07. Manchas de labial

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Quería deslizarme fuera de mis tacones, pero nunca fui ese tipo de chica. Siempre fui muy estricta con respecto a los tacones, si decidías usarlos, sufrías todo el dolor para lucir bien, y no los abandonabas a mitad de la noche. Así que, mientras entraba al cálido ambiente de Pop's, las risas entrando en mis oídos al notar la parte posterior con las cabinas llenas de estudiantes que también dejaron el baile un poco temprano, mis pies estaban matándome. El grupo de gente no me estaba prestando ninguna atención sin embargo, demasiado ocupados inhalando malteada a través de su nariz. Con mi cabeza baja, demasiado paranoica de que los demás estuvieran mirándome, susurrando sobre el secreto público de mí siendo enviada a una institución mental, hice mi camino hasta el restaurante.

Ni siquiera necesitaba mirar hacia arriba para saber dónde estaba sentado, con un café a su lado. Él siempre estaba aquí tarde por la noche. Este era su cielo, el lugar al que venía a sentirse solo pero a salvo. Me tumbé en la cabina, el cuero pellizcando en mis muslos.

—Nunca te sentó ser el tipo de chica que rechazaba un baile escolar —dijo Jughead, sus ojos nunca dejando la pantalla de su laptop. Froté mi tobillo, viendo una tira de piel roja frotada—. ¿Reggie no quiso bailar contigo o algo?

Gruñí, descansando los codos en la mesa. Sostuve mi cabeza en mis palmas, mirándolo. Su gorro favorito, pellizcado en la cima, estaba sobre su cabeza, haciendo una pequeña sombra sobre su frente. Un mechón de cabello negro colgaba por su oreja y me pregunté por qué lo usaba todos los días.

—De hecho, la línea estaba demasiado dura esta noche. Con todo el pueblo enterándose de que no estaba en un internado, parecía un poco demasiado.

Jughead miró hacia arriba, sus dedos deteniéndose sobre su teclado. —Oí algo sobre eso —se encogió de hombros, tratando de hacer la situación un poco menos pesada. Aprecié eso, a pesar de que él nunca estuvo realmente interesado en los chismes del pueblo.

La mesera vino, con un apuntador y un bolígrafo en mano. Ordené un plato de papas fritas y dos hamburguesas de queso, sabiendo muy bien que Jughead podía comer. Ella no se me quedó viendo, a pesar de tener edad de secundaria. Sus ojos ni siquiera se agrandaron con curiosidad e inquisición, no como todos los demás en este estúpido y pequeño pueblo. Ella se marchó con una pequeña sonrisa y todo pareció un poco menos oscuro con el hecho de que no se preocupó ni remotamente por el escándalo familiar.

—Lo siento —solté cuando me quedé callada.

Jughead ladeó la cabeza. —¿Por qué?

—Por no decirte —empecé, mirando hacia abajo a mis manos—. No debiste enterarte de ese modo, aunque sabías que no estaba en un internado. Pero igual, debió venir de mí y no de alguien más.

Él se quedó en silencio por un momento y pude ver su mente haciendo tictac. Jughead siempre era tan calculador, siempre más inteligente de lo que la gente le daba crédito. —Bueno, estás equivocada. Pero puedo perdonarte por ello. Acabas de comprarme una hamburguesa de queso.

Sentí mis labios curvarse en una sonrisa, y sólo le sacudí mi cabeza. Me puse contra la ventana, dejando que mis piernas descansaran hacia afuera en el asiento de cuero. Con mi espalda presionada contra el frío cristal, mi mentón descansando en mi hombro mientras continuaba mirándolo. —¿Puedo preguntarte algo? —inquirí.

Jughead asintió. —Me lo preguntarás de todas formas.

Él no estaba equivocado al respecto. —¿Qué pasó entre tú y Archie? —La pregunta me había estado persiguiendo desde que volví a la ciudad. Los dos habían sido siempre tan unidos, pero después de haber estado un año lejos, todo era diferente. Sentía como si me hubiese ido por más de un año, viendo esa grieta entre ellos.

FALSE ALARM ° JUGHEAD JONES (ESPAÑOL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora