría fallar con su regalo.
Esa misma tarde, nos reunimos en el tiempo libre bajo unos abedules en los límites del campamento. Allí, con el manto de la sombra cubriéndonos a los ocho niños, nos disputábamos la custodia de una mariquita.
— ¿Creéis que pueda guardarla en un tarro y dárselo a mi amigo invisible? —preguntaba Andrés, nuestro amigo rubio y pecoso, mientras el pequeño insecto recorría su mano.
—Tienes tres problemas —le saltó Rubén, mi gemelo en altura pero moreno y de ojos azules—. Lo primero es que no tienes un recipiente donde guardarlo. Lo segundo, no te dejarían guardarlo en las aulas y lo tercero, Flora tiene fobia a los insectos, sobre todo los de tipo mariquita u hormiga que pueden subírsele encima. Aunque me encantaría ver la cara de mi hermana cuando le dieras esa mini sevillana.
—No seas tan idiota y tómate el regalo en serio —le riñó Álvaro subiéndose del puente las gafas negras a juego con los rizos de su cabello.
—Ja, eso díselo a mi amigo invisible —dije cruzándome de brazos—. No podía haberme escrito una carta más cutre.
En ese momento, al mirar de reojo a Fer, vi que bajó la cabeza y se sonrojó un poco.
—No te quejes, que a ti ya te han escrito y no llevamos ni dos días con los nombres —dijo enfurruñada Noelia.
—Bueno, pero te habrá dicho algo de él ¿no? —y aquí afloran las intenciones de Rubén.
—Si decirme que es un niño es algo relevante, pues sí pero para mí no es absolutamente nada.
Observé la escena desde mi posición privilegiada. Veía cómo Rubén le echaba una mirada de reproche a Fer y él se limitaba a bajar otra vez la mirada y ponerse cada vez más rojo.
Tras esta charla, nuestro periodo de descanso terminó y nos tuvimos que marchar a las actividades dejando a la mariquita en el verde pasto. No tardó en mandarme esa misma tarde otra carta con algo más de consenso y sentido común pero eso no quita que fuese torpe a la hora de escribir, por lo menos a mí. Me encantó molestarle mientras la escribía porque yo no hacía otra cosa que seguirle para pedirle que jugara conmigo y él corría de un lado a otro intentando evitar que leyese algo de lo que ponía en el papel.
Dos días después, durante la comida, recibí una carta. Algo bueno de los buzones en estos campamentos es que puedes escribir a quien quieras, no sólo a tu amigo invisible. Y eso hizo Fer aquel día, me mandó una carta a su nombre. Me contaba un pequeño chiste y con él me decía después que se había enterado de la existencia de una reserva de helados en la cocina. Sin embargo esto no fue lo que me llamó más la atención de esta carta. Con rapidez saqué de mi bolsillo las dos cartas de mi amigo invisible y bajo la mesa las comparé con la de Fer. Mi vista iba de una a otra, dejando cada vez más claro que mi amigo invisible era él... Y que era demasiado ingenuo como para fingir una letra diferente en mis cartas.

ESTÁS LEYENDO
Una sonata para ti
Teen FictionElisa y Fernando son amigos desde que eran niños pero con el paso de los años Elisa no lo ve como tal sino como alguien con quien quiere compartir más que una amistad. Pero, ¿cómo conseguir algo así si incluso ser amigos ha pasado a un segundo plano...