«Anhelo».

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Nuit lo sabía, ella no había nacido en las calles, había sido amada desde el mismo momento que su llanto comenzó a aflorar. 

Su madre era una mujer dulce que se preocupaba por sus allegados, su padre adoptivo era un hombre bondadoso que siempre buscaba solución a los momentos difíciles del pueblo. Sin embargo, ella había nacido para ser villana, sus intenciones eran malignas, y su adoración a aquel que procesaba tanto amor, era repugnante. Bien lo sabía, ese hombre, aquel adulto que le hacía poseedora de la misma sangre, del mismo componente genético, su padre biológico, era un ser que solo la tenía a su disposición para manipularla, era conocedora de ello. Entonces, ¿por qué seguía cumpliendo sus órdenes? ¿Por qué no podía decidir su propio destino?

La frustración, devastada escogió el odio.

El veneno más letal de todos.

Tomó esa arma y la hizo suya, cubriendo su cuerpo por completo en él, y tomando como objetivo a la única persona que su padre anhelaba con ansias. Su hija pequeña, Jun, la esposa de ese repugnante héroe, y la madre de esas horrendas niñas, y como no, progenitora de la única mujer que podría amar su maravilloso Dabi. 

Por eso, debía hacer desaparecer toda esa cadena, llena de amor, el cariño de una familia que rechaza al único individuo por el que desea no ser olvidada.

Su padre, era más importante que cualquier cuna o familia, él era su más anhelado deseo.

Y ninguna niñita de cabello rosado y mundo de estrellas podría arrebatar su único afán.

Y ninguna niñita de cabello rosado y mundo de estrellas podría arrebatar su único afán

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—¡¡MALDITO CARCAMAL!!

—Bakugo, no grites.—Kirishima suspiró por décima vez, aunque el número se quedaba corto. Ambos se encontraban con sus vestimentas de deporte, al igual que todos sus demás compañeros y compañeras.

—¡ME IMPORTA UNA MIERDA!—el rubio recibió un golpe, cuando quiso morder la mano que había osado enfrentarse a él, se detuvo.

—Entiendo que estés molesto, pero no podemos armar un alboroto por ello.—explicó Reika con los brazos cruzados. Él chasqueó la lengua y golpeó el suelo sin decir ni una palabra más, a lo que la rubia acompañó con un suspiro.

—Comprendo la frustración de Bakugo—habló el pelirrojo, rascando su cabellera—nos levantamos, nos da un desayuno y seleccionan unos cuantos grupos para hacer tareas domésticas, pensé que comenzaríamos a entrenar.

—En algunos lugares, las tareas domésticas son usadas como entrenamientos.—Los tres miraron a Jiro, quien había sido seleccionada para entrenar junto a ellos.

—Efectivamente—Ojiro se unió a la conversación—desde niño he sido entrenado con este tipo de entrenamientos.

—Oh cierto, Ojiro—habló Jiro—tú has sido criado en un dojo.—él asintió con una sonrisa.

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