Aparece Christine

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Las chicas de «La Casa de Patty» se estaban vistiendo para la recepción que los estudiantes de segundo año daban a los de tercero, en febrero. Ana se miró en el espejo del cuarto azul con juvenil satisfacción. Tenía puesto un vestido particularmente bonito. Había sido antes un simple vestido de gasa con un viso de seda de color crema. Pero Phil había insistido en llevárserlo en las vacaciones de Navidad para bordarle capullos de rosas en la gasa. Los dedos de la muchacha eran diestros y el resultado fue un vestido que era la envidia de las chicas de Redmond. Hasta Allie Boone, cuyos vestidos llegaban de París, miraba con ojos de deseo las hermosas rosas del traje de Ana mientras bajaba la escalera principal de Redmond.
Ana estaba probando el efecto de una orquídea blanca sobre sus cabellos. Roy Gardner le había enviado orquídeas blancas para la fiesta y ella sabía que ninguna otra muchacha de Redmond podría lucirlas en esa ocasión. Phil entró en aquel momento.
—Ana, estás más hermosa que nunca. Nueve veces de cada diez puedo sobrepasarte. Pero en la décima floreces de tal forma que me eclipsas completamente. ¿Cómo te las arreglas?
—Es el vestido.
—No. La última noche que llameó tu belleza llevabas la vieja blusa de franela que te hizo la señora Lynde. Si Roy no estuviera ya loco por ti, esta noche caería. Pero no me gusta como te quedan las orquídeas, Ana. No, no son celos. Las orquídeas no te van. Son demasiado exóticas, demasiado tropicales, demasiado insolentes. De todos modos, no te las pongas en el cabello.
—Bueno, no lo haré. Admito que no me gustan las orquídeas y creo que no me sientan bien. Roy no me las envía a menudo; sabe que me gustan las flores que se pueden llevar todos los días. Las orquídeas son sólo para ocasiones especiales.
—Jonas me envió unos hermosos capullos de rosa, pero él no vendrá. ¡Dijo que tenía que dirigir unas rogativas públicas en los barrios bajos! Creo que no quería venir. Ana, tengo miedo de no importarle un comino. Y estoy tratando de decidir si me consumiré hasta morir de dolor o si terminaré los estudios, como una mujer sensata y útil.
—Tú no tienes posibilidad de ser sensata y útil, Phil, de manera que será mejor que te consumas hasta morir —dijo Ana con crueldad.
—¡Qué despiadada!
—¡Phil, tonta! Sabes bien que Jonas te quiere.
—Pero... es que no me lo dice. Y no puedo hacer que se decida. Admito que parece quererme. Pero eso de hablarme con los ojos no es razón suficiente para ponerse a preparar el ajuar. No quiero empezar tales tareas hasta estar comprometida. Sería tentar al destino.
—El señor Blake tiene miedo de pedirte que te cases con él, Phil. Es pobre y no puede ofrecerte una casa como la que siempre has tenido. Bien sabes que ésa es la única razón por la cual no te ha hablado ya.
—Supongo que es así —asintió Phil, tristemente—. Bueno —agregó, con tono más alegre—, si él no me lo pide se lo pediré yo, de modo que todo saldrá bien. No hay por qué preocuparse. A propósito, a Gilbert Blythe se le suele ver con Christine Stuart. ¿Lo sabías?
Ana estaba tratando de prenderse una cadenita al cuello y encontró de pronto que el cierre era difícil de manejar. ¿Era el mecanismo o eran sus dedos?
—No —dijo—. ¿Quién es Christine Stuart?
—La hermana de Ronald Stuart. Está en Kingsport estudiando música. No la he visto, pero dicen que es muy bonita y que Gilbert está bastante chiflado por ella. Me enfadé cuando le diste calabazas a Gilbert, Ana. Pero Roy Gardner fue hecho de encargo para ti. Ahora puedo verlo. Tenías razón, después de todo.
Ana no se ruborizó, como le sucedía siempre que daban por segura su boda con Roy Gardner. De improviso se sintió ofuscada. La conversación con Phil le pareció trivial y la recepción un aburrimiento. Dio un tirón de orejas al pobre Rusty.
—¡Sal de ese cojín, estúpido gato! ¿Por qué no te quedas en tu lugar?
Cogió sus orquídeas y bajó al salón, donde la tía Jamesina cuidaba los abrigos puestos a templar frente al fuego. Roy Gardner esperaba a Ana jugando con Sarah. Ésta no lo recibía con agrado y le daba siempre la espalda cuando llegaba. Pero el resto de habitantes de «La Casa de Patty» lo querían. La tía, conquistada por su infalible y deferente cortesía y por los tonos de su deliciosa voz, declaró que era el mejor joven que conociera y que Ana era muy afortunada. La forma en que Roy cortejaba a Ana era tan romántica como pudiera desear cualquier corazón femenino, pero... en el fondo deseaba que la tía Jamesina y las chicas no consideraran las cosas como definitivas. Cuando Roy le murmuró al oído un poético cumplido mientras la ayudaba a ponerse el abrigo, no se ruborizó ni se estremeció, como de costumbre, y él la encontró algo callada en la corta caminata que hicieron hasta Redmond. Roy pensó que parecía algo pálida cuando regresó de retocarse, pero en cuanto entró en el salón de baile los colores y la risa retornaron de pronto. Se volvió hacia Roy con su más alegre expresión. Él le devolvió la sonrisa, aquella sonrisa «profunda y aterciopelada», como decía Phil. Y sin embargo, no era a Roy a quien ella veía. Tenía absoluta conciencia de que Gilbert estaba de pie, al otro lado de la habitación, hablando con una chica que debía de ser Christine Stuart.
Christine era muy guapa, con un tipo majestuoso, destinada a volverse algo corpulenta cuando llegase a la plena madurez. Era alta, con grandes ojos azul oscuro, rasgos marfileños y suaves cabellos negros.
—Tiene toda la apariencia que yo he deseado para mí —se dijo Ana, sintiéndose la criatura más miserable de la tierra—.
Piel de pétalo de rosa, ojos como estrellas, cabellos de color de ala de cuervo... sí, lo tiene todo. ¡Merecería llamarse Cordelia Fitzgerald! Pero no creo que su figura sea tan bonita como la mía; y su nariz es muy inferior.
Esta conclusión consoló un poquito a la pobre Ana.

ANA LA  DE LA ISLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora