La recta final

52 4 3
                                    

Capítulo 46

Narrador

Tres años han pasado desde aquel primer curso de universidad. La fecha de graduación se acerca y con ello un momento importante para aquel grupo de amigos. Con esperanzas y sueños puestos tras su obtención del título, preparan ilusionados la llegada del esperado día.

Sin embargo, no es lo único que llega en esas fechas. El vigésimo segundo cumpleaños de Elisa se sitúa a una semana de la ceremonia de clausura de la promoción, ese mismo día, y los preparativos de ambos eventos se mezclan. Mientras Elisa y Bea deambulan por el centro comercial en busca de los últimos complementos para sus atuendos de graduación, Fernando y Carlos se apresuran para organizar la fiesta de cumpleaños en el apartamento de ellas. Las chicas, tras llevar consigo sus zapatos, se acercan al establecimiento donde Elisa y Fernando habían encargado sus atuendos.

―Sigo pensando que por muy romántico que sea me parece ridículo que vayáis a juego ―espeta Bea mientras la dependienta, al verlas entrar, las saluda y se introduce en el almacén en busca de los trajes.

―No seas tan quejica. Sólo son del mismo color, ni que llevásemos estampados iguales o algo similar.

Bea bufa exasperada pero no vuelve a replicar. Un par de minutos después la empleada sale del almacén con dos fundas que ocultan el traje de Fernando y el vestido de Elisa.

―Aquí está su encargo ―informa sonriente la mujer del establecimiento―. Hemos abierto los bolsillos de la chaqueta del traje para que no tengáis que hacerlo vosotros.

―Muchas gracias ―contesta Elisa con una sonrisa antes de coger los trajes y salir del establecimiento.

A partir de ahí se convierten simplemente en dos viejas amigas que pasean por un centro comercial, charlando y riendo, recordando las experiencias vividas en esos años juntas, despreocupadas por el tiempo y sólo preocupadas por encontrar un lugar donde darse un capricho de cumpleaños. Una pastelería les llama la atención y deciden tomarse un café acompañado de una porción de tarta selva negra. Su conversación mientras degustan su merienda es amena y alegre, tocando desde temas banales como el último éxito de su cantante favorito hasta otros de mayor importancia.

―No me has contado cómo os fue a Carlos y a ti ayer ―inquiere Elisa dando un sorbo a su bebida.

―No nos han convencido ninguno de los pisos que vimos por lo que hemos decidido que escogeremos entre el piso que está frente al parque Gredos e incluye una buena terraza y el que está cerca de las pista deportivas y tiene unos metros cuadrados bastante respetables ―se detiene e introduce un pedazo de pastel en su boca―. A veces no entiendo por qué construyen los pisos tan pequeños.

―Por dinero ―concluye―. Y además, no sé a qué viene eso de preocuparte tanto por el espacio del piso si va a ser una residencia temporal para dos personas.

―Sí pero no sabemos con exactitud cuánto tiempo va a pasar hasta que podamos acomodarnos el otro lugar mejor ―Bea alza la mirada de su café y mira fijamente a Elisa―. Yo no tengo un novio que tras graduarse va a ser rico y podrá pagar un bonito chalet con jardín y piscina.

Las mejillas de Elisa se tornan de un fuerte color rojizo. El tema de la herencia de la abuela de Fernando lleva rondando sus cabezas desde que los cuatro amigos decidieron buscar una vivienda tras graduarse. Las dos parejas han buscado lugares para irse a vivir tras terminar la carrera pero sí es cierto que ellos dos no se habían fijado demasiado en el precio y más que pisos habían estado mirando casas o chalet. La idea de ambos es clara y reconocer que quieren estabilizarse lo antes posible no les cuesta admitirlo. El dilema es admitir que usarán ese dinero para los plazos del alquiler, la hipoteca o incluso para el pago total de la vivienda. Aquella cuenta bancaria que contiene la herencia es cuantiosa. No quieren usarlo en su totalidad pero sí al menos para poder tener un alojamiento cuando salgan de la universidad.

Una sonata para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora