Capítulo 13 | Revelaciones.

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«Revelaciones
Manifestación de una verdad secreta u oculta.»
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Aún continuaba nerviosa. En el camino hasta Supermaresme, había contenido varias veces las ansias de ponerse a chillar como una loca, pero había logrado dominarse, envolviéndose en una coraza de aparente enojo. Había protagonizado el papelón de su vida mientras Jack y Christian meaban a su alrededor. Por fortuna, había ido con su coche, por lo que no le fue difícil escapar de allí.

Entró en la casa y, hecha un verdadero lío, fue al refrigerador para coger una botella de agua, que bebió con fruición. De inmediato un cansancio en todo su cuerpo se apoderó de ella. Estaba triste, abatida, pero entonces la furia la acometió de golpe al comprender que estaba rodeada de gente ruin. Jack también le había fallado; saber que él propició situaciones que hicieran que tuviera a Christian en peor concepto del que ya tenía la entristeció, y hasta sintió culpa por haberlo tratado tan duramente. Pero entonces, cayó sobre ella la sombra de las muchas mentiras que Christian le había dicho, y la culpa adquirió otra dimensión, tornándose en ira y resentimiento.

Cuando Ana llegó a su habitación, se despojó de la ropa y, tras mirarse en el espejo, rompió a llorar desconsoladamente. Se sentía desdichada y traicionada una y otra vez por todos. Observó su cuerpo desnudo, y odió añorar lo bien que le hacían sentir las caricias de Christian... Cuando él la tocaba, se sentía vigorosa, ardiente, atractiva. Ahora, en cambio, las sensaciones que palpaba en su piel eran muy diferentes. Su cuerpo se revelaba endeble, frío, indeseable.

No era justo sentirse atada a sus caricias, no era justo continuar deseándolo, pero su corazón parecía no entender los motivos que tenía su cerebro para rechazarlo. ¿Y si él era su única oportunidad para ser feliz? ¿Y si era el único que podía ponerlo en ese estado? ¿Acaso Christian Grey la había dañado para volver a sentir?

«No -se dijo al instante-, Christian no te ha dañado, porque antes nunca sentiste así; por el contrario, él te enseñó a sentir, él te dio tu verdadero primer orgasmo.»

Se movió de donde se encontraba, cogió el iPod para levantar las persianas y, como flotando en un arrobamiento, se quedó divisando el horizonte. La negrura de la noche la envolvía en su manto y la ayudaba a mimetizarse con ella, ya que se sentía oscura, vacía y sin vida. Nunca había odiado tanto la noche como en ese instante en que ella se sentía parte de la oscuridad que la rodeaba; una oscuridad de la que parecía no poder escapar, por mucho que lo intentara. Miró al cielo; éste se veía turbio, tormentoso, al igual que su alma. Caminó hacia la cama y se tendió en ella. Su habitación era un gran cubo de cristal; decidió que dejaría levantada la persiana; tal vez con un poco de suerte la negrura de la noche la envolvería tanto en su éter que la transportaría a otro lugar donde su alma dejara de dolerle.

Luchando con la angustia, bebiéndose sus amargas lágrimas, se quedó dormida.

[...]

Tardó en decidirse, pero no pudo renunciar a sus ansias. Desde la calle era imposible observar la habitación de Ana, ya que esa parte de la casa daba a la parte posterior, razón por la cual, y a pesar de la protesta de su saber, sin poder resistirse a sus glotonerías, entró con las llaves que le había facilitado su padre. La casa permanecía en silencio. Se dirigió con sigilo por las escaleras, puesto que conocía muy bien la casa de cuando había estado con Conchi. Él, con el fin de estudiar cada lugar, le había pedido recorrerla y ésta le había dado carta blanca para hacerlo.

Se dirigió directo a su habitación; no se oía ningún sonido detrás de la puerta, así que la abrió lentamente y, con total cautela, se internó en la estancia.

Ana dormía; su respiración era lenta, al igual que su frecuencia cardiaca. Había comenzado a llover y los relámpagos en la noche iluminaron el dormitorio, desvelando la desnudez de su gentil cuerpo. Su piel tersa y transparente brillaba en la oscuridad, provocando que la visión le secara la boca y obligándolo a tragar saliva. Un sonido en el fondo de su garganta fue imposible de detener; ver su desnudez era algo con lo que Christian no había pensado encontrarse y su cuerpo respondió al instante, bombeando sangre de forma descontrolada.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora