«Asesino de Héroes».

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Es un sentimiento efímero, esa sensación de desear ser protegida. Es un círculo vicioso, esa emoción extraña que penetra hacia el interior. Es sencillo saber lo que es, pero es difícil aceptar su origen. La tristeza comienza envolverte, como una suave nostalgia.

Comienzas a recordar los pequeños detalles; el lugar donde dejaba su abrigo, sus canciones favoritas al sonar en la radio, o el olor a tabaco que parecía formar parte de su colonia. En cuanto te das cuenta, ya estás observando el lugar donde se sentaba, hasta que alguien lo ocupa, o por lo menos en el caso de Tora, hasta que el sentimiento se hace completamente invisible para uno mismo. Eses eran los pensamientos entrelazados a su padre.

Tora no comprendía la razón por la cual su madre la odiaba, no, en realidad lo sabía, pero no quería aceptar que su propia existencia formaba parte de un cruel juego de desafortunados acontecimientos. Ella no tenía la culpa de haber nacido con una peculiaridad, y a pesar de vivir en un mundo en el que la gran mayor parte de la población poseen sus mismas características, para su madre, eso no era un argumento válido. Lo único aceptable para su progenitora era el rencor.

Pero eso ya no importaba, no importó cuando el dolor del rechazo se desvanecía, o cuando su mirada la cual antes era cálida y protectora se bañó en desprecio y antipatía. Tora no podría enlazar la palabra indiferencia al nombre de su madre. Porque, realmente la madre de Tora era sabedora de su presencia, era como el depredador que no desprende la visión de su presa. Analizaba, comprobaba y verificaba que lo que era suyo permanecía en su lugar. Tora, era suya, y ella podría hacer con sus cosas lo que deseara. Pero la pelirosa no juzgaba a su madre, después de todo su existencia le parecía patética.

Esa sensación aumentó en cuanto su progenitora decidió desechar su muñeca, lo hizo con sencillez y amabilidad, con una sonrisa sádica bañada en locura la despidió, como si esa fuese su única opción, como si la niña no tuviese la oportunidad de poder escoger. Y así fue como Tora comenzó a vivir en las calles oscuras y húmedas de Tokio.

Durante dos meses sobrevivió sola, sin ayuda alguna, huyendo de la policía para no ser reportada a un orfanato, comenzó a dormir en los parques lejos de la zona en la que antes era su barrio, su hogar. No quería encontrarse con la mirada de esa mujer en lo que ella pensaba que le quedaba de vida, y tampoco quería ver lástima en los ojos de las personas. Es por ello que con sus pequeñas piernas se alejó de forma frágil y veloz.

Pero incluso si la pequeña Tora era fuerte, eso no le sirvió cuando llegó su enfermedad. Las fiebres eran continuas, el sabor a vómito parecía ser el único que viajaba por sus papilas gustativas, sus piernas llenas de hematomas eran similares a los bocetos de un artista novato, negro y malva parecía ser su color favorito, nunca había padecido mal alguno en su cuerpo, pero la lluvia fría, los fuertes cambios de temperatura, la demacraban. En tan solo un mes, sus días se transformaron en un completo infierno. Hasta el punto de ser arrollada por miles de desastres, de forma literal.

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