Capítulo 22 | Comparecencia.

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Comparecencia
Presentarse ante una autoridad u otra persona.
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Debería saberlo, pero era una ilusa. Había creído que, después de lo que había pasado en Acción de Gracias, esta vez sí accedería a festejar en familia la Navidad. Lo que necesitaba era que Christian bajara esa muralla que por momentos parecía indestructible en su corazón; sin embargo, nada de lo que le dijera parecía surtir efecto y no quería pelear, no en días de adviento. En vano había intentado adornar el apartamento para que el espíritu navideño se contagiara en él; si bien no se había opuesto a que lo hiciera, y se había sentado paciente y divertido a observarla mientras ella montaba el árbol navideño, no se había implicado en los preparativos; sólo se había sentado en la alfombra, rodeado de escritos, su Mac y un vaso de whisky que de tanto en tanto escanciaba mientras ella iba haciendo.

—Gracias por no robarme mi Navidad —le dijo Ana mientras se inclinaba para sustraerle un beso —. Eres mi Grinch, pero te amo.

Ana le mordió el labio, mientras él la cogía por la cintura, haciéndola caer en su regazo.

—Me hace feliz lo que a ti te haga feliz.

—Entonces, si quieres hacerme feliz, ¿vendrás a casa de Carrick para la cena de Nochebuena?

—Ya te he dicho que no. —Le apartó el pelo de la cara y le mordió la barbilla—. Hace mucho que el Grinch robó todas mis Navidades.

—¿Y por eso decidiste imitarlo y robarnos la Navidad a todos los que te amamos?

—Ana, nena, yo respeto tus gustos, y tú respetas los míos.

—Quiero pasar ese día contigo, pero también quiero pasarlo con mi mamá, con tu papá y con tus abuelos. Nunca he pasado una Navidad en familia; es decir, de las que pasé con mi mamá y mi papá tengo recuerdos vagos. ¿Me darás el gusto?

Él respiró sonoro.

—Sigue adornando ese abeto, Anastasia. Es más, incluso cedí y te acompañé a elegirlo, pero no me pidas esto, porque no voy a ceder. —Sostuvo su mirada por un momento y, tras besarla en la punta de la nariz, añadió—: Tengo que terminar unos escritos; acaba con el árbol, que te está quedando genial.

El punto de reunión de la familia era el apartamento de Carrick, para evitarles mayor viaje a los abuelos. Ana había terminado de bañarse y estaba apoyada en el lavabo cuando Christian entró.

—¿Qué haces? ¿Qué es esa medicación?

—He decidido dejar de tomar los anticonceptivos orales y me aplicaré estos inyectables.

Christian la miró, considerando la acción.

—Es por comodidad —explicó ella—: hasta dentro de tres meses no tendré que volver a aplicármelos y, además, tienen más efectividad, son seguros en un noventa y nueve coma nueve por ciento.

—Seguiremos usando condones de todas formas.

—No te he pedido lo contrario. Te acabo de explicar que el cambio es por comodidad, así que no te forjes otra idea en tu cabeza.

Ana ya estaba lista para partir a la cena de Nochebuena. Vestía de negro; tenía puesta una blusa de gasa transparente, que dejaba ver su ropa interior también negra, que acompañaba con una falda lápiz, larga, que se abotonaba en la cadera y dejaba una pierna al descubierto tras una gran abertura.

—¿Ya te vas? Estás hermosa.

—Christian...

Su voz se ahogó cuando el abogado apretó su boca contra la suya; la unión fue percibida por ambos tan necesaria como el respirar. El beso fue apacible y pausado, pero, cuando ella escurrió los dedos en su pelo, Christian profundizó el beso.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora