En la habitación de su padre, François rogaba y suplicaba porque desistieran de la idea de capturar a los piratas.
—¿Pero, qué rayos te importa? ¿O acaso comenzaste con tus promiscuas correrías?
—¡No, padre; es por ella! ¡Sabes que Renoir desea hacerle daño! ¡Por favor, te lo suplico; detén esta locura! ¡Mira, si tú desistes, te lo prometo, padre; haré una vida normal; me casaré, tendré hijos...! ¡Oh, padre, no permitas que otra inocente muera en manos de ese maldito!
—¿Qué dices? —Quedó atónito.
—¡Yo lo sé; lo sé todo! ¡Él mató a la madre de Jacqueline y pensaba hacer lo mismo con ella! ¡Y tú ayudaste a ocultarlo todo! ¡Padre, por favor... —sus ojos fueron invadidos por las lágrimas— no a ella! —Al ver que captó el interés de su padre aprovechó la situación; sabía que no conseguiría que dejaran en paz a los piratas, pero, quizás, podría salvarles la vida junto con las de Janick y él bebé—. ¡La amo! —Llevó las manos al rostro con dramatismo e impotencia—. ¡Y sé que me odiará y no querrá casarse si sabe que mi padre ha hecho matar a quienes, de un modo u otro, la criaron!
—Lo siento, François; la Baronesa deberá casarse contigo de todas formas.
—¡No lo haré de esa manera; no con ella mirándome con desprecio! ¡Volveré a mi antigua vida, te lo juro, padre, que lo haré!
—¿Tanto la quieres?
—Sí... —manifestó apaciguado como un ser frágil y sumiso—. Es la única mujer que ha despertado en mí el deseo de ser un hombre... Por favor; sálvales junto con ella; verás que pronto, te daré nietos... —Tomó su antebrazo—. Es más, ¿quién sabe...? —aguijoneó para hacerle caer— quizás, ya haya uno en camino...
Un par de horas después, Erick tuvo compañía; la luz mortecina de la lámpara de uno de los hombres de Renoir le permitió vislumbrar a sus compañeros ya maniatados y golpeados. Habían sido demasiados hombres contra ellos; Joey tenía una herida en su brazo que de seguro nadie atendería. Se notaba que habían luchado como fieras y los cuantiosos hombres que los traían a empellones no estaban en mejores condiciones, eso les otorgaba cierto placer a los cuatro; ya lo habían pasado una vez con los militares ingleses, era parte del estilo instaurado por Rooth. Pronto, Erick tuvo a Paul de un lado y a Janick del otro; junto a este, Joey.
Los hombres rieron burlones a sabiendas de que atados no darían problema alguno y se retiraron dejándolos a solas.
—¡Pedazos de idiotas! —Jones exclamó—. ¿Qué diantre pretendían hacer?
—¿No se nota? —Blaze se mofó—. Hacerte compañía.
—Muy gracioso.
—¿Qué tal es el servicio? —Paul inquirió.
—Bastante tranquilo, por el momento.
—¿Cómo está tu brazo, Joey? —Janick preguntó. El hombre sonrió asintiendo. Jones suspiró.
—Bueno, aquí estamos, encerrados, golpeados y desarmados, y nuestras chicas sufriendo por ello.
—Yo no pienso quedarme —Janick le hizo ver—. Jacqueline me aguarda y, si escapo de esto, me recibirá llorosa de felicidad jurándome amor.
—Me pregunto qué será de Cristine... —Paul exhaló un suspiro—. Mi bella niña... El último día que la vi me habló de una mera posibilidad de haber quedado encinta.
—¿Pero, viejo, por qué no lo dijiste? —Jones se quejó.
—Pues, no era seguro, ella requería un par de días más.
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El Legado del Capitán Rooth
RomanceJacqueline Renoir, es una niña que desconoce sus verdaderos orígenes, no conoce a su madre ni siquiera en alguna pintura y se rumorea que su padre no es tal. Criada entre la indiferencia y el odio, de su padre, el Barón Renoir, y de una sociedad de...