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Algo corto pero ya quería subir capítulo ;)

Los últimos días del año no podía dormir, cuando lo llegaba a hacer recuerdos de ella flotaban en mi mente, su tez morena bañada por el sol, su sonrisa blanca como la nieve, su cabello largo azabache. Era mi sol en las calles de Los Ángeles, en las playas en Miami, el puente de Brooklyn… No importaba la ciudad donde estuviéramos, ella simplemente me hacía feliz. Pero cada uno de esos recuerdos, era destruído tarde o temprano, su rostro se crispaba de horror por el impacto del auto y un color rojo bañaba su cuerpo… Iba tan bien, tratando de recuperar mi vida poco a poco, no creí lo mucho que podía significar un mes.

Victoria respetó mi decisión de no asistir a su fiesta de Navidad. Sin embargo, eso no significaba que ella iba a dejarme solo, cada día por las noches, antes y después de Navidad, hablábamos por teléfono por unos minutos. Supuse que lo hacía para asegurarse que yo seguía vivo. Los días pasaron y pronto sería Año Nuevo. No es que hiciera mucha diferencia, pero tenía la sensación de que ella iría a algún lado y me invitaría de nuevo. No tenía ganas de hacer nada, solo quería dormir y despertar en otra realidad, al menos en una en la que no me sintiera como basura cada diciembre. Antes de todo esto, nunca creí a las personas que se sentían mal por haber perdido a alguien en estas épocas. Ahora las entiendo perfectamente. Hay quienes tienen que disimular su tristeza y siguen adelante como si no pasara nada, yo no necesito mentirle a nadie sobre mi estado de ánimo, así que me dejo morir en vez de seguir adelante. Pensándolo bien esto no es para nada bueno, pero ya no me puedo salvar a mí mismo. Necesito a alguien que me apoye.

Era 30 de diciembre, según vi en mi celular cuando me disponía a conectarlo a la corriente. Aunque no quería usarlo, procuraba tenerlo encendido porque sabía que Victoria llamaría; era lo único que esperaba esos días, oír su voz cansada después del trabajo. No me había sentido tan decaído cuando desperté, así que me dispuse a hacer algo de comer para ocupar mi mente.

Había estado recluido en mi departamento, no tenía ganas de escribir el guión en el que estaba trabajando, pero fumaba tanto como cualquier escritor que necesita de una bocanada de tabaco para escribir un renglón o borrar tres páginas de un tirón. Saqué las pocas verduras que quedaban y empecé a cortarlas en cubos, cuando acabé me di cuenta que había cortado todo y ni siquiera sabía qué iba a hacer. Respiré hondo y pasé una mano por mi cabello que empezaba a crecer con rapidez. Después de varios minutos de fijar mi mirada en las verduras, saqué una olla para ponerlas a hervir.

Cuando las verduras estuvieron listas, no se me ocurría qué podía hacer con ellas. Pude haberlas comido así pero el deseo de comer se desvaneció en un segundo. Salí de la cocina y me detuve en medio del pasillo que daba a mi habitación, me senté en el suelo y crucé las piernas, tomé un respiro hondo y me recosté. Ya no quería volver a mi habitación, sólo quería dejar de sentir, aunque fuera un día. Cerré mis ojos pero no pude dormir, los abrí de nuevo y me dispuse a salir de ese lugar. Tenía que hacerlo. No tenía visualizado a dónde iría, sólo me aseguré de tomar mis llaves y mi celular conmigo. Caminé y caminé hasta que de pronto estaba frente al bar que frecuentaba cuando recién había llegado a Viena, vi al bartender de siempre, un joven caucásico de cabello rubio sucio, con una playera negra demasiado ajustada como para no sentirte observado por todos. Me di cuenta que él tenía un nuevo tatuaje en sus brazos y fruncí el entrecejo ante ese descubrimiento. En cuanto me vio hizo un gesto de reconocimiento y me dio la cerveza que solía pedir siempre. El que lo recordara me hizo sentir más desanimado, me había convertido en esos borrachos a los que les sirven ‘lo de siempre’. Aún así, tomé asiento en la barra y me perdí en las burbujas del líquido dorado.

Bebí demasiado. Bebí hasta que me acabé el dinero que traía en los bolsillos y aún así quería más. Antes de irme del bar, Victoria me mandó un mensaje con una dirección, en mi poca lucidez logré descifrar que tenía que tomar el metro para llegar. Probablemente era alguna fiesta o algo similar. En mi estado etílico no debería de asistir a su llamado, solo me avergüenzaría a mí mismo; sin embargo no podía pensar claro, sólo quería verla y sentir su piel contra la mía en un abrazo.

Salí del bar y la luz del día se había esfumado, caminé lento hacia la estación de tren. No quería caerme, aunque probablemente todos a mi alrededor podían oler el alcohol que irradiaba de mí y me dejaban el camino libre. Llegué a la estación de Herrengasse y conté las estaciones que me faltaban para llegar donde estaba Victoria, caminé al vagón en cuanto llegó y me senté en un asiento para dos personas. Estaba casi vacío aquel carro. Tenía que llegar al final de la línea, así que me acomodé en el asiento, en segundos sentí como mis ojos se hicieron pesados y no podía abrirlos de nuevo.

De pronto abrí mis ojos de golpe y los volví a cerrar con intensidad ante la luz intensa del vagón. Me incorporé lentamente, maldiciendo aquel asiento incómodo y el momento en el que decidí relajarme en él. Miré a mi alrededor, me encontraba solo y mi nivel etílico había descendido considerablemente. Faltaban 3 estaciones de acuerdo al mapa pegado en el cristal, a fuera se veía más oscuro que mis entrañas. Tomé mi celular y encontré varias llamadas perdidas de Victoria, miré el reloj y marcaba las 3 de la mañana. Me había quedado dormido y dado vueltas en el metro sin parar. De pronto pensé en lo que podría haber pasado si alguien me hubiera reconocido… Tomé un respiro profundo y sentí resequedad en mi boca. Bajé en la siguiente estación para poder hacer transbordo a la línea que me llevaría a casa.

Tambaleándome, llegué al viejo edificio, busqué lentamente las llaves y abrí las dos puertas de entrada en cuanto las encontré. El interior del edificio se encontraba en completo silencio, cada paso que daba al subir las escaleras, hacia un eco más fuerte de lo que yo hubiera querido. Todo pasaba demasiado lento, sentía que subía un piso cada 10 minutos, y en mi estado era posible. Cuando por fin llegué a la cima del edificio, encontré a Victoria en el piso, recargada en la puerta esperándome y sumida en un profundo sueño. Su pecho subía y bajaba con lentitud, sentí ganas de llorar y darme una bofetada por hacerla esperar. Al no contestar ni llegar al lugar que me había indicado, probablemente ella había regresado a buscarme. Después de todo, no sé cómo ella se seguía preocupando por mí.

Usaba un abrigo negro sobre un atuendo laboral, se veía increíblemente bien. El pantalón gris oxford que usaba era un tanto entallado, su camisa azul cielo hacía un buen contraste con su piel clara, su cabello atado en su característico chongo. Vi sus botas con tacón al lado de ella y sus calcetines naranjas con líneas amarillas cubriendo sus pequeños pies. Me hinqué y la sostuve de su espalda antes de abrir la puerta del departamento y cargarla sobre mi hombro, empujé sus botas con mi pie para que entraran también. No pareció despertar pero se abrazó a mí por inercia, me di cuenta que el sofá cama obviamente no estaba listo, así que la coloqué en mi cama. Yo podía dormir en la otra sin problema, a pesar de que lo que quería en ese momento era su calidez. Fui a la cocina después de quitarme mis zapatos y chamarra, tomé un vaso y abrí el grifo para llenarlo de agua. Sentía cómo la lucidez iba regresando a mí, aunque mis extremidades se sentían un tanto entumecidas. Miré mi mano y la empecé a abrir y cerrar un par de veces, me quedé viendo su color pálido por varios segundos.

-Sebastian- dijo Victoria en la puerta de la cocina, se había quitado su abrigo.

-Hola- dije esbozando el fantasma de una sonrisa. Se veía hermosa a pesar del cansancio evidente.

-Qué bueno que estás bien- dijo envolviéndome en un abrazo.

Devolví su abrazo con lentitud, aspiré su aroma y recargué mi mejilla en su cabeza. Permanecimos así unos minutos, disfrutando de la cercanía del otro.

-¿Quieres dormir aquí?- pregunté en un susurro.

Ella asintió y tomó mi mano para regresar a mi habitación. Sentí como si me inyectaran una pequeña dosis de felicidad y color en mi vida.

Entramos a mi habitación y ella se sentó en mi cama.

-Puedes quedarte aquí, yo dormiré en la otra…- dije dándome la vuelta para irme.

-No, quédate aquí conmigo- dijo interrumpiéndome y tomando mi mano de nuevo.

Sus ojos se veían suplicantes y en ese momento vi un rastro seco de lágrimas bajo ellos. Me senté a su lado y las toqué con mi pulgar. Ella era la persona más dulce y atenta que había conocido, preocupándose por las personas que le importan antes que por ella misma, y lo único que yo hacía para retribuir ese cariño, era hundirme en mi sufrimiento y alejarla de mi vida sin quererlo de verdad.

Lo siguiente que pasó, no lo pensé en lo absoluto. Sentí lágrimas al borde de mis ojos, luchando por salir, no me importó lo que ella pensaría, sólo esperaba que lo entendiera. Tomé su rostro y acaricié su mejilla con mi pulgar, ella sonrió ligeramente y junté nuestros labios lentamente transformando ese roce en un beso necesitado.

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Viena (Sebastian Stan - español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora