Capítulo 19. Los Flaubert (Parte 1)

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   6 de noviembre de 1705; Lèon y Jacqueline se dirigían de la casa de los Bourdon, en Evreux, a Bordeaux, ciudad de los mejores vinos y con un puerto muy activo; pues, se habían enterado a través de una sirvienta, que Annette Bourdon se había casado con un marqués, dueño de los más refinados viñedos de Francia y residían allí.

   Con suerte, consiguieron que un viejo los llevara en su carreta a cambio de ayudarle a cargar y descargar las cajas de hilados para tapices, terminando su viaje en la ciudad de Aubussón.

   —Bien, Jack. Hasta aquí hicimos buen tiempo.

   —Me hubiere gustado ya haber llegado, Lèon. Y ahora, quién sabe si conseguiremos que alguien nos alcance a alguna parte.

   —¡Bah; no debes pensar tanto! Las cosas vienen por sí solas. —Llevó sus manos tras su cabeza, en tanto, caminaban.

   —¿Nunca te haces problema por nada, verdad?

   —No. —Él rió.


   Jacqueline había encontrado en Lèon un hermano siempre risueño y conocedor de los artilugios de vivir en las calles. A él no parecía importarle que ella fuera una chica y jamás le cuestionaba el uso de sus armas o su manera de hablar. Su compañía era grata y lograba muchas veces sacarla de sus cavilaciones. Caminaron un poco más de una semana, hasta lograr que los acercaran a Angulema; después, a Libourne y, por fin, al comienzo del año siguiente a Bordeaux.

   —¿Ves? Todo a su debido tiempo. Ahora, preguntaremos por tu tía.

   —¡Sh, Lèon! Alguien podría oírte.

   —¿Ah, qué saben? Cualquiera podría ser.

   —Mejor averigüemos con... cautela. ¿Sí, Lèon?

   —Sí; sí. Ya comprendí. Mas, no te separes de mí, ¿eh? Aquí nunca había estado antes.

   —Como en cada ciudad o poblado en que nos detuvimos —ella se burló.

   —No te quejes, por lo menos, hemos viajado cómodamente, aunque, si bien la comida no era muy buena que digamos y, a veces, ni siquiera había.

   —No me he quejado.

   —No. Solo añorabas tus días de pirateo —se mofó—. "Con un barco, este trecho lo recorreríamos en semanas". "Si estuviera en la nave, comería carne seca". "Bla, bla, bla..." —Se mofó con ganas.

   —¡Eres un bobo, Lèon! ¿Qué tiene de malo que me guste el mar?

   —Que allí están los piratas y no quiero ni pensar lo que tu capitán daría por tener tu pescuezo en sus manos. Aléjate del mar, Jack, y seguro tendrás una longeva vida.


   Antes del ocaso, terminaron su viaje frente a la entrada de la mansión de los Flaubert; Jacqueline dudó en tocar la campanilla, pero, Lèon la instó.

   —¡Vamos! ¿No me vas a decir que, ahora, piensas echarte atrás? Además, me estoy muriendo de hambre.

   —No; es que... ¿Qué tal si no cree quién soy?

   —Bueno, si es así, mala suerte; tendrás que vivir en la calle.

   —¡Qué simple lo ves todo!

   —La vida es simple. —Se encogió de hombros.

   —¡Oh, cállate! —lo reprendió divertida y tocó a la puerta donde, en cuestión de minutos, los atendió un estirado mayordomo, quien los observó con desdén.

El Legado del Capitán RoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora