Capítulo 2 | Lo siento tanto... tanto.

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Hizo lo que había pensado: dio la vuelta y regresó por la entrada principal, pero, como zorro viejo no cae en la trampa, Christian adivinó sus intenciones y estaba esperándola al pie de la escalera. Al verlo, se detuvo en seco.

—¿Qué haces aquí?

Ana quiso mostrarse ofuscada, pero lo cierto era que estaba temblando. Pensó que se veía muy atractivo, con esos vaqueros negros y esa camiseta gris que se le ajustaba perfectamente a cada músculo; hubiese querido aferrarlo de la cintura y meter las manos por debajo de ella para tocar su pecho. Probó a pasar de largo para subir por la cocina, pero éste se lo impidió sujetándola por la muñeca.

—Tenemos que hablar.

Ella miró su agarre y le dispensó un gesto de repudio, al tiempo que le lanzaba palabras afiladas y faltas de afecto.

—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Lo único que tenemos que hacer es callarnos y disimular por este fin de semana. Mi madre ha esperado veinticuatro años para dejar entrar a alguien en su corazón y, aunque tú no merezcas mi silencio, no diré la clase de basura que eres; lo haré por su felicidad. Por suerte no somos niños que estemos obligados a convivir porque sus padres se han unido; somos adultos y nadie nos impondrá que nos tratemos. Sólo espero que, en esta situación, no sea aplicable el refrán «de tal palo, tal astilla», porque entonces, conociendo lo que tú eres, no me gustaría comprobar que ése es un rasgo en tu personalidad que has heredado de tu padre; espero realmente que él no sea como tú y no haga sufrir a mi madre.

—Te aseguro que la mierda es toda mía —dijo con pesar, pero Ana no intentaba darle sentido a sus palabras, sólo quería zafarse de él y apartarse de su cercanía; quería transformar todo la atracción que él aún le provocaba en odio, en repulsión... quería obligarse a sentir así.

—Cuánto me alegra; ya decía yo que es imposible que haya dos personas tan cínicas como tú.

—Es suficiente, Anastasia; te aseguro que me asusté muchísimo cuando te desmayaste.

—Ya me di cuenta; soy médica y sé reconocer un ataque de pánico. ¡Mira que has resultado ser bastante flojo! —se mofó con sorna—. Sólo te ha faltado orinarte encima por ver un poquito de sangre.

—Estoy hablando de tu pérdida de conciencia, no de mi fobia. Lamento la impresión que te llevaste al verme, yo también me quedé de piedra. Admito que, realmente, jamás me imaginé que tu madre y mi padre...

»Él nunca me habló antes de ella; sólo me comentó que quería que conociera a alguien que había pasado a ser importante para él.

—Estaba sin desayunar; descuidé mi alimentación por prepararlo todo para recibirlos —intentó justificarse—. No tienes idea de cómo lamento la pérdida de tiempo y el esmero que puse en preparar tus comodidades.

—Tú y yo sabemos que no fue por eso por lo que te desmayaste, aunque debo reconocer que estás más delgada. Ana, yo... yo tampoco lo estoy pasando bien. Cuídate, no quiero que enfermes.

—Ni falta que hace tu recomendación. ¿A ver si crees que no me alimento bien por ti? Faltaría más. La última vez que nos vimos, tuve que reprimir todo lo que deseaba decirte porque detrás de tu escritorio eras quien tenías el poder, pero ahora, por suerte, todo eso quedó atrás, así que puedo darme el gusto de escupirte en la cara cuánto te aborrezco. Hace tiempo que hice borrón y cuenta nueva.

—Eso ya lo sé; encontraste consuelo más pronto que rápido en el seco.

—¡Ja! No soy como tú, suéltame.

Ella forcejeó, pero él profundizó más su agarre, le llevó el brazo hacia atrás y la pegó a su cuerpo. Sus corazones retumbaban sobre el pecho del otro como si se tratase de un eco; ambos respiraban con dificultad y, aunque no lo admitieran, estar tan cerca no resultaba fácil para ninguno de los dos. Christian acercó su nariz a su rostro y aspiró mientras cerraba los ojos... cuánto la extrañaba. Recapacitó y, asimismo, supo que ella tampoco era inmune a él, que su cercanía la hacía temblar, aunque le estuviera diciendo lo contrario; resultaba muy fácil comprobar que no le era indiferente. Ansió hacerla suya, probarla. Levantó lentamente los párpados y vio que ella permanecía con los ojos cerrados, disfrutando de las sensaciones contra las que ambos luchaban por alejar. Miró su boca y la deseó con desesperación.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora