«Frío».

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La pulcra estancia era bañada en lejía, un fuerte olor que atravesaba cualquier garganta, las paredes de piedra no permitían retener calidez alguna, la noche era el único lucero que daría vida a esa tenebrosa sala, por lo que el residente de ese lugar, no recordaba cuando fue la última vez que tuvo un sueño reparador, muchos factores se adueñaban de ser el causante de terrible situación, pero si algo recordaría por siempre, sería ese intenso olor a desinfectante.

Su cuerpo estaba lleno de heridas que no cicatrizan, la gran mayoría infectadas por falta de cuidado e higiene, aunque eso lo desconocía el menor, que a penas sabía del mundo que lo rodeaba.

Sus únicos conocimientos eran aquellos que eran entregados en libros, tomos viejos, algunos con más de cincuenta años.

Pese a ello, el individuo aprendía.
Después de todo, era necesario que un peón fuese mínimamente consciente d los escenarios que pueden surgir en sus misiones, no querían alguien que sintiese pero si que supiese actuar evaluando con criterio según la misión acordada.

Sin embargo, el pequeño individuo se vio sorprendido por los actos caritativos de su nuevo amo.

Por primera vez se sintió agradecido.

—Ahora tu debes obedecerme—Chisaki observó fijamente al infante que se encontraba a sus pies, encadenado, magullado, lleno de cicatrices—te daré un nuevo objetivo.

El pequeño no se atrevió a elevar su mirada, ese hombre le aterrorizaba.

—Tu nuevo amo seré yo, tu razón de vivir seré yo—comenzó a caminar hacia su presa—¿quién soy yo?

—Mi amo.—pronunció con monotonía, ni un mínimo rastro de miedo debía existir.

—Eso es—sonrió detrás de su mascara—tu nuevo objetivo es vivir para mí, no existe nada más.

—Sí amo.—contestó levantando su débil cuerpo.

—Buen chico, Shiro—palmeó su cabellera de color lila—tú deberás ser blanco, pulido, lleno de perfección—el niño se limitó a asentir—dado que son los requisitos que debes obedecer si quieres vivir.


Las pisadas del escuadrón de héroes resonaba en los pasillos de la casa, comentando los unos con los otros, inspeccionando cada rincón que podían analizar a la vista, después de todo, hablábamos de una mafia, por si no fuese poco, tenían bajo su responsabilidad la vida de una niña, pese a ello debían ser firmes, severos, valientes...

—¡Por ahora, no se ve nada sospechoso!—exclamó Fatgum, la primera vez que la pelirosa vio el aspecto del héroe, en verdad creyó, que el era adorable.

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