Narra Solange:
Estaba abrazada a una de las almohadas que siempre solía tener sobre la cama, tenía los ojos llorosos pero no estaba llorando ni tenía intenciones de hacerlo, aunque sabía de ante mano que sólo me hacía falta un pequeño empujoncito para que me cayera al pozo en el que segundos después me estaría ahogando en mis propias lágrimas. Quizás estaba siendo demasiado drámatica, aunque, sólo piénsenlo; la persona que más amaba -y sigo amando- en éste patético mundo me engañó con una chica que al parecer es la recepcionista del hotel en dónde actualmente se hospeda. Conclusión: me hicieron dos veces lo mismo.
¿Merezco un premio por ser la más estúpida o merezco un poco de valor y actitud para superar todo eso? En mi opinión personal, un poco de ambas no me vendría nada mal...
Nadie sabe sobre el amor, y los que creen saber, están equivocados. Por desgracia yo era una de esas personas que creían potentemente que sabían todo, pero no, fue bastante duro el golpe que recibí contra el asfalto cuando me dí cuenta de que todos esos momentos en los que creí que nadie podría contra mi, estába totalmente equivocada. No soy indestructible ni nada por el estilo, todo lo contrario, soy demasiado vulnerable.
Creí saber lo mucho que Guido me amaba, creí saber cuándo comenzó a sentir cosas fuertes por mi, creí saber cuando me decía la verdad y cuando me estaba mintiendo [A mi parecer siempre había sido sincero conmigo], creí que yo era todo lo que le importada, creí en él.
Creí. Ese fue mi principal error.
No quería hablarle, pero tampoco me quería quedar callada. Estaba esperando el momento justo en el cuál mis emociones culminen y me terminen consumiendo, haciendome esclava de mis deseos reprimidos.
¿Que deseaba? Simple. Era tan claro como el agua; quería borrar esas imágenes de mi mente, quería no haber ido nunca hasta el hotel. Quería volver el tiempo atrás y no enamorarme de Guido. Desafortunadamente, no controlo el tiempo y no puedo satisfacer esta necesidad que, actualmente, es mi prioridad.
Siempre había oído decir a todos que "Cuando te diviertes, el tiempo pasa volando...", pues ésta vez no me había divertido y el tiempo había pasado frente a mis ojos y yo ni siquiera me enteré. Ya estába amaneciendo y eso sólo significaba una sola cosa; Guido me afectaba incluso cuando no estaba cerca mío. Con suerte había dormido dos horas completas y el resto del tiempo me la había pasado pensando, con la vista fija en alguna parte de la habitación. Y eso sólo era porque estaba trastornada, tal y como me había pasado la primera vez que ví una película de terror y en la noche creía ver sombras y oír cosas durante toda la noche. De hecho, no hay mucha diferencia entre ésa vez y ésta, si cierro los ojos los puedo ver y no es algo digno de admirar, bueno, ¿quién podría admirar al amor de su vida con otra persona? Esa persona aún no ha nacido y seguramente nunca lo hará. No es normal, no está en la forma de ser del Ser Humano del siglo XXI.
No lo soportaba más. Las horas que habían pasado desde el incidente me atormentaban cada vez que parpadeaba y veía por un milisegundo el interior de mis párpados y en ellos estába Guido y la 'otra', la película se títulaba "El desengaño amoroso: Parte II", y no era de mi agrado.
Comenzaba a irritarme la forma en la que mi cerebro sacaba todo tipo de conclusiones partiendo de un 'simple beso', si es que realmente se trataba de eso... Es decir, eso fue lo que mis ojos vieron, pero ¿y si hubo algo más?
No quería profundizar el tema, no me atrevía a meterme en aprietos de semejante importancia sentimental para mi, y si lo hacía, saldría emocionalmente dañada y tardaría muchísimo tiempo en recomponerme.
Ya cuando me harté de estar en la cama, pensando en todo lo trágico que me ha tocado vivir en mis cortos veintidós años de vida, me levanté y me tomé mi tiempo para ducharme y desayunar.
Revolvía el café sin ganas, esperando a que se enfríe para tener un excusa sólida y no tener que beberlo; se me había ido el apetito y estaba cien por ciento segura de que no volvería hasta dentro de unas horas.
Tenía la computadora portátil y el celular que no había dejado de sonar en toda la noche, el cuál luego de unas cuantas llamadas que no contesté, apagué y dejé sobre la mesa de luz, para poder sumergirme tranquilamente en mis pensamientos y darme el derecho de amargarme completamente sin interrupciones.
Necesité de varios minutos de preparación espiritual y física para juntar valor y finalmente agarrar el aparato y marcar su número.
Debo confesar que no estába felíz ni con los temblores que me habían invadido por completo, ni con las puntadas que me daban en el pecho con cada segundo que pasaba y él no contestaba la llamada.
Estaba a punto de rendirme, ya había sonado más de dos veces y tenía el profundo presentimiento de que seguiría sonando y nadie me atendería del otro lado de la línea.
—Hola.
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Sacrificios [Guido Sardelli] [Sin editar] ©
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