Capítulo 20. El encuentro. (Parte 1)

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   —¡Oh, por favor, hermano, no seas así! ¡Nunca confían en mí; Jacqueline es menor que yo y va y viene a su gusto!

   —Jacqueline no se escapa con nadie, Rachel, y tampoco sale sola; o va con Lèon o con alguna criada.

   —¡Antes de ayer se fue sola!

   —¡No inventes, Rachel! —el Marqués la acusó—¡Jacqueline jamás haría una insensatez como esa; las señoritas salen acompañadas o no salen!

   —¡Pues, entonces, que no salga, porque no es la primera vez que se marcha sin compañía! —Salió enfadada del estudio y fue presurosa a encerrarse en su cuarto. Claude resopló fastidiado; su hermana era imposible. En eso, apareció su esposa.

   —¿Qué sucede, Claude? —Se acercó a él.

   —¡Ay, Annette! —Aferró su mano para atraerle junto a él—. Dime, ¿soy injusto con mi hermana?

   —¡Oh, Claude! —Le acarició el rostro—. Eres el hombre más bueno y dulce que yo haya conocido.

   —Sin embargo, a veces, me siento un ogro.

   —No te aflijas. Tu hermana está en una edad difícil y es normal que desee relacionarse con jóvenes de su edad.

   —¿Y qué hay de Jacqueline? En todo el pueblo se rumorean cosas y yo me siento totalmente impotente, porque no puedo invertir la situación.

   —Temo, mi amor, que Jacqueline es más fuerte que nosotros dos juntos y ya no está en nuestras manos.

   —¡Pero, es una niña!

   —Estuvo a punto de casarse, Claude; y creo que si escapó fue porque, aún entonces, era una niña, pero, hoy, ya no; sabe cómo manejarse de la maldad de la gente y hasta de los hombres. El único que realmente me preocupa es Renoir, porque no tiene límite alguno.

   —Pues, para mí no deja de ser una chiquilla. Al final, el que menos problemas me trae, es Lèon.

   —Lógico. —Ella rió abrazándose a su cuello.

   —¿Qué insinúas? —él agudizó rodeando sugestivo su cintura.

   —Nada, cariño. Solo que las mujeres somos más complicadas.

   —¿Sí? —Sonrió mirándole los labios con los párpados entrecerrados.

   —Sí. —Le correspondió la sonrisa tentándolo a besarla.

   —¡Papi! ¡Mami! —interrumpieron los pequeños gritando desde el exterior; Annette se dio vuelta hacia sus hijos que ya estaban en la estancia; en tanto, Claude mantenía una mano sobre su cintura.

   —¿Qué quieren, mis chiquitines? —la madre preguntó amorosamente.

   —¿Hoy es domingo, no? —Maurice cuestionó—. Queremos ir a pasear al parque.

   —¡Sí; al parque! —Sophie lo secundó fehacientemente.

   —¿Qué dices, papá? —La Marquesa lo miró de reojo; pero, Claude, que generalmente era consentidor, parecía que esa vez no tenía ese tipo de planes. Ella le echó una mirada de disculpa, mas, él sonrió sin soltarle, como si tuviera todo bajo control.

   —Vayan a llamar a Lèon, Jacqueline y Rachel; irán con ellos.

   —¡Bien! —Festejaron los pequeños con brincos.

   —¡Vamos pronto, Sophie! —Maurice salió como una flecha.

   —¡Espérame! —se quejó la más pequeña yendo tras él.

El Legado del Capitán RoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora