Capítulo 3 | No te merezco.

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Como Ana se demoraba y la cena ya estaba lista, Carla mandó a una de las empleadas domésticas a buscarla mientras pasaban al comedor.

—Ya voy, Agnes —contestó Ana tras salir de su habitación y mientras comenzaba a bajar.

Descendió los últimos escalones y se paró al final de la escalera para coger aire y serenarse. Las voces provenientes del comedor principal la guiaron por la casa.

Estaba muy guapa con unas mallas en color natural, que había combinado con unas botas de ante y piel, y un suéter tejido a mano en color chocolate con el cuello vuelto. Nada más entrar, Christian la miró y no hizo falta que colocaran en palabras lo que estaban pensando; evitar mirarse fue inverosímil, él la devoró de pies a cabeza y ella sintió cómo claramente le iba quitando cada prenda. En aquel instante, Maisha refería historias de Rusia y, aunque en realidad no tenía muchas cosas agradables que contar de esa época, siempre hallaba la forma para conmemorar algo adorable. Christian se puso de pie y apartó la silla para que Ana se sentara entre Carla y él.

—Gracias.

Con disimulo, Grey miró a su alrededor, percibiendo que nadie les prestaba atención, así que aprovechó para susurrarle al oído.

—Estás preciosa.

Tras el halago, ella sonrió por lo bajo y le dedicó una mirada por entre las pestañas. La cremosidad de su piel blanca resaltaba con la elección del color del suéter, haciendo que él se muriese de ganas por darle un beso en el cuello... precisamente ahí, en esa parte donde hacía que ella se desarmara. Mientras se acomodaba, ansió con locura aspirar su perfume y que Ana se rebujara entre sus brazos.

La noche avanzó y parecía interminable; no era grato estar tan cercanos y no poder tocarse. Sin poder contenerse, en varias oportunidades, Grey bajó una mano para acariciarle la pierna bajo el mantel, arrancándole risas contenidas que Ana temió no poder disimular.

La velada fue transcurriendo afablemente en la lujosa villa de Water Mill. Tras la cena pasaron al salón y algunos continuaron bebiendo vino. Theo aceptó un licorcito, y Maisha un té digestivo; había bajado la temperatura, así que la charla junto a la chimenea se presentaba ideal. Poco a poco, los rescoldos de la confianza se fueron encendiendo y los prejuicios del comienzo del día se fueron deshaciendo, como si aquellas seis personas se conocieran de toda la vida. Hablaron de todo un poco, también de cómo Carla y Carrick se habían conocido, y de lo mucho que a él le había costado convencerla para que se fueran a vivir juntos.

—A propósito, cariño: Ana se quedará un tiempo con nosotros. ¿Te supone eso algún problema?

—Por supuesto que no.

—Te he dicho que no es necesario —replicó Ana, ruborizada.

—Hasta que encontremos un apartamento para ti, lo es —aseveró Carla en un tono que no admitía discusión—. Instalarte aquí significa estar demasiado lejos de tus actividades, y no quiero que sigas quedándote por ahí, cuando tu madre tiene un lugar para ti.

Christian se ahogó con el vino cuando escuchó la conversación.

—Mamá, estar en casa de Kate no es andar por ahí.

—No hay problema en que te quedes en mi casa —ratificó Carrick—; de verdad que no es molestia, pero... y con tu apartamento, ¿qué ha pasado? Tenía entendido que vivías en TriBeCa.

—Tesoro, no te lo he contado, pero...

—¡Mamá! No...

—Hija, todos los que estamos aquí, de ahora en adelante, seremos familia, no hay por qué apenarse. Ana afrontó una demanda por negligencia médica y perdió su apartamento y su coche, no había pagado su seguro de trabajo.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora