El fin de semana transcurrió con tranquilidad. Estaban acostumbrados a pasar los días juntos. La tarde del sábado, Kim conoció la ciudad y quedó encantada con las extravagancias que había por aquellas calles.
Tomaron perritos calientes en Santa Mónica y visitaron tiendas de ropa. Ella se enamoraba de la ropa que veía, pero al ser femenina, tenía que disimular su interés y aparentar interesarse por unas deportivas en vez de unos Channel. Los Ángeles le encantaban, pero se quedaba con la mañana que pasaron en Hollywood.
Cuando el lunes volvieron a su rutina diaria, ambos volvieron con más energía y más ganas. Hasta en la cafetería planeaban lo que podían hacer el próximo fin de semana. No podía esperar.
Pero en realidad, Logan no solo quería volver para escapar del internado con su amigo. Él quería verla. Aquella chica del club que lo dejó cautivado hasta los huesos.
No sabía exactamente qué era lo que le atraía, pero cuando la tuvo cerca sintió una extraña calidez. Acogedora y dulce calidez. No era capaz de olvidar su piel sedosa y sus increíbles y grandes ojos.
Aprovechó que estaba solo en la habitación para componer. No entendía por qué, pero pensar en ella hacía que su corazón latiera más deprisa y una sonrisa se dibujara en su rostro.
Guardó el último libro en su taquilla y emprendió el camino a su habitación. Kim se sentía mejor con menos peso en su bandolera.
Cuando cruzó el pasillo, oyó ruido en el camino de al lado. Al ser tan curiosa, no pudo evitar acercarse. Asomó la cabeza sigilosamente y vio como Mike tenía a un chico retenido contra la pared.
Reconocería ese aura amenazadora a kilómetros. Ella en el fondo sabía que solo era un cobarde más que peleaba con aquellos que eran débiles. Sabía que nunca lo vería con alguien que se acercara a su tamaño.
Estaba harta de las injusticias, y esta era una. No iba a permitir que un chico la asustara. Tenía demasiados motivos para tener miedo, y él no iba a ser otro que añadir a la lista.
Tomó coraje y el libro de matemáticas. Era el más grueso que encontró. Se acercó hasta donde él estaba, con la barbilla bien levantada y el cuerpo erguido.
Cuando lo tuvo a menos de un metro, le dio con todas sus fuerzas en la cabeza, sujetando firmemente el libro entre ellas.
Mike dejó al chico y puso ambas manos donde había recibido el golpe. Se giró tranquilamente y encaró a Kim. Su ceño se frunció amenazadoramente y cuando ella bajó la mirada, notó como sus puños estaban tan apretados que ya tenía los nudillos blancos.
- Hombre, marioneta. Echaba de menos jugar contigo.
Ella no iba a permitir intimidarse. No apartó en ningún momento la mirada fija de sus ojos. Era el tono de ojos más bonito y más peligroso que había visto nunca. Por fuera, ella era roca. Por dentro, le temblaban hasta las entrañas.
Él la cogió bruscamente por los hombros y la empujó con rabia al suelo. Kim sintió el fuerte impacto en su espalda y siseó del dolor.
Mike no iba a esperar a que se recuperara. La agarró por los tobillos y la arrastró por el pasillo. Ella pataleaba para intentar zafarse de él, pero era demasiado fuerte para sus pequeños músculos.
De repente, Mike la soltó. Ella elevó la cabeza para ver que pasaba y vio como le lanzaba una mirada furiosa. Después, corrió hasta perderse de vista. Atónita, Kim se levantó como pudo cuando sintió unas fuertes manos cerrarse alrededor de sus brazos y quitarle su propia carga.
- Gracias por intentar ayudarme -dijo el chico.
- ¿Por qué se ha ido así? -preguntó confundida.
- No creo que le guste que hablen de sus calzoncillos de patos. Eran horribles.
Ambos rieron al unísono. ¿Mike con calzoncillos de patitos? Lamentó habérselo perdido. Ella enfocó su mirada en el joven con el que hablaba y alucinó. A él lo conocía y sabía exactamente de donde.