Capítulo 2. Le Petit Pirate

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   Había pasado un mes a bordo de la embarcación de Janick Blaze; y Jacqueline, es decir, Jack, había sido aceptado como uno más de la tripulación, si bien, a veces, el trabajo le parecía duro y aburrido, lo hacía casi siempre con gusto. Por primera vez, se sentía libre y nadie la andaba corrigiendo minuciosamente; la vida como niño era mucho mejor que esa otra que conocía, llena de mentiras y protocolos. De alguna forma, a pesar del trabajo, las órdenes y las bromas, lo consentían, se sentía como parte de una gran familia. El capitán Blaze, si bien no solía estar mucho tiempo pendiente de él, cuando lo hacía era amable; jamás se sintió inferior ni despreciada; por primera vez, era feliz.

   Su inglés no era muy bueno, pero, progresaba bastante rápido, aunque, todavía intercalaba palabras en francés cuando no conocía su traducción. Allí, aparecía Paul que era como un diccionario andante al cual siempre podía acudir. También estaban James, el callado y sonriente timonel, era un hombre negro como el ébano; Terry, un muchacho de quince años tan pelirrojo como su Solange; Bret, un hombre enorme con cicatrices por donde a uno se le pudiera ocurrir; Roger, un alegre gordito, el cual solía tocar su acordeón; y Henry, que era el más viejo, tenía parche y pata de palo, él se dedicaba de las provisiones y sabía muchas historias interesantes. Pero, había alguien en especial, quien aparentemente era el encargado de cuidarla: Joey.

   El buen Joey era mudo, pero, se hacía entender mediante señas y, sino, por escrito. Él siempre le hacía compañía, por las noches, cuando al igual que todos debía acomodarse por doquier, Joey siempre se tumbaba cerca cual ángel velando sus sueños. En las horas del día, solía hacerle trucos; hasta un día, había tallado un trozo de madera para ella, cuya forma no reconocía, aunque suponía que era un animal. Más tarde, le explicaron que era un delfín, un ser acuático bastante gracioso y le aseguraron que algún día vería todo un cardumen de ellos.

   Claro que, en esta nueva vida, no todo era color de rosa. Jacqueline no podía evitar temer cuando bebían demasiado y se peleaban entre sí o, a veces, hasta pretendían enroscarla a ella en el embrollo; pero, siempre estaba Joey para defenderla o ayudarla a escabullirse; o el mismo Capitán Blaze, al cual era raro verlo borracho a pesar de que bebía casi tanto como cualquiera; así inventaba órdenes solo para sacarla de la situación, como por ejemplo, asear su camarote o ayudar al viejo Henry en "la cocina".

   Aunque era el grumete, no ejecutaba todas las obligaciones de tal cargo, a causa de su edad y escaso tamaño, entre ello, prepararle el baño al capitán, elevar alguna vela; en fin, todo lo que fuera pesado o poco salubre para un "niño tan enclenque" como decía Erick. Y Janick solo sonreía y respondía que ya vería los resultados conforme fuera creciendo, a lo que su amigo le refutaba con un "si lo logra" y el capitán le respondía: "lo hará".

   —¿Jack, muchacho, dónde estás? —Blaze gritó en la puerta del camarote.

   —¡Aquí, Capiten! —Apareció bajando del puente. Su ropa ya estaba sucia y algo gastada, su camisa ya no la llevaba como de costumbre sino atada a la cintura. Su cabello seguía atado, pero, jamás prolijo; la brisa marina se encargaba de que pareciera recién levantado.

   —Toma. —Le dio un par de botas—. Lústralas.

   —Sí, Capiten. —Ella la tomó con sus pequeñas manos; admiraba las botas de los piratas y se preguntaba cuándo ella tendría las propias. Sería un pirata muy elegante.

   —Cuando termines, vuelve a pasar. Hay una camisa que está rota. ¿Sabes coser?

   —¿Coseg?

   —Sí, coser, zurcir; aguja, hilo... Remendar ropa. —Blaze intentaba que relacionara alguna palabra.

   —Raccommoder, mon petit! —Paul exclamó a pocos metros de allí sin siquiera voltear a verle, jugando a las cartas con otros más.

El Legado del Capitán RoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora