Capítulo 17. Convivencia

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   Jacqueline despertó a mitad de la madrugada; lo único que hizo fue abrir sus ojos. Sobre la cintura, sentía el peso del brazo de Janick Blaze; dio vuelta su cabeza para verle; a pesar de la oscuridad, podía distinguir que aún dormía. Ese día, ella tenía un año más y un prometido que parecía querer convencerla de que él nunca la lastimaría. Estudiando sus relajadas facciones podía llegar a creerle. Se le escapó una sonrisa; era la primera noche que dormía abrazada... por las otras noches, cada quien se había aferrado a su extremo del lecho.

   Joey había aceptado gustoso la propuesta matrimonial y, feliz, había venido a verla; a pesar de sus esfuerzos, él había descubierto que algo la preocupaba, con sutiles palabras ella le confesó su temor a todo aquello que vendría y Joey pareció entender... algo. Era más lo que lo comprendía ella a él que viceversa, sonrió algo angustiada. ¡También era hombre! ¿Qué podía llegar a comprender? ¿Qué opinaría Cristine de todo ello? Janick parecía más tranquilo, ahora que ella había dado su palabra.

   La noticia del acontecimiento se había extendido por toda la nave con gran velocidad y jolgorio; imaginaba por la boca de quién. ¡Metido rubio de ojos de zafiro! ¿Acaso no tenía vida propia? Además de soportar, en un futuro, a su esposo, tendría que lidiar con el sarcasmo tortuoso de su amigo. ¡Ah, si ella pudiera repartir latigazos y rebenques! ¡No se salvaría nadie, en especial ellos dos! Suspiró un tanto molesta.

   Por la noche, él había sido muy condescendiente y besándole las manos le juró que no la tocaría salvo por aquel cariñoso beso de buenas noches y el abrazo. Por lo menos, hasta ahora, Blaze nunca se había mostrado totalmente desnudo frente a ella desde que sabía que era una chica, ni tampoco intentaba tocarla como hacía con las mujeres de la taberna; así que, por el momento, no se podía quejar; por el momento, todo estaría bien... Se volvió a dormir.


   —Jacqueline... Jacqueline... —Blaze susurraba—. Despierta, pequeña dormilona... —La joven abrió los ojos—. Si te quedas más, se hará mediodía.

   —¿Ya?

   —Sí, ya. Felicidades, mi tesoro. —Besó sus labios y ella se ruborizó un poco; aquel pequeño y ligero contacto le pareció muy íntimo, como si con ese hombre hubiera compartido una vida de mujer desde años atrás.

   —Gracias... —Manifestó apocada—. ¿Podría... retirarse un momento, para que yo...?

   —¡No se diga más! —Sonrió levantando las manos—. Especialmente hoy, estoy a tus órdenes; puedes pedir cualquier cosa.

   —¿Cualquier cosa? —indagó extrañada.

   —Cualquier cosa —aseguró—; menos, la anulación de la boda. —A ella le brilló la mirada, ¡una oportunidad así no había que desperdiciarla! Él lo advirtió—. ¡Oh-oh! ¿Por qué pienso que me veré en problemas? —Jacqueline rió.

   —Cualquier cosa... —Disfrutó aquellas palabras—. ¡Muy bien! Lo pensaré mientras me cambio.

   —Bien —habló ya no tan convencido—. Pero... no pienses mucho —rogó—. Y antes de que me marche... —Se incorporó y fue rumbo al mueble donde tenía guardado los obsequios empaquetados—. Toma. —Se aproximó a la chica—. Todo esto es para ti. —Lo puso sobre su falda—. Quizás... no sean algo dignos de una Baronesa, pero, tú no necesitas más que tu persona para realzar lo que sea. Además, pensé que te verías más bonita con ellos, si eso es posible. —Se sentó nuevamente a su lado.

   —Gracias, ca... —Miró con una sonrisa la pila de regalos y, después, nerviosamente a él—. Janick.

   —No te preocupes —acarició su rostro—, ya te acostumbrarás. —Ella le sonrió.

El Legado del Capitán RoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora