Capítulo 21. La fiesta de Rachel.

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   —¡Vamos, Lèon! ¡Apresúrate! —Jacqueline prorrumpió sobre su corcel morcillo—. ¡A LaMontagne le impacienta esperar!

   —¡Con eso tengo menos ánimo de seguirte, Jacqueline! —comentó a unos pasos detrás cabalgando un cervuno.

   —¡Date prisa! —Se adelantó unos metros.

   —¡Cielos! ¿Por qué no puede dedicarse a bordar y a tejer como las demás? —Apuró a la bestia. Jacqueline llegó a la capilla junto con su compañero, este desmontó y la ayudó a bajar. El sol era agradable, dando una temperatura templada propia del verano. En eso, Andrè apareció por el otro lado del camino y descendió junto a ellos.

   —¡Vaya; qué puntual, chiquilla! ¿Qué hace este aquí? —Reparó en el muchacho—. ¿Vino por su merecido?

   —¿Señor LaMontagne, no va a golpearle, verdad?

   —¿Qué dices, mocoso; te doy unos cuántos puñetazos para ver si resistes?

   —No, gracias. Además, por lo que veo ya recibió algunos por mí —Lèon contestó al divisar el leve moretón del ojo. Andrè lo fulminó.

   —¡Oh, cierto! —Se asombró la Baronesa—. ¿Qué le ha pasado?

   —Cuestiones de trabajo. Y tú, no te hagas el gracioso conmigo o ya verás.

   —Pues, no puedo evitar que me caiga pesado, ¿qué quiere?

   —¡Ya basta a ambos! —ella ordenó—. Vayamos adentro. —Ató a su caballo y se dirigió al interior.

   —Esta vez es seguro —Andrè habló a través del humo de su cigarro, sentado donde siempre—; papito viene hacia aquí, tal como lo predijiste, en tu búsqueda. —Jacqueline exhaló su angustia.

   —¿Qué planes piensa tenga entre manos?

   —No lo sé —dijo con el puro en los labios, cruzando los brazos por detrás de su cabeza—. Déjame ver... —Permaneció pensativo con los ojos entrecerrados; luego, la atisbó a ella y esbozó una suave y cínica risita.

   —¡Señor LaMontagne! —lo reprendió.

   —Sabes que es una gran posibilidad, no eres su hija y tú misma me dijiste que lo insinuó. Aunque... sería muy simple algo así para una mente tan retorcida, ¿no? Renoir es del tipo de personas que no da puntada sin hilo... —Se quitó el habano para exhalar el humo, después, se incorporó y empezó a andar con suavidad por el pasillo central, ida y vuelta. Lèon lo estudiaba con desdén. Por fin, LaMontagne volvió a hablar viendo a la joven—. Mira, chiquilla; da por hecho que querrá divertirse contigo, lo demás, a mi entender, no quedan muchas posibilidades. Te mata o te encierra junto a él para vengarse hasta que se canse; para lo cual te conviene la primera opción o... no sé; también podría casarte con alguien tan truhan como él por conveniencia. ¿Se te ocurre algo más?

    —¿Qué, eso es poco? —Lèon comentó horrorizado.

   —Supongo que no habrá modo de averiguarlo hasta que venga, ¿no? —reconoció resignada.

   —He intentado filtrar a alguno de mis hombres, pero, sin éxito.

   —¿Y... una mujer?

   —¿Te refieres a mis muchachas? —La observó ceñudo.

   —Sí. Alguna muy astuta, que pueda con sutileza...

   —Olvídalo. No enviaré a una de mis chicas a correr riesgos. Distinto sería que el desgraciado pasara por "Point de Vue", donde yo lo tendría vigilado. Por otro lado, hay lugares más... costosos dónde se ofrecen muchachas muy jóvenes...

El Legado del Capitán RoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora