Capítulo 23. Bajo el cuidado de dos piratas. (Parte 2)

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Noches más tarde, Jacqueline no lograba conciliar el sueño; la tormenta que azotaba a Bordeaux era impetuosa y las luces y el sonido de los truenos hacían caso omiso a las pálidas cortinas de sus ventanas, por lo que prefirió levantarse, poniéndose una larga chalina de lana sobre su camisola de noche. Abrió la puerta de su habitación y la cerró tras ella; dio una rápida mirada a la entrada del cuarto de Jones; pensó que realmente era tiempo perdido; ni bien dio unos cuantos pasos que, meditabunda, se detuvo frente a la de Janick; seguro estaba durmiendo. Continuó su camino hacia las escaleras y, luego, a la cocina, dónde se preparó un té. El reloj marcaba la medianoche cuando regresó la taza usada a su sitio. Fue de nuevo al nacimiento de las escaleras, donde se retrasó al oír el abrirse de la puerta del estudio.

—Jacqueline... —la nombró. Su largo cabello estaba libre y se destacaba sobre sus blancas ropas y piernas—. ¿No puedes dormir? —Se aproximó a ella y no pudo evitar rodear su cintura; la joven lo miró.

—No, Janick; por eso bajé a tomar un té... ¿Tú quieres uno? —Él sólo contemplaba su rostro—. Puedo... volver y hacer... —Janick no pudo contenerse y la besó apasionadamente enterrando sus dedos en la negra melena. Ella apoyó sus manos sobre la blanca camisa y le correspondió. No supo cuándo él la levantó en brazos; solo que ya estaban subiendo las escaleras. Blaze la dejó tocar nuevamente el piso frente a la entrada de su recámara, la cual abrió haciéndose a un lado, como si aguardara a que ella decidiera... Jacqueline lo miró a los ojos y, posteriormente, el interior de la estancia; se mordió el labio y retrocedió unos pasos, inmersa en sus pensamientos. Él le sujetó una mano atrayéndola con suavidad hacia su cuerpo, besándola, otra vez; entonces, la observó con dulzura.

—Es inevitable... —susurró ronco elevándola de la cintura, impidiendo que sus pies alcanzaran el suelo. Ella lo observó a los ojos encandilada, después, sus labios que le sonrieron ladinos y se aproximaron a los de ella, a la par que entraban y la puerta se cerraba tras ellos. Blaze se deshizo de sus botas y su camisa, así como del calzado de ella y su chalina que fue a parar por alguna parte de la habitación. Una vez más, la cargó para guiarla al lecho y las horas se extendieron tal cual él había prometido aquella vez.

La muchacha sucumbió bajo sus besos y caricias, acreditando cuán poco entendía en realidad, así como recordó que no valía la pena batallar con el amor. Janick distaba mucho de ser rudo con ella, como tantas otras veces había temido y, hasta en un momento, creyó oír un "te amo", mas, se dijo a sí misma que seguro fue un producto de su imaginación y anhelos. Quedaron desnudos bajo las mantas, encima de estas, se extendían los largos y oscuros rizos de la muchacha, quien todavía no descendía de aquel irreal mundo donde los problemas no tenían cabida, así como tampoco los razonamientos. Su cabeza descansaba bajo el cuello del hombre, mientras, él acariciaba con sus dedos el brazo que estaba sobre él, en tanto, la otra mano le aprisionaba más a su persona.

—¿Mi amor... estás bien? —preguntó casi en un murmullo.

—No sé... Confundida; es... diferente a lo que imaginaba.

—¿Eso es bueno o malo? —inclinó tanto como pudo su cabeza para verle.

—¿Sabes qué pensaba antes, verdad? —Él sonrió.

El Legado del Capitán RoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora