«El juego de la horca».

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Tora siempre observaba el cielo, ciertamente cuando todos decían que parecía ser lo único que atraía su completa atención, debía contestar con un sincero «sí»

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Tora siempre observaba el cielo, ciertamente cuando todos decían que parecía ser lo único que atraía su completa atención, debía contestar con un sincero «sí».

Pero al mismo tiempo incluso si el azul lienzo buscaba su mirada, ella sentía temor. A veces tan amplio, tan brillante, en cambio otras, tan cerrado como un techo. En esos instantes no sabía si se sentía agobiada o libre, es por eso que el viento siempre la protegía, su esencia, lo único que parecía estable en su triste vida.

Aquel elemento, el cielo, era importante, aunque no quisiese admitirlo, lo aceptaba. El lienzo azul, era su madre.

Cuando la mujer de largos cabellos violáceos abría sus ojos, su único entretenimiento era observar aquello que no podía alcanzar con sus dedos, o sus débiles manos, junto a su cuerpo inmovilizado por el cansancio. Su hija mediana leía una de sus historia favoritas "Alice in The Worderland", ella la observó con paciencia, durante unos largos minutos, hasta que se decantó por comunicarse.

—¿Sabes porqué me gusta el cielo, Tora?—la mujer habló después de un largo tiempo, interrumpió la lectura de la niña sorprendiendola, ya que llevaba unos días sin apenas hablar,  entonces Tora, se decantó por una pregunta.

—¿Por qué mamá?—en sus recuerdos ella rondaba alrededor de los cinco años.

—Me recuerda a tú padre.—confesó con un tono de voz suave.

La niña se sorprendió ante sus palabras, no comprendía.

—¿Mamá?—la mujer sonrió hacia ella.

—Yo era una princesa enjaulada, él fue el caballero que salvó a la chica de su desafortunado destino. Me entregó la libertad, me dió calidez, un hogar, me hizo sentir amada, y después di la vida a alguien.—la mujer miró a su hija con dulzura—Di vida a los tres seres más bellos de la tierra—tan solo en un segundo su expresión cambió a un rostro de tristeza, Jun cerró sus ojos— ojalá pudiese ser la madre que merecéis las tres.

Los ojos de la mujer se abrieron de nuevo, Jun detuvo su atención en su hija y entonces sus cuencas comenzaron a nublarse, Tora decayó ante sus lágrimas.

—Mamá no llores.—la pequeña hizo un puchero, odiaba ver a su madre triste.

—Tora pase lo que pase, promete una cosa, no importa que haga o diga, por favor tú...

—Tora, ¡hazme caso joder!—el rubio llevaba un buen rato intentando atraer su atención. Ella lo observó de soslayo.

—Lo siento, sólo estaba recordando.—en otro tipo de situación, el rubio comenzaría a gritar con un «me importa una mierda», iniciando una batalla campal, sin embargo, últimamente parecía estar más tranquilo, la de cabellos magenta comenzó a pensar qué tal vez era por su mejor amiga.

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