Capítulo 7. El Fantasma de Rooth

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   Julio de 1703, Jack era enormemente feliz; otra vez, rondaban por aguas inglesas y ella ya había conseguido una sable como el resto, el día de su cumpleaños, que se sumaba al puñal y al sable bucanero que ya poseía. Las prácticas con Joey habían comenzado a ser más duras y exigentes desde aquella vez que había enfermado en Portugal, aunque, jamás le había dado explicaciones por ello ni por sus enfados ante el más mínimo error, lo cual, no era común en Joey porque era un hombre de suma paciencia. Ella por su parte, tampoco le preguntaba al respecto, pues, sabía que todo era por su bien y que debía esforzarse si deseaba sobrevivir como pirata. Además, Joey ya le permitía combatir con sus propias armas.

   Joey parecía más enojado que nunca ese día, por segunda vez Jack había cometido el mismo error: descuidar su flanco derecho. Sabía que en esa mano llevaba su sable, pero, él le exigía perfección, debía ingeniárselas en atacar y defender al mismo tiempo. Ahora mismo, había logrado acorralarlo y si, en verdad fuera una batalla, ya estaría muerto. Y le dio a entender su disgusto golpeando el arma contra el suelo de la cubierta.

   —¡No otra vez! —el grumete protestó—. ¡Lo siento, Joey! ¡No puedo evitarlo! Además, ya hace más de una hora que estamos luchando, estoy agotado—. Joey le hizo señas de que era un flojo. Janick, que estaba de espectador, intercedió riendo.

   —Yo creo que por hoy, es suficiente, Joey. No aprenderá nada si ya no puede más. Mañana, le darás con más ahínco. —Joey pareció total y absolutamente de acuerdo con la última frase, dándoselo a entender al muchachito para, luego, irse a la bodega a beber un trago. Jack guardó su arma.

   —No sé si agradecerle, capitán...

   —Si quieres quedar bien conmigo, te lo recomiendo —advirtió con una sonrisa que fue correspondida con la característica que se aducía el propio Jack.

   —En ese caso, mil gracias, capitán. —Hizo una reverencia como si se tratara de Su Alteza; Janick rió con franqueza.

   —¡Tampoco exageres!

   —¿Por qué no? Después de todo, abandoné mi lealtad a un rey para estar a su servicio.

   —Nosotros te secuestramos, Jack —le recordó.

   —Lo sé. Mas, recuerdo que también se me preguntó si quería volver con mi padre y mi respuesta fue no. Le prometí lealtad a cambio de seguirle y no me arrepiento; en lo absoluto. —Janick quedó sin palabras—. Además, podría haber gritado o pataleado si así lo hubiera querido; claro que no sé si, luego, hubiera podido contarlo; pero, podría haber hecho un gran lío antes de llegar al puerto; sin embargo, fue sencillo traerme hasta la nave. ¿Hace memoria?

   —A decir verdad, sí. Ni siquiera tuve necesidad de taparte la boca. ¿No tenías miedo, Jack?

   —Al principio, pensé que los enviaba mi padre por mí. Mas, después, cuando sujetó mi mano, algo me indicó que no. Claro que igual tenía miedo, después de todo, ni siquiera estaba en mi tierra.

   —¿Insinúas que, de alguna forma, tú decidiste venir hasta el barco? —James se entrometió extrañado.

   —No sabía ni qué rayos eran, tampoco si me llevarían a un barco, solo... respiré hondo y mandé todo al diablo.

   —¡Pero, solo tenías ocho años!

   —Ocho años de indiferencia y desamor, James, te pueden endurecer más que una vida en el mar. Mas, no puedo quejarme, eso me ayudó mucho y, ahora, estoy aquí y soy feliz. Amo esta vida —aclaró apoyando sus manos en la baranda viendo el horizonte—; es el mejor regalo que recibí y ningún rey me lo hubiera dado. —Observó a Janick y le sonrió—. ¿Ahora comprende, verdad? Estoy seguro de que, alguna vez, sintió lo mismo que yo... Nadie soportaría vivir en el mar si no lo ama...

El Legado del Capitán RoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora