Estaba ansioso. Cuando llegó de casa de su padre, lo primero que hizo fue comunicarse con su investigador, ese que siempre estaba dispuesto a conseguirle lo que fuera a cambio de una muy buena paga.
—Welch.
—Christian —le contestó el hombre, con la voz grumosa por el sueño.
—Lamento despertarte, pero lo que necesito es realmente urgente.
Welch se levantó de la cama, apoyó los pies en el suelo y se refregó la cara; luego miró la hora en el reloj digital que estaba sobre su mesilla de noche. Eran casi las cinco de la mañana, pero sabía que, para Grey, no había horarios preestablecidos.
—Dime, ¿qué precisas? —El hombre se movía arrastrando los pies, mientras caminaba hacia su escritorio dispuesto a sentarse frente a su ordenador.
—Necesito los registros telefónicos de Leila Williams y los de Jack Hyde.
—Williams, ¿la hija del juez?
—Sí, y Hyde es el médico del Presbyterian, ¿lo recuerdas? Tú me conseguiste su dirección.
—Sí, lo recuerdo; me llevará algún tiempo hacerme con esto.
—Lo necesito ya, no tengo tiempo. Mueve los hilos que tengas que mover, contacta con quien tengas que contactar, pero, a más tardar, al mediodía te quiero llamando a mi despacho para decirme que lo tienes todo.
—Christian, sabes que esto es algo ilegal; no me gustaría que tuvieras problemas con el juez por su hija. ¿Estás seguro de lo que harás con esta información?
—¿Qué pasa?, ¿lo que te pago no es suficiente?
—No es eso, Christian, sólo pretendo recordarte lo que ya sé que sabes muy bien... después de tantos años trabajando contigo, no puedo dejar de hacerlo.
—No te preocupes; tú tráeme lo que te pido, no me pasará nada.
—¿Registros solamente o quieres escuchas telefónicas?
—Todo lo que puedas conseguir.
—Veré qué puedo hacer; lo intentaré, pero no sé si será tan pronto como pretendes.
—Inténtalo, Welch.
Cortó con Welch y cogió entre sus manos la nota que Ana le había enviado; se recostó contra el respaldo de su sillón y la leyó una vez más en silencio. Las palabras continuaban devastándolo, pero también le daban ímpetu para afrontar su lucha. Cogió las llaves que su padre le había entregado y jugueteó con ellas mientras cavilaba.
«No vas a librarte de mí tan fácilmente; para que te deje en paz, primero tendrás que demostrarme que ya no sientes nada por mí. Ana... a estas alturas deberías saber que no acepto tan tranquilo las derrotas; estoy acostumbrado a luchar para ganar siempre, ya sea en un tribunal o en la vida. Si supieras lo mucho que he luchado para ser lo que soy, sabrías que no te estoy mintiendo —chasqueó la lengua—; definitivamente, tú no serás la excepción.»
Apoyó el papel sobre su escritorio, las llaves de la casa de Barcelona sobre él y, al lado, dejó la nota donde su padre le había apuntado el código de la alarma y la dirección. Se puso de pie y, con determinación, subió a su dormitorio para internarse en el baño; necesitaba darse una ducha para enfrentar la jornada sin ni siquiera una hora de sueño.
Llegó al bufete muy temprano; no había nadie aún, ya que sólo a un desquiciado como a él se le ocurría llegar a esa hora. Sin embargo, necesitaba reajustar sus actividades y ver a quién le pasaba cada una de sus tareas para que lo cubrieran durante el tiempo que iba a estar ausente. Antes de salir hacia el despacho, había estado trabajando para reorganizar su agenda de la fiscalía.
Sumergido en el trabajo, no se dio cuenta de la hora que era, pero la noche en vela comenzaba a pesarle, así que se levantó para ir a por una taza de café. En el momento de abrir la puerta, Ross, que justo entraba, se pegó el susto de su vida.
—Lo siento, no quería asustarte.
—¿A qué hora has llegado?
—Muy temprano.
—Ya veo. ¿Has dormido?, porque... tienes una cara...
—Sírveme un café, por favor. —Christian no contestó su pregunta; a cambio, le entregó de malas maneras la taza y, casi gruñéndole, le indicó—: Y ven, que he estado reorganizando mi agenda; quiero ponerte al corriente de algunas cosas.
Ross regresó con el café, Christian la hizo sentarse frente a él y empezó a explicarle.
—Espera...
—¿Qué?
—¿Podrías, por una vez, dejar que todo te importe un huevo y ocuparte de tu vida?
—Es lo que estoy haciendo.
—Estás a punto de perder a la mujer de la cual te enamoraste y, aun así, no puedes dejar de controlarlo todo. Mierda, Christian, ¡levanta el culo de ese asiento ya mismo!
Ross se puso en pie y salió del despacho.
—¡Esta mujer ha enloquecido! —afirmó mientras la veía marcharse sin que ella cerrara la puerta.
Cuando su secretaria regresó, arrastraba consigo una maleta; también traía una bolsa de mano colgando en su hombro. Dichas pertenencias fueron rápidamente reconocidas por Grey.
—¿Esa maleta y esa bolsa son míos?
—Efectivamente. Toma. —Le tendió unos papeles—. Si no te apresuras, perderás el vuelo que sale a las diez hacia Barcelona. Gail te hizo la maleta y esta mañana he pasado a buscarla. Ayer, cuando te fuiste, te saqué un pasaje y, para que te quedes tranquilo, ahora cargo tu agenda; anoche me quedé con Elliot organizándola.
Elliot entró en ese preciso momento.
—¿Todavía estás aquí?
—Ya... ya me voy —le indicó balbuciendo, al tiempo que se levantaba como un resorte. Pasó al lado de Ross y se lo agradeció.
—Gracias. —Selló su gratitud con un beso y un abrazo.
—Ah, me dijo Gail que en la bolsa de mano metió unas llaves y unas notas que encontró junto a ellas en tu despacho.
—Perfecto.
Luego se acercó a su amigo y también se abrazaron.
—Gracias a ti también.
—Ve y... ¡mierda!, no se te ocurra volver sin ella.
—Haré todo lo posible. —Los miró a ambos—. Todo —afirmó—, voy a contárselo todo.
—Así se habla. Adiós.
Su amigo le apretó un hombro y él se fue poco más que disparado.
—¡Coño! —exclamó antes de partir y al tiempo que se golpeaba la frente—. Ross, estoy esperando un correo electrónico de Welch; es muy importante que me lo reenvíes a mi cuenta de correo personal y lo abriré en el hotel. ¿Tengo hotel? —preguntó desconociendo la respuesta.
—Junto al pasaje tienes toda la información de tu hospedaje; te he reservado habitación en el hotel Eurostars Grand Marina.
—Perfecto, entonces me lo envías a mi cuenta y lo abriré desde el hotel.
él fs6>
ESTÁS LEYENDO
Peligroso Amor©
FanfictionLa ordenada vida de la doctora Anastasia Steele de pronto se desmorona y se encuentra con el corazón destrozado por haberse enamorado del hombre que no debía. El reconocido abogado Christian Grey continúa sumando éxitos en su carrera, pero aunque lo...