Consanguíneo
Dígase de la persona que tiene parentesco de consanguinidad con otra. Referente a hermanos, se dice de los que no lo son de doble vínculo, sino de padre solamente.
—————————————————No puedo creer que vayamos a tener un hermanito. ¿Estás bien, Christian? Si deseas hablar, sabes que puedes hacerlo conmigo.
Estaban de regreso en el apartamento y se disponían a meterse en la cama.
—Sabes que no me gusta hablar demasiado, y a veces parezco grosero por esa razón; hay muchas cosas que se removieron en mí con la noticia. No sé, me siento raro; supongo que me acostumbraré. Te pido que cambiemos de tema. ¿Te ha gustado mi regalo?
—El reloj es precioso; me encanta que lo hayas hecho personalizar con nuestras iniciales dentro del cuadrante.
—Era el regalo que tenía previsto darte en San Valentín, ahora tendré que pensar en otra cosa. No fue nada fácil conseguirlo, no lo tenía comprado. —Le plantó un beso en la boca—. Gracias por ayudarme a darme cuenta de que lo que quería hoy era estar a tu lado y no quedarme aquí en soledad, recordando el pasado.
—El reloj es realmente hermoso, valoro el esfuerzo por conseguirlo a última hora, pero lo que más valoro es que te hayas quitado tu armadura y hayas compartido esta fecha conmigo y con toda la familia. ¿Te ha gustado mi regalo?
—El mejor regalo, boletos para la Super Bowl; eres magnífica.
[...]
Pasar frente a una tienda de ropa de bebés y reparar en sus escaparates se tornó difícil y para nada placentero. Ana se sentía extraña con la noticia y, con el correr de los días, empezaba a entender por qué había reaccionado pensando como médica y no como mujer. Estaba irritable; quería entusiasmarse con el embarazo de su madre, pero no lo lograba. Sentía envidia del estado en el que se encontraba, un estado por el que ella nunca pasaría.
«Amo a Christian, lo superaré; cuando nazca ese bebé, podré darle mucho amor... lo acunaré entre mis brazos, lo amaré mucho», pensaba mientras miraba la vidriera. Se obligó a entrar y compró varias cosas, que con ayuda del dependiente cargó en su coche.
[...]
Cuando ese día Christian llegó al apartamento, lo hizo más tarde de lo normal. Trabajaba en un caso muy complicado y se había quedado preparándolo con su equipo. Al entrar en el salón, se encontró con una sillita de paseo para bebés y varias ropitas desparramadas sobre el sofá. Ana no estaba por allí.
—Buenas noches, señor. En un rato serviré la cena. Si me permite, lo ayudo con su maletín, deme también su chaqueta.
—Gracias, Gail. ¿Y Anastasia?
—Me dijo que iba a darse una ducha.
Christian subió las escaleras, entró en el dormitorio principal y se quitó los zapatos en el vestidor antes de pasar hacia el baño. No era su intención no hacer ruido, pero sus pisadas quedaron amortiguadas por la alfombra. Cuando estaba a punto de entrar, oyó que Ana hablaba; se la notaba bastante angustiada.
—Lo sé, Mía, pero me siento mal, me siento injusta con mi madre... una mala hija siente como yo lo hago. La envidio, ¿puedes creerlo?
—Ya tendrás tus bebés, amiga. Cuando os caséis, estoy segura de que no tendréis problemas en poneros a la tarea para conseguirlo.
»Creo que estás celosa, Ana.
—Sí, estoy celosa, pero no por la razón que tú crees. No puedo contártelo, y te agradezco que no me preguntes más.
Escucharla y darse cuenta de la razón de su angustia fue demoledor. Bajó intentando que ella no se enterara de que él ya había llegado, regresó al salón y, al ver toda esa ropa y objetos de bebé, supuso lo difícil que había sido para Ana comprarlos. Se internó en su despacho, donde tomó varias medidas de vodka, pero, aunque terminara borracho bebiendo alcohol, no podría huir de la realidad. Tenía ganas de pegarse un tiro en las bolas e inutilizarse para procrear; al menos, si él fuese estéril, sería una razón mucho más real a los ojos de Ana y una mucho más fácil de aceptar.
—Mierda, no tengo derecho a hacerla sufrir de esta forma.
—Hola, Christian. Me ha dicho Gail que has llegado hace un rato.
Ana había entrado en el despacho, cogiéndolo por sorpresa.
—Me avisó de que estabas dándote una ducha, así que aproveché para revisar unos archivos que tenía en mi ordenador.
Ana miró el ordenador y vio que permanecía apagado.
—¿Ya lo has hecho?
—Sí, sí.
Se puso de pie y la engatusó con un beso, que empezó suave y se transformó en uno urgente.
—Te necesito, Ana. Te amo.
—Yo también te amo. Mucho, no sabes cuánto.
—Lo sé, nena, y también sé que no te merezco.
—Eso lo decido yo, y yo sí creo que me mereces. Ven, quiero mostrarte las cosas que he comprado.
—Las he visto al entrar en casa. Quédate aquí conmigo. —La abrazó, empapándose con su olor.
—¿Qué pasa, Christian?
—Nada, sólo quiero que, si alguna vez te das cuenta de que no eres feliz a mi lado, me lo digas.
—Tú me haces feliz siempre. —Él la miró a los ojos, clavando sus iris grises en los de ella, color aguamarina—. Has estado llorando.
—No; me ha entrado champú en los ojos, por eso los tengo enrojecidos.
—¿No me mientes?
—Te juro que no. —Se apartó de él y cambió de tema con rapidez—. ¿Tienes hambre? Si ya has terminado, le digo a Gail que nos sirva la cena.
—Me faltan dos o tres cositas, pero... de acuerdo, ya voy.
Apenas se quedó solo, se dejó caer en su sillón, agarrándose la cabeza. Ana le mentía con facilidad, ocultando lo que él había escuchado muy bien. Ella escondía ante él sus deseos y su angustia, y él se sentía un hombre a medias por no poder cumplir sus sueños de ser madre.
De pronto se encontró buscando el libro que una vez Ana le había dado a leer, ese que trataba de los trastornos bipolares. Cuando tomó conciencia de lo que estaba haciendo, lo cerró con furia.
«No debes olvidar nunca lo que pasó. Si alguna vez se te ocurre hacerlo, sólo tienes que pararte frente a un espejo y desnudarte.»
Se golpeó la frente con ambas manos y mesó su cabello con desesperación.
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Peligroso Amor©
FanfictionLa ordenada vida de la doctora Anastasia Steele de pronto se desmorona y se encuentra con el corazón destrozado por haberse enamorado del hombre que no debía. El reconocido abogado Christian Grey continúa sumando éxitos en su carrera, pero aunque lo...