Capítulo 11. Castigo y Lágrimas

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   —¡Jack! —el maestre gritó—. ¿Qué pasa contigo, muchacho? ¡Vas muy lerdo hoy!

   —¿Lerdo? —Se enfadó arrojando el cepillo en el balde y poniéndose de pie con las manos en las caderas. Desde el día siguiente al accidente de la taberna, su vida se había vuelto casi imposible. El capitán Blaze se había tornado parco con ella y daba la sensación de que le echaba la culpa de aquel incendio o de su pelea con su adorable Tamara. Y Erick, simplemente del simpático cómplice de burlas contra esa arpía, ahora, se la pasaba todo el tiempo fastidiándola, tratándola de flojo y debilucho; motivo por el cual, parecía que ella debía hacer todos los labores que se le ocurriera y el capitán parecía estar de acuerdo. ¡Hombres!, pensó. Ahora, comprendía cuando Cristine le decía que eran amables hasta que se cansaban—. ¡He estado fregando toda la maldita mañana sin parar, señor Jones! ¡Y solo puedo estar en un sitio por vez, así que, su endemoniada vela tendrá que esperar a que termine, si quiere que termine!

   —¿Qué manera de responderme es esa, jovencito? ¿Quieres que te arroje por la borda? —Bajó a cubierta quedando a unos pasos de Jack.

   —¡Quiero que no pida imposibles, señor Jones! ¡Sino pruebe usted mismo trabajar un poco en vez de solo ordenar!

   —¡Ven aquí! —Lo sujetó de las orejas haciendo que tuviera que ponerse en puntillas para atenuar el dolor—. ¡Mientras yo esté a cargo, tú harás lo que te diga y me tendrás el respeto correspondiente!

   —¡Ay! ¿Por qué? ¡Esto no es el ejército del rey!

   —¡Claro que no; aquí es peor y te lo demostraré! ¡Acaba de limpiar ahora! —Lo soltó y Jack se frotó la magullada oreja viendo cómo se alejaba.

   —¡Bruto! —exclamó para sí, mas, Erick tenía un excelente oído y se acercó más rápido que antes, sin darle tiempo a nada.

   Lo tomó de un brazo y lo arrastró hasta el interior del camarote sin importarle las protestas, se hizo del látigo de nueve puntas para salir otra vez a cubierta, siempre con el grumete tironeando para liberarse. Obligó a Jack a inclinar su torso sobre un barril bajo las curiosas miradas de los presentes. Levantó el brazo calculando la fuerza que emplearía, pues, había sido tan sencillo manipularlo de un lado a otro... Su otra mano forzaba a Jack a mantener su torso sobre el barril. Reparó sobre el destino de sus latigazos, por ser un muchachito tan delgado y pequeño poseía unas buenas asentaderas; de no tener las caderas algo estrechas juraría que se trataba del trasero de una mujer, firme, redondeado y exquisitamente encumbrado; algo reducido, pero, primorosamente femenino. Dudó un poco, pensando en ello.

   —Señor Jones —la voz de Jack lo regresó a la realidad—, si va a estar pensando todo el día en qué parte será más doloroso, preferiría terminar con mis quehaceres—. Los ojos de Erick volvieron a endurecerse indignados y el látigo bajó sobre Jack—. ¡Ah...! —exclamó en un murmullo apretando los dientes y sosteniéndose con fuerza del tonel. Eso era bastante doloroso para la suave y delicada piel; pensó que debía buscar algo más para soportar el castigo, por lo qué mejor que insultar—. ¡Maldito asno! —dijo en voz alta en su idioma natal.

   —¿Qué dijiste? —El látigo cayó otra vez.

   Joey se aferró con fuerza a la baranda dando la espalda a la situación, por su bien y el de la niña, no debía entrometerse; aunque, sintiera su dolor como propio. Paul, en cambio, se preocupó ante el primer golpe, pero, al ver la reacción de Jack fue suficiente para saber que nada quebrantaría el indómito espíritu del grumete y le resultó divertida la sarta de improperios dichos por este. Además, Erick no quería dañarlo realmente.

   —¡Espantajo ignorante!

   —¡No comprendo, Jack! —Volvió a azotarle y seguiría haciéndolo por cada vez que él le hablara en francés. Sabía que eran insultos, aunque, no los comprendiera, a excepción de esa última palabra que se lo confirmó.

El Legado del Capitán RoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora