Capítulo 12 | No te vuelvas a cruzar en mi ruta.

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Antes de partir, había llamado a Welch desde el aeropuerto para pedirle que le averiguara los horarios de Ana en la clínica; no obstante, había subido contrariado al avión, ya que, saber que Welch continuaba sin conseguir los registros telefónicos de Leila y de Hyde había exacerbado su mal genio.

—La chica Williams es la hija de un juez, Christian; te advertí de que no sería fácil. Además, ella trabaja con él y sus llamadas están a resguardo. Dame algo más de tiempo, te lo facilitaré.

—No tengo tiempo, lo necesito con urgencia.

—Te prometo que estoy moviendo todos los hilos, pero no es tan sencillo.

Christian continuaba sin dormir; llevaba casi cuarenta y ocho horas despierto y sólo había logrado dar unas cuantas cabezadas en el avión. La ansiedad por llegar lo había mantenido en vela. Agotado, ojeroso y pasado de revoluciones, comprendió que, de no hacerlo, no sólo pondría en juego su vida, sino también la del resto de la gente, así que decidió pasar por la agencia donde Ross le había reservado un coche y avisar de que lo retiraría más adelante, ya que no estaba en condiciones de conducir.

Salió de El Prat y, de inmediato, consiguió un taxi. Al llegar al hotel, el registro de entrada realmente fue muy ágil y no tardaron en entregarle su habitación reservada. El corazón, desde que había bajado del avión, le latía estruendoso, como si para andar diera un paso más de lo que normalmente daba. Pidió personal para que le acomodaran las pertenencias mientras él intentaba comunicarse con Welch, ya que, al llegar, había preguntado en recepción y Ross aún no le había enviado nada de su parte.

—Christian, he avanzado en tu encargo; muy pronto tendré novedades.

—¿Cuánto es muy pronto, Welch?

—Unos días; lo siento, es que, no sé por qué, el registro telefónico de Jack Hyde también se ha complicado.

—Supongo que debe de estar la mano de Leila en eso. Es que, lo que necesito, demostrará un contacto entre ellos. Ve a por todas, Welch; quiero esas escuchas, ya no me conformo con los registros. Sí, necesito las escuchas —afirmó—; unta a quien haya que untar, no te preocupes por el dinero.

Cortó la conversación y se dejó caer en la cama. Mientras miraba el techo imaginando a Ana y lo que pasaría cuando lo viera, lo que pensó lo hizo estremecerse: había perdido toda la capacidad de razonar en un segundo y no podía hallar nada que decirle que no sonara idiota. Un fuerte sopor lo envolvió de pronto y no supo en qué momento se quedó dormido.

Cuando despertó, todo estaba oscuro. Constató la hora en su móvil, que encontró bajo su cuerpo, y vio que habían pasado seis horas.

—Mierda, no quería dormir tanto; es tardísimo.

Su estómago le pasó factura de inmediato y, aunque fuera tarde, necesitaba conseguir algo de comer. Encendió la lamparita de la mesilla de noche, se sentó en la cama estirando cada uno de sus músculos y percibió que dormir le había sentado muy bien, tenía los pensamientos más claros.

[...]

Ana estaba en su casa desde hacía algunas horas. Después de los besos que se había dado con Hyde, se había marchado esgrimiendo una tonta excusa que Jack aceptó sin chistar.

En la cama, aunque estaba agotada, no lograba dormirse; pensaba en lo que había pasado entre ella y el médico y a lo que había accedido, y la inseguridad ante la decisión tomada no era moco de pavo. Se sentó en la cama pugnando por desechar los pensamientos que de repente se habían colado en su mente; no quería pensar en él, no quería que Christian, otra vez, lo arruinara todo. Negó con la cabeza, empujando a la basura esas dudas; necesitaba hacerlas a un lado, necesitaba darle una oportunidad a Jack y también necesitaba darse una ella.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora