Las palabras se las lleva el viento

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Narra Mica

Me vestí tan rápido como pude. No tenía mi teléfono móvil ya que la otra noche Rama me obligó a venir aquí corriendo. Él lo hacia todo por mi, daba hasta lo que no tenía por mi...me imagino como se debe estar sintiendo, ¿por qué todo sale tan mal? es un desastre.

Salí del aseo y bajé a la recepción del hospital. No me habían dado el alta, así que trate de pasar de desapercibida. Una vez salí del edificio pensé a donde podría a ver ido Rama, elaboré una lista mental de lugares:

-Entrenando en el estudio.

-Con Soso.

-En su casa.

-En nuestro lugar especial.

Decidí empezar en este orden para ir descartando los lugares más obvios y cercanos. Metí las manos en mis bolsillos, pero no tenía ni un centavo. Me tocaba ir del hospital hasta Combate andando. Genial. Por suerte para mi no hacía mucho calor, así que la opción de desfallecer por un golpe de calor no era muy probable.

Estuve andando cuarenta minutos hasta que llegué. Para ahorrar tiempo decidí preguntarle a una chica que formaba parte de la producción si lo había visto. Ella siempre se ponía en la puerta para controlar nuestras entradas y salidas, además de los horarios, aunque muchas veces obviaban lo segundo.

-¿Has visto a Rama?.-Pregunté jadeando.

-No, pero no pareces estar en muy buen estado Mica...parece que tienes...-

-Losé.-La corté tratando de recuperar la respiración. Necesito si no te importa algo de agua y un teléfono y el número de Sosó, ya sabes la novata novia de Rama.-Dije tratando de recuperar la respiración.

-Si, no te muevas.-Asintió preocupada.

Mientras la esperaba traté de resistir las ganas de rascar las heridas causadas por la varicela. Picaban demasiado, y más aún por el sudor que recorría mi cuerpo debido al esfuerzo y la caminata. Cerraba los ojos y apretaba los dientes, tratando de tomar fuerzas.

-Aquí esta.-Me tendió la botella y el teléfono junto con un papel, donde estaba apuntado el número de ella.

Me senté en el suelo del pasillo. Le di un trago a la botella y marqué el número de Sofía.

-Vamos responde.-Dije ansiosa escuchando los pitidos previos.

-¿Sí?.-Atendió ella finalmente.

-¿Estás con Rama?.-Pregunté agitada.

-No, desde hace un par de horas no hablamos ¿Ocurre algo?.-Denoté cierta preocupación en su voz.

-No es nada. Gracias.-Colgué rápidamente. Me levanté con mucho esfuerzo, apenas tenía fuerzas. Suspiré pesadamente. Le devolví el papel y el teléfono a la productora que me miraba atentamente muy preocupada.

-¿Estás bien seguro?.-Preguntó.

-Sí, te robo la botella.-Hice un esfuerzo por sonreír, aunque era lo que menos me apetecía.

Sentía como un dolor agudo invadía mi cuerpo a cada paso que daba, a cada intento de respirar que hacia. Pero no podía irme a casa así, no. Sabía que él no me respondería las llamadas, si con suerte aún no ha bloqueado mi número.

Salí del estudio como pude, con paso lento y aferrándome a la botella, como si esta me fuera a dar fuerzas para seguir, cuando realmente solo descargaba mi dolor apretándola. Sentía que mi cuerpo no podía más, pero tenía que seguir.

Puse rumbo hacia su casa. Mientras caminaba notaba la mirada preocupada de la gente y sus murmullos, seguramente pensaban que estaba loca, drogada o las dos. Y ciertamente en algo si tenían razón: iba a perder la cordura si no lo encontraba.

Después de un largo y arduo camino, conseguí llegar a su casa. Cuando estaba a un par de metros, mi cuerpo cayó en la acera. Mis rodillas se clavaron en el suelo como una sombrilla en la arena de la playa. Una mano la tenía apoyada en el suelo, mientras la otra rodeaba mi vientre. El dolor cada vez era más intenso, notaba ese malestar cada vez mayor. Los calambres invadían cada músculo de mi cuerpo, y la fiebre comenzaba a subir como la marea las noches de Luna Nueva.

Bebí los últimos sorbos que me quedaban de agua y lancé la botella con rabia. Suspiré pesadamente y reuní todas mis fuerzas. Me levanté y me fui ayudando de la pared, en la cual me apoyaba para poder andar.

Cuando llegué a la puerta comencé a chillar su nombre, por que no tenía fuerzas par mover un músculo más de mi cuerpo y llamar al timbre o tocar la puerta.


Narra Rama

Estaba encerrado en mi habitación tratando de tocar la guitarra, pero estaba desafinaba y no conseguía afinarla correctamente. Grité molesto y la lancé. Estaba tan enfadado que ni si quiera me importaba haber hecho trizas lo mejor que ahora me quedaba en la vida: Mi música.

Me tiré en la cama boca arriba y traté de dormir, pero claramente no podía. De repente comencé a escuchar unos gritos que provenían de abajo.

-¡Rama!.-Gritaba una voz desesperada. Era Micaela.-¡Rama!.-Volvió a gritar, pero esta vez su voz se notaba cargada de dolor.

Bajé las escaleras pensando cómo hacer frente la situación. Respiré profundamente y cerré los ojos. ''Manten la calma, no la puedes obligar a que te quiera'' me dije a mi mismo. Abrí la puerta y miré la estampa.

Micaela estaba manteniéndose en pie a duras penas. Su cara estaba pálida y descompuesta. Su ropa empapada en sudor, hacia que sus heridas causadas por la varicela se notaran más rebeldes y rojas. Sus ojos estaba entrecerrados, y sus labios secos como si hubiera sufrido una deshidratación, causado seguramente por la alta fiebre que tenía y que dejaban ver sus mejillas que estaban de un color rojo intenso.

-Micaela cómo has venido hasta aquí.-Pasé su brazo izquierdo por mi cuello y la ayudé a caminar. Cerré la puerta de casa y la subí hasta mi habitación.

-Rama, ¿estás ahí? ¡Rama!.-Comenzó a decir con los ojos cerrados.

-Tranquila.-La tumbé en la cama.-Es la fiebre, estás delirando.-Acaricié su frente.

Entre corriendo al baño y mojé una toalla. Rápidamente se la puse en la frente y me senté a su lado en la cama. A los pocos segundos ella se sumió en un profundo y doloroso sueño, seguramente esto lo provocaban los fuertes dolores que tenía. La expresión de su rostro mientras dormía era de un profundo y agudo dolor, de hecho se movía incómoda debido a esto.

Bajé hasta la cocina y saqué unos analgésicos del botiquín y preparé una tila lista para calentarla nada más despertara. Volví a subir a la habitación y me senté a la orilla de la cama a su lado. ¿Realmente se sentía tan arrepentida cómo para venir a buscarme en este estado físico tan deplorable? definitivamente sí. Y eso me hacía olvidar todo lo ocurrido, aunque cuando estuviera mejor, me debía una charla.

La miré como dormía, sin parar de moverse y hacer expresiones de dolor. Ojalá yo pudiera sufrir eso por ella, y así no tener que verla pasar por esto.

-No me puedo creer que hayas venido en este estado a buscarme.-Acaricié su rostro.

Fue ahí cuando entendí que no necesitaba escuchar las palabras mágicas de su boca. Ella no hablaba, ella demostraba. Y eso, eso valía muchísimo más. Porque las palabras se las llevaba el viento, pero los actos perduraban.

Silencio ; RamaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora