Como en los viejos tiempos

166 12 4
                                    

Editado y corregido: 9 de enero de 2016

Capítulo cinco - Como en los viejos tiempos

Elisa

Cuando todo ya está recogido y medianamente limpio nos vamos a la pizzería. Allí, entre risas, juegos y alguna que otra tontería discurre mi cumpleaños. En el momento de darme los regalos me sorprendo al ver una caja enorme que contiene un portátil con su funda y un Ebook. Esta vez se han pasado un poco con el regalo, necesitaba un ordenador pero no era algo de rigurosa inmediatez. Sin darnos cuenta pasan más de las doce de la noche y es hora de marcharse cada uno a su casa. Mañana es el viaje y algunos tienen que descansar y ultimar sus maletas. No obstante nadie quiere que vuelva a casa sola y todos me acompañan hasta la entrada del chalet.

-Feliz cumpleaños -me repite Aurora con un abrazo-. Te traeré un recuerdo del viaje para que no te sientas triste, ¿vale?

-Os voy a echar mucho de menos chicos -dice Noelia con algunas lágrimas-. Prometo acordarme de vosotros en Italia.

-Sí, por supuesto -ironiza Marta-. Después de pasar el día tras los italianos, ¿cierto?

Todos estallamos en carcajadas excepto Noelia. Somos conscientes de que sólo acepta ir allí de vacaciones por los chicos. Tras un poco de charla  Rubén se acerca a mí para despedirse.

-Pásalo bien mientras no estemos y no te preocupes por Fernando, yo me ocupo de mantenerle alejado de las otras chicas.

-Gracias Ru- agradezco con un abrazo-. No sabes el inmenso favor que me haces.

-Créeme, lo sé.

Poco a poco todos se van yendo de mi casa excepto Fer. No sé qué pretende pero por ahora sólo está consiguiendo un silencio incómodo entre los dos. Hasta que al fin decide hablar.

-Sólo quería volver a desearte feliz cumpleaños y pedir disculpas por el estropicio que hemos montado en mi casa -relata rascándose la nuca.

-No ha sido todo culpa tuya Fer, sólo la parte de los fuegos artificiales -comento divertida-. Además, estoy segura que tú no hubieras permitido hornear esa cantidad de pizzas a la vez en tu horno si lo hubieras sabido.

-No, tenlo seguro -niega sonriente-. Sé perfectamente que eso es imposible, por propia experiencia.

Los dos nos reímos a la vez.

-Sin embargo permitiste que Rubén metiese esos artefactos explosivos en tu casa, que son más peligrosos.

- ¡Es que estaba muy ilusionado! -se defiende Fer-. No podía decirle que no a esa cara de amigo pirómano.

Otra vez las risas nos invaden y a mí, un pesado sentimiento de nostalgia. Me es imposible no echar la vista atrás y rememorar los momentos que compartíamos ambos hace no mucho.

-Esto es como en los viejos tiempos. ¿Te acuerdas? Nos quedábamos horas hablando en frente de tu casa o la mía hasta que nuestras madres nos llamaban para que volviéramos.

Levanto un poco la mirada hacia él notando cómo él también es afectado por la nostalgia.

-Sí, era divertido -dice haciendo una pausa-. Aunque si lo piensas no fue hace tanto tiempo, creo que hace poco más de un año.

-En realidad un año, dos semanas y un día -digo en un susurro que casi no pudo escucharse. A veces pienso que es un poco triste llevar esta cuenta.

- ¿Has dicho algo? -pregunta acercándose a mí.

- ¡No! No, no he dicho nada.

El silencio pasa entre nosotros y decide quedarse unos minutos, minutos que consiguen convertirse extrañamente para mí en horas de incomodidad.

- ¿Por qué? -consigo susurrar al borde de las lágrimas-. ¿Por qué nos distanciamos de esta manera?

-Creo, creo que fue cuando el grupo empezó a quedar más por separado que todos juntos -intenta recordar Fer-. Tú quedabas con las chicas y yo con los chicos. Después de eso, bueno...

Fer se detiene ahí, y no nos hace falta a ninguno de los dos que continúe. Ambos sabemos el resto de la historia, sólo falta decir que nos habíamos retirado involuntariamente la palabra el uno al otro. En ese momento, mi móvil comienza a sonar. Es mi madre, lo sé, y no puedo evitar sonreír ante las similitudes.

-Mira, igual que...

No puedo terminar porque Fer me tapa la boca con su mano y ruega silencio con la otra. Me callo -no sin antes ponerme nerviosa por el repentino exceso de contacto- y de esta forma puede escucharse claramente mi tono de llamada. La melodía de un piano resuena alrededor de nosotros y empiezo a ponerme nerviosa. Que no se dé cuenta, por favor.

-Esa... ¿Esa es la sonata que te compuse?

Maldición, se ha acordado. Me pongo roja al instante, Fer acaba de descubrir uno de mis secretos mejor guardados y encima es sobre él. Asiento y él quita la mano de mi boca.

-Sí, es esa sonata. Aunque nadie sabe cuál es.

-Pero yo nunca llegué a tocarla en público. ¿Cómo es que la tienes de tono de llamada?

¿Por qué ha tenido que preguntar eso? No podía haber dicho "me alegra que te acuerdes de ella" o algo similar. No. Tenía que preguntarme. Ahora tendré que contarle otra cosa más.

-Bueno, después del campamento decidí tomar alguna que otra clase de piano para saber tocarla.

Levanto un poco la mirada y le veo sorprendido ante la información que le he contado. Normal, nunca se lo dije y menos aún me ha escuchado tocar alguna vez. Excepto ahora la grabación.

-Entonces, quien está tocando la canción ¿eres tú?

-Sí...

En ese momento se corta la música.

-Tengo que llamar a mi madre, seguro que se ha preocupado al no coger el móvil.

-Sí, claro. Por supuesto.

La llamada no dura mucho ya que al saber que estoy en el portal mi madre ha dejado de preocuparse. Al terminar vuelve a hacerse el silencio.

-Sabes, tocas muy bien.

-Gracias -respondo nerviosa y un poco sonrojada.

Estamos en una situación un poco incómoda, pero por alguna extraña razón noto que nos estamos acercando el uno al otro.

-Y bueno, quería decirte que estás muy guapa.

-Ah, muchas gracias -digo poniéndose roja otra vez.

La distancia entre nosotros cada vez es más corta.

-Ojalá no nos hubiéramos separado nunca.

En eso momento nos miramos a los ojos con intensidad. Él mira mis grandes ojos color miel y yo sus brillantes ojos verdes. Ahora entre nosotros hay apenas unos centímetros de distancia que a punto están de esfumarse. Fer se acerca lo suficiente para casi rozar mis labios y en ese momento pienso en Aurora, en que a ella también le gusta Fer y por no hacerla daño me aparto para evitar el beso.

-Lo siento, no puedo hacerlo.

Y sin volver a mirarlo entro en casa.

Una sonata para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora