Prólogo

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Fue poco antes del ataque cuando me trajeron a la Ciudadela. A penas era una cría sin nada que perder. Me habían encontrado fuera del gran muro que protegía toda la ciudad de Insomnia y me habían llevado allí, sin preguntas ni explicaciones. Es cierto que el hambre, la sed y la debilidad me habían llevado a un estado lo suficientemente deplorable como para no ser capaz de contestarles si me preguntaban, pero eso no quitaba para que, al menos, se hubieran parado a pensar que si una niña tan pequeña había sobrevivido así a cadentes, monstruos y guerras, podría hacer algo mejor que no fuera meterse al servicio de sirvientas de la Ciudadela.

En ese entonces me quejaba mucho. No comprendía por qué me habían salvado la vida para meterme en un edificio gigantesco y aprender a limpiarlo, ordenarlo, prepararlo y luego, a parte, estar a la disposición de la Casa Real. Incluso, cuando me presentaron al príncipe Noctis, de apenas unos dos años menor que yo, no pude sino poner cara de hastío total, por lo que más tarde me reprendieron y obligaron a disculparme.

La razón por la que se habían molestado en presentarme ante el Príncipe, era que habían decidido que a partir de ese momento sería parte de su servicio. Probablemente lo decidieron así porque nuestras edades eran bastante cercanas y pensaron que podría ser una buena opción para que el Príncipe se abriera a alguien.

No nos llevamos muy bien de buenas a primeras. El Príncipe estaba bastante consentido por todos, y yo, una huérfana venida de más allá del muro e impuesta ahí sin ningún tipo de opción, no estaba por la labor de seguirle con cada uno de sus caprichos. Quizás esa fue también la razón por la que fui una de las personas que más lo sentí y más permaneció a su lado, cuidándole, cuando fue atacado por una marilith.

Ese día yo me había quedado en la Ciudadela, haciendo lo que mis mayores me decían que fuera haciendo y pasando mis ratos libres explorando el lugar y jugueteando yo sola, o pasando las horas viendo los entrenamientos de los soldados de Lucis y la Guardia Real. De repente, recibimos la noticia de que el príncipe Noctis y toda su escolta, habían sido atacados violentamente por un enorme cadente. Los tres coches que iban, habían acabado explotando y toda la escolta había sido gravemente herida. Incluídas una de las mujeres que me había estado instruyendo desde que llegué a la Ciudadela y que ese día, había ido con el Príncipe. Escuché, que poco después apareció el Rey y consiguió salvar a su hijo, que a pesar de estar gravemente herido, había sido capaz de sobrevivir al ataque de la marilith gracias a que la sirvienta le había hecho de escudo.

Mientras la Guardia que había venido con el Rey se dedicó a ayudar a los heridos, el mismísimo rey Regis había estado entreteniendo al cadente sin ser capaz de vencerlo por completo. Lo único que pudo hacer, acompañado de los dones del Cristal, fue empujarla por un precipicio. No se supo nada más de ella. Pero algo nos decía a todos que ese no había sido su final.

El Príncipe tardó mucho en recuperarse. Había sido herido de gravedad y no estábamos seguros de que fuera a sobrevivir... El rey iba cada noche a ver a su hijo y a rogarle a la Sideralia por su pronta recuperación. Esos eran los únicos momentos en los que dejaba al príncipe. Nadie me dijo que debiera quedarme día y noche con él, velándolo y cuidándolo. Pero tampoco nadie me lo impidió. Se podría decir que me movió la empatía. La fatalidad puede golpearnos a todos; nadie está exento, ni la familia real, ni los sirvientes, ni los ciudadanos de Insomnia... nadie. Decidí en ese momento que cuando el príncipe despertara, intentaría enseñarle una realidad distinta a la que le mostraban en la Ciudadela. Para ello, yo misma debería instruirme y empaparme en toda clase de conocimientos. Desde la Historia que había envuelto al reino de Lucis y alrededores, hasta la posibilidad de poder protegerle llegado el momento y evitar que esta historia volviera a repetirse.

¿Sería algo así tan siquiera posible para una simple criada? No podía dejar de darle vueltas. A escondidas, cogía libros de la biblioteca y los devoraba en las largas horas que me pasaba al lado del príncipe Noctis hasta que se acercaba la hora en que vendría el rey a ver a su hijo. Entonces los escondía discretamente antes de sentarme a esperar pacientemente a que apareciera el monarca y con él, el momento de retirarme.

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