Narra Solange:
Estábamos dispuestos a unir nuestros labios nuevamente, tal y como había sucedido hace no menos de veinticuatro horas.
Sin dejar de mirarme, dejó la guitarra en su lugar y me acercó hacia mi. Podía sentir su aliento chocando contra mi rostro y mezclándose con el mío. Ya casi podía adivinar qué es lo que quería; estaba a punto de decir algo, pero se calló y acercó sus labios a los míos. El ritmo en el cuál sus labios se movían era lento, dulce, hasta placentero si lo mirabas de cierta forma. Todo este juego de tira y afloja me llevó a hacer algo de lo que no me creía capaz hasta ahora; me agarró de la cintura y me levantó, pasé mis piernas a cada lado de su cintura, quedando sentada a horcajadas sobre él, puse mis manos en su cuello.
Nos separamos un momento para tomar aire, lo miré fijamente sin decir nada.
Mierda. Le brillaban los ojos, tenía los labios tentadoramente rojos de tantos besos y tenía la respiración muy agitada. Pasaban los segundos y seguiamos en la misma posición, mirándonos, tratando de saber qué es lo que pensaba el otro.
Un sonido estruendoso hizo que ámbos diéramos un salto y saliéramos del trance en el cuál estábamos. El sonido provenía desde el otro lado de la puerta de entrada, alguien estaba golpeando repetidamente la puerta con los nudillos, supuse que sería el chico del delivery.
Guido me dio una última mirada para luego moverme con cuidado y levantarse del sillón. Caminaba hasta la puerta a paso muy lento, pronunció algo entre dientes, algo que no pude escuchar con claridad.
Abrió la puerta y miró fijamente al chico, esperando a que éste dijera algo. El muchacho me miró por encima de los hombros de Guido e hizo una mueca.
—¿Interrumpo algo?—¿Vos qué pensas?
—Eh... Perdoná hermano.
—¿Cuánto es? —Preguntó ignorándo las disculpas del chico.
—Cuarenta y cinco...
Después de pagarle y tener las bolsas con comida en sus manos, le cerró la puerta en la cara y me miró sin saber qué decir, por lo tanto, respiré hondo y decidí hablar yo.
—Eh... ¿Comemos ya?—Bueno, pero ¿qué hago con la comida?
—¡Guido!
No pude evitar ponerme roja como un tomate después de ese comentario, él sólo se reía divertido y me miraba con complicidad.
Comimos en tranquilidad, hablando sobre su vida y tambien sobre la mía. Pero claro, nada se compara con la exitosa vida de un músico conocido como lo es él. De a momentos me sentía un poco intimidada, pero esa sensación iba desapareciendo cada vez que él sonreía y me daba cuenta que al fin y al cabo, a pesar de ser lo que es, no deja de ser un chico normal.
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Sacrificios [Guido Sardelli] [Sin editar] ©
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