El año no quiso despedirse con un colorido crepúsculo y una sonrosada puesta de sol. Se fue con una blanca y estruendosa tormenta. Era una de esas noches en que el dios de los vientos se lanza desatado sobre las heladas praderas y los oscuros valles, gime por los aleros como un alma errante y arroja la nieve furiosamente contra las temblorosas ventanas.
—Es exactamente la clase de noche en que a la gente le gusta meterse entre las frazadas y decir sus oraciones —dijo Ana a Jane Andrews, quien había ido a pasar la tarde con ella y se quedó a dormir. Pero cuando estuvieron abrigadas en el lecho del pequeño cuarto blanco sobre la galería, no fue precisamente en sus oraciones en lo que pensó Jane.
—Ana —dijo muy solemnemente—, quiero decirte algo, ¿me escuchas?
Ana estaba muy cansada a consecuencia de la fiesta que había dado Ruby Gillis la noche anterior. Tenía muchas más ganas de dormir que de oír las confidencias de Jane, que con toda seguridad la aburrirían. No tenía la más remota idea de lo que se avecinaba. Probablemente también Jane se había comprometido; corrían rumores de que Ruby Gillis era la novia del maestro de la escuela de Spencervale, por quien se decía que suspiraban todas las muchachas. «Pronto seré la única soltera de nuestro antiguo cuarteto», pensó Ana en su sopor, y dijo:
—Por supuesto.
—Ana —prosiguió Jane aún más solemnemente—, ¿qué piensas de mi hermano Bill?
Ana se quedó con la boca abierta ante la inesperada pregunta y forcejeó desesperadamente con sus ideas. ¡Por Dios! ¿Qué pensaba ella de Billy Andrews? Nunca había pensado nada sobre él, sobre el Billy Andrews de cara redonda y tonta con su eterna sonrisa. ¿Podría cualquiera pensar siquiera en él?
—No... no entiendo, Jane —tartamudeó—, ¿qué quieres decir... exactamente?
—¿Te gusta Billy? —preguntó Jane lisa y llanamente.
—Pero... pero... sí, por supuesto —dijo Ana, no muy segura de decir totalmente la verdad. Por cierto que Billy no le disgustaba. Pero ¿podría la indiferente tolerancia con que le aceptaba cuando acertaba a verlo ser considerada como algo más? ¿Qué estaba tratando de averiguar Jane?
—¿Te gustaría para marido? —preguntó Jane con calma.
¡Marido! Ana se había sentado en la cama para precisar mejor su opinión respecto de Billy Andrews y ante esta palabra cayó de espaldas sobre las almohadas.
—¿Marido de quién? —preguntó casi sin aliento.
—Tuyo, por supuesto —respondió su amiga—. Billy quiere casarse contigo. Siempre ha estado loco por ti y ahora que papá ha puesto a su nombre una granja, no hay nada que le impida casarse. Pero es tan vergonzoso que no se atreve a pedírtelo por sí mismo y me ha encargado a mí que lo haga. Yo no quería, pero no me ha dejado en paz hasta que le prometí hacerlo si se me presentaba la ocasión. ¿Qué opinas, Ana?
¿Era un sueño? ¿Una de esas pesadillas en las que una se ve casada o comprometida con alguien a quien aborrece o no conoce, sin tener la menor idea de cómo se llegó a ese punto? No, ella, Ana Shirley, estaba acostada, totalmente despierta en su propio lecho, y Jane Andrews se hallaba a su lado proponiéndole tranquilamente que se casara con su hermano Billy. Ana no sabía si llorar o reír, pero no podía hacer ninguna de las dos cosas por no ofender a Jane.
—Yo... yo no puedo casarme con Billy, lo sabes bien, Jane —pudo murmurar—. ¡Vaya, nunca se me ocurrió una idea semejante..., nunca!
—Supongo —condescendió Jane— que Billy siempre ha sido demasiado tímido para cortejarte. Pero puedes pensarlo bien, Ana. Billy es un buen chico. Debo decirlo aunque sea mi hermano. No tiene malas costumbres, es muy trabajador y puedes confiar en él. «Vale más pájaro en mano que ciento volando.» Me pidió que te dijera que está dispuesto a esperar hasta que termines la universidad, si insistes en estudiar, aunque él preferiría casarse esta primavera antes de comenzar la siembra. Estoy segura de que siempre será muy bueno contigo, Ana, y tú sabes que me gustarías como hermana.
—No puedo casarme con Billy —dijo Ana con decisión. Se había recobrado por completo y hasta se sentía ligeramente enfadada. ¡Era todo tan ridículo!—. Es inútil pensarlo, Jane. No siento nada por él en cuanto a eso, y tú debes decírselo así.
—Bueno, eso es lo que yo pensaba —dijo Jane con un suspiro de resignación, convencida de que había hecho todo lo posible—. Le dije a Billy que era perder el tiempo hablarte, pero insistió. Bueno, ya te has decidido y espero que no tengas que arrepentirte.
Jane habló con cierta frialdad. Sabía perfectamente que el enamorado Billy no tenía posibilidad alguna de que Ana accediera a casarse con él; sin embargo, estaba un poco resentida por el hecho de que una simple huérfana que no tenía donde caerse muerta rechazara a su hermano, uno de los Andrews de Avonlea. «Bueno, el orgullo es mal consejero», reflexionó ominosamente.
Ana se permitió sonreír en la oscuridad ante la idea de que alguna vez pudiera arrepentirse de no haberse casado con Billy Andrews.
—Espero que Billy no se apene mucho —dijo amablemente. Jane hizo un movimiento como si sacudiera la cabeza apoyada en las almohadas.
—¡Oh, no se le partirá el corazón! Billy tiene demasiado sentido común para eso. También le gusta Nettie Blewett y mamá prefiere que se case con ella antes que con ninguna otra. Es muy buena ama de casa y muy buena administradora. Estoy segura de que cuando sepa que tú lo has rechazado se quedará con Nettie. Por favor, no hables de esto a nadie, Ana.
—Claro que no —dijo Ana, que no tenia el menor deseo de pregonar que Billy Andrews la había colocado en la misma balanza que Nettie Blewett. ¡Nettie Blewett!
—Y ahora, creo que será mejor que te duermas —sugirió Jane.
Y eso hizo Jane rápida y fácilmente. Pero, aunque muy distinta a Macbeth en muchos aspectos, había contribuido a matar el sueño de Ana. Ésta estuvo despierta hasta el amanecer, mas sus meditaciones no tenían nada de románticas. Sólo a la mañana siguiente pudo ahogar todo el asunto en una buena carcajada. Cuando Jane se fue, todavía algo fría en sus maneras, porque Ana había rechazado con tanta decisión e ingratitud el alto honor de emparentarse con la casa de los Andrews, Ana regresó a su habitación, cerró la puerta y soltó la carcajada.
—¡Si pudiera comentarlo con alguien! —se dijo—. Pero no puedo; Diana es la única a quien querría decírselo; y aunque no se lo hubiera prometido a Jane no puedo confiarle nada ahora. Sé que le cuenta todo a Fred. Bueno, he recibido mi primera petición de mano. Pensaba que iba a ocurrir algún día, pero nunca imaginé que por medio de otra persona. Es divertidísimo y sin embargo hay algo en todo esto que me da pena.
Aunque no se lo confesaba, Ana sabía perfectamente qué era lo que la apenaba. Tenía sus secretos sueños con respecto a la primera ocasión en que alguien la pidiera en matrimonio. Y siempre habían sido sueños muy románticos y hermosos; y ese «alguien» era bien parecido y de ojos oscuros y muy elegante y elocuente, ya fuera el Príncipe Encantado, a quien sólo se le podía responder con un «sí» lleno de éxtasis, u otro a quien debía darse una sentida pero definitiva negativa. En el caso de este último, la respuesta era dada tan delicadamente, que él se consolaba y partía, después de besarle la mano, asegurándole su eterna e inalterable devoción. Y así quedaría como un bello episodio que recordar con orgullo y también con cierta pena.
Y ahora esta excitante experiencia se había tornado grotesca. Billy Andrews enviaba a su hermana a proponerle matrimonio porque su padre le había regalado una granja; y si Ana no lo aceptaba, lo haría Nettie Blewett. ¡Esto era lo más romántico! Ana rió... y luego suspiró. Se había estropeado la belleza de sus sueños juveniles. ¿Continuaría adelante el doloroso proceso y todo se haría así de monótono y prosaico?
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ANA LA DE LA ISLA
Teen FictionVol.3/8 En esta flamante etapa, Ana, junto a viejos y nuevos compañeros, dejará atrás los días de su infancia y descubrirá la vida en su plenitud; verá publicado su primer relato, e incluso recibirá su primera propuesta de matrimonio. Aunque no todo...