Capítulo 27 | Agravantes.

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Agravantes

Circunstancias que aumentan la responsabilidad penal al denotar una mayor peligrosidad o perversidad en el autor de un delito. (Derecho.)

Tras regresar a la ciudad, volvió la rutina diaria. Las obligaciones de ambos ganaron preponderancia y ocuparon un lugar preferente

—Disculpe que lo interrumpa, señor: ¿le sirvo la cena?

Christian cerró el libro que se disponía a leer y miró a su empleada.

—Por favor, Gail. —Se levantó, siguiéndola.

Él se lo había prometido y quería cumplir, pero, cada vez que intentaba ponerse con el libro, algo lo interrumpía. De todas formas, cualquier excusa parecía buena para dejarlo de lado.

Después de cenar, irse a dormir temprano parecía la mejor opción. Aunque tenía trabajo que hacer, había decidido que lo dejaría para el fin de semana. Ana se encontraba en el hospital, razón por la cual la cama le parecía enorme sin ella. Odiaba dormir solo; por consiguiente, odiaba los días en que ella tenía que trabajar en el turno de noche. Literalmente, odiaba la palabra guardia.

No era una noria, pero así se sentía; había dado miles de vueltas en la cama... para un lado, para el otro, incluso había cambiado las almohadas, cogiendo las de ella para percibir el rastro de su perfume, pero nada parecía una buena salida al malhumor que estaba originándose en su interior.

Se sentó contra el respaldo y cogió su móvil. Tras cuatro timbres, Ana por fin atendió.

—Hola, nena. ¿Qué haces?

—Ehh... Mi nombre es Jazz; soy una de las enfermeras de turno. La doctora no puede contestar en este momento. Pregunta si es algo urgente; de ser así, le pongo el teléfono en el oído.

—Brad, quiero que veas esto.

La voz de Ana se oyó muy nítida, hablaba con Bradley Horse y, aunque Grey quería olvidar el tamaño del miembro del doctor Callahan, eso parecía algo ineludible.

—Dile que luego lo llamo, que estoy en una urgencia.

—¿Qué pasa, Pequeña Almendra?

—Ya la he oído, muchas gracias.

«Pequeña Almendra.»

—¿Por qué mierda la llama Pequeña Almendra? Mi esposa se llama Anastasia, idiota.

Con el teléfono aún en la mano, tecleó un mensaje; sus dedos volaron sobre la pantalla.

Christian:

¿Por qué carajo el doctor risitas te llama Pequeña Almendra? Quiero saberlo ya, lo he oído cuando te he llamado.

Los minutos corrían y el mensaje continuaba sin ser leído, y su humor, mientras conjeturaba, cada vez se agriaba más y más. Hasta que su teléfono se iluminó con la respuesta.

Ana:

¿Qué pasa, Christian? ¿Necesitabas algo? Tengo mucho trabajo esta noche, han entrado varias urgencias. No era a mí a quien ha llamado así. Deja de imaginar cosas que no son.

Christian:

Lo siento, no quería molestarte en el trabajo, no me hagas caso... Estaba desvelado y pensé que tal vez tú tenías un rato libre. Me levantaré a trabajar un rato, hasta que me dé sueño. Besos.

Ana:

Me alegra que no te desquicies presumiendo cosas. No te desveles mucho; descansa, tú que puedes hacerlo.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora