Durante las primeras semanas que siguieron a su regreso a «Tejas Verdes», Ana tuvo la sensación de que su vida llegaba a un anticlímax. Echaba de menos la alegre camaradería de «La Casa de Patty». Durante el invierno anterior había acunado hermosos sueños, que ahora yacían rotos a su alrededor. En su disgusto actual, no podía lanzarse inmediatamente a soñar. Y entonces descubrió que si no hay nada mejor que la soledad con sueños, nada peor existe que la soledad sin ellos.
No había vuelto a ver a Roy desde la dolorosa separación en el pabellón del parque, pero Dorothy vino a verla antes de que dejara Kingsport.
—Me apena de veras que no te cases con Roy —le dijo—. Te quería por hermana. Pero tienes razón: él te aburriría terriblemente. Lo quiero y es un muchacho adorable, pero, en verdad, no es nada interesante. Aunque no lo parece, así es.
—Esto no echará a perder nuestra amistad, ¿no, Dorothy? —preguntó Ana, ansiosa.
—Desde luego que no. Eres demasiado buena para perderte. Ya que no como hermana, te seguiré teniendo como amiga. Y no te aflijas por Roy. En estos momentos se siente muy triste; tengo que oír sus quejas todos los días. Pero ya se curará. Le pasa siempre.
—Oh, ¿siempre? —dijo Ana, con un ligero cambio en su voz—. ¿Ya se ha repuesto otras veces?
—Sí, querida —dijo Dorothy con franqueza—. Dos veces ya. Y se quejaba igual. No lo rechazaron; sólo anunciaron el compromiso con otro chico. Claro que cuando te conoció, me juró que nunca había estado enamorado hasta ahora; que sus amoríos anteriores no habían sido más que fantasías de adolescente. Pero no creo que debas preocuparte.
Ana decidió seguir el consejo. Sentía una mezcla de alivio y resentimiento. Roy le había dicho que era la única a quien jamás había amado. No cabía duda de que así lo creía. Pero era un consuelo saber que no había destrozado su vida. Había muchas otras diosas a quienes podría adorar. Sin embargo, la vida había sido despojada de más ilusiones y a Ana estaba comenzando a parecerle demasiado desnuda.
La tarde de su regreso, bajó de su cuarto con cara triste.
—¿Qué le ha ocurrido a la vieja Reina de la Nieves, Marilla?
—¡Oh!, ya sabía que te pondrías triste por eso —repuso ésta—. Yo también lo sentí. Ese árbol estaba allí desde que yo era joven. Lo partió la gran tormenta que sopló en marzo. Estaba carcomido.
—Lo echo mucho de menos —se quejaba la muchacha—. Mi cuarto no parece el mismo sin él. No podré volver a mirar por la ventana sin sentir que me falta algo. Nunca llegué a «Tejas Verdes» sin que Diana entuviese aquí para recibirme.
—Diana tiene algo más importante en que pensar en estos momentos —dijo la señora Lynde.
—Bueno, contadme las novedades de Avonlea —pidió Ana, sentándose en los escalones de la galería, donde el sol de la tarde cubrió de oro sus cabellos.
—No hay otras novedades que las que ya te escribí —dijo la señora Lynde—. Supongo que no sabías que Simón Fletcher se rompió una pierna la semana pasada. Es una gran cosa para su familia. Están haciendo todo aquello que no podían hacer mientras él estaba sano y se metía en todas partes.
—Viene de una familia escandalosa —comentó Marilla.
—¡Escandalosa! Ya lo creo. Su madre solía ponerse de pie en las reuniones de la iglesia, proclamaba a gritos los defectos de sus hijos y pedía que rezaran por ellos. Desde luego que esto los ponía furiosos y peores que nunca.
—No le has contado a Ana las novedades sobre Jane.
—Hum... Jane —gruñó la señora Lynde—. Bueno —condescendió—: Jane Andrews regresó del oeste la semana pasada; va a casarse con un millonario de Winnipeg. Puedes estar segura de que la señora Harmon no perdió tiempo en contárselo a todos.
—Querida Jane, estoy tan contenta —dijo Ana de corazón—. Se merece lo mejor de la vida.
—Oh, yo nada digo contra ella. Es una chica bastante buena. Pero no es de la clase de los millonarios y verás que ese hombre lo único que tiene es dinero, eso es. La señora Harmon dice que es un inglés que ha hecho fortuna en las minas, pero yo creo que resultará un yanqui. Debe de tener mucho dinero, pues ha cubierto de joyas a Jane. Su anillo de compromiso tiene un diamante tan grande, que parece un emplasto en el gordo dedo de Jane.
La señora Lynde no podía evitar un poco de amargura en su voz. Allí estaba Jane Andrews, esa simple maestra, prometida a un millonario; mientras que Ana no había recibido proposiciones de nadie, rico ni pobre, o por lo menos, así lo parecía. Y la señora Harmon Andrews se vanagloriaba insufriblemente.
—¿Cómo se ha portado Gilbert Blythe en la universidad? —preguntó Marilla—. Lo vi cuando regresó la semana pasada y está tan pálido y delgado que apenas pude reconocerle.
—Estudió mucho el invierno pasado. Ya saben que sacó las mejores notas en clásicos y además ganó el premio Cooper. ¡Nadie lo había ganado desde hacía cinco años! De modo que está un poco fatigado. Todos lo estamos, en realidad.
—De todas maneras, tú eres licenciada y Jane no lo es ni lo será nunca —dijo la señora Lynde, henchida de satisfacción.
Poco días después, Ana fue a ver a Jane, pero ésta estaba en Charlottetown «encargando ropa», según informó la señora Harmon orgullosamente. «Ya que una modista de Avonlea no sería suficiente para Jane, dadas las circunstancias.» —He oído decir que le va muy bien.
—Sí, le ha ido bastante bien, aunque no sea licenciada —dijo la señora Harmon, sacudiendo un poco la cabeza—. El señor Inglis tiene millones y se van a Europa en viaje de bodas. Cuando regresen, vivirán en una mansión de mármol en Winnipeg. Jane sólo tiene una preocupación: puede cocinar magníficamente y su marido no la deja. Es tan rico, que tiene cocinera. Tendrán dos criadas, un cochero y un mayordomo, además de la cocinera. Pero, hablemos de ti, Ana. No he oído nada sobre si te casabas al terminar tus estudios.
—Oh, no. Yo seré una solterona. No puedo encontrar nadie que me guste.
Esto estaba dicho con toda intención. Quería deliberadamente recordar a la señora Harmon que si se quedaba solterona no era porque le hubiesen faltado oportunidades para casarse. Pero la señora Harmon tomó pronta venganza.
—He notado que las chicas demasiado independientes generalmente quedan solteras. ¿Y qué es eso que dicen sobre el compromiso de Gilbert con una tal señorita Stuart? Charlie Sloane me dijo que es muy guapa; ¿es verdad?
—No sé si está comprometido con la señorita Stuart —respondió Ana con espartana entereza—, pero es verdad que ella es muy guapa.
—Antes pensaba que Gilbert y tú llegaríais a algo. Si no te preocupas, Ana, todos tus pretendientes se te escurrirán de entre los dedos.
Ana decidió no continuar su duelo con la señora Harmon. No se puede practicar esgrima con un adversario que opone un hacha al florete.
—Ya que Jane no está —dijo, poniéndose en pie— no puedo quedarme más esta mañana. Volveré cuando ella regrese.
—Hazlo —dijo la señora Harmon efusivamente—. Jane no ha cambiado. Piensa seguir frecuentando a sus antiguas amigas. Estará realmente contenta de verte.
El millonario de Jane llegó a finales de mayo y se la llevó entre relámpagos de esplendor. La señora Lynde se llevó un alegrón al ver que el señor Inglis era cuarentón, bajo, delgado y con cabellos grises. Y no escatimó detallar todos sus defectos.
—Hará falta todo su oro para tragarse esa pildora, eso es —sentenció solemnemente la señora Rachel.
—Parece tener buen corazón —opinó Ana lealmente— y estoy segura de que quiere muchísimo a Jane.
—Hum... —fue la respuesta.
Phil Gordon se casó la semana siguiente y Ana fue a Bolingbroke a ser dama de honor. Phil parecía un hada y el reverendo Jo estaba tan radiante de felicidad, que a nadie le pareció un hombre vulgar.
—Iremos a la tierra de Evangelina en luna de miel —informó Phil— y luego viviremos en la calle Patterson. Mamá cree que es algo terrible; piensa que Jo podría por lo menos construir su iglesia en un lugar más decente. Pero la fealdad de los cubiles de la calle Patterson florecerá para mí como una rosa si estoy con Jo. ¡Oh, Ana, soy tan feliz que me duele el corazón!
Ana estaba siempre contenta ante la felicidad de sus amigas; pero es a veces amargo estar siempre rodeada de dicha que no es la propia. Y cuando regresó a Avonlea, era Diana la que estaba rodeada de la gloria que circunda a una mujer cuando tiene junto a sí a su primogénito. Ana contempló a la joven madre con una reverencia que nunca entrara en sus sentimientos hacia Diana. ¿Podía esta pálida mujer con ojos arrobados ser la misma Diana de rosadas mejillas y rizos negros con quien había jugado en los días de infancia? Aquello le daba la desolada sensación de pertenecer solamente al pasado y no tener nada que hacer en el presente.
—¿No es guapísimo? —dijo la orgullosa mamá.
El rollizo individuo era increíblemente parecido a Fred: igual de gordo y no menos rojizo. Ana no podía decir honestamente que era guapo, pero pensaba de veras que era una cosita deliciosa.
—Antes de que viniera, deseaba una niña, para poderla llamar Ana —dijo Diana—. Pero ahora que el pequeño Fred está aquí, no lo cambiaría por un millón de niñas. No podía haber sido distinto de como es.
—Cada niño es el más dulce y el mejor —comentó la señora Alian—. De haber sido la pequeña Ana quien hubiese venido, pensarías exactamente igual.
La señora Alian visitaba Avonlea por vez primera desde su partida. Estaba tan alegre y simpática como siempre. Sus viejas amigas le habían dado una calurosa bienvenida. La esposa del actual pastor era una buena mujer, pero no precisamente un alma gemela.
—Apenas si puedo esperar a que tenga edad suficiente para hablar —suspiró Diana—. Ansio oírle decir «mamá». Y estoy decidida a que su primer recuerdo de mí sea agradable. El pri mer recuerdo que tengo de mamá es que me estaba azotando por haber hecho algo que no debía. Seguramente lo merecí, pues mamá fue siempre muy buena y yo la quiero con todo mi corazón. Pero me hubiera gustado tener un primer recuerdo suyo más agradable.
—Yo tengo un solo recuerdo de mi madre y es el más dulce de todos mis recuerdos — comenzó la señora Alian—. Yo tenía cinco años y un día se me permitió ir al colegio sola con mis dos hermanas mayores. A la salida, mis hermanas regresaron por separado, creyendo cada una que yo estaba con la otra. En cambio, salí corriendo con una niña con quien jugaba durante el recreo. Fuimos hasta su casa, que estaba cerca de la escuela, y nos pusimos a jugar con barro. Estábamos en lo mejor, cuando llegó la mayor de mis hermanas, enfadada y sin aliento. «¡Niña mal criada! —gritó tomándome de la mano y arrastrándome con ella—. Ven a casa inmediatamente. ¡Ya verás la que te espera! Mamá está enfadadísima. Te dará una buena paliza.» Nunca me habían azotado y mi corazón se llenó de terror. Jamás me sentí peor en mi vida que mientras regresaba a casa. No había tenido intención de portarme mal. Phemy Cameron me pidió que la acompañara a su casa y yo no sabía que eso estaba mal hecho, e iban a azotarme por ello. En cuanto llegamos a casa, mi hermana me arrastró dentro de la cocina, donde estaba mi madre sentada junto al fuego, a la luz del atardecer. Mis piernas temblaban tanto que no podía casi tenerme en pie. Y mamá... mamá me tomó entre sus brazos, sin una sola palabra de reproche, me besó y me apretó junto a su corazón. «Temía tanto que te hubieras perdido, querida», me dijo tiernamente. Pude ver el amor brillando en sus ojos. Nunca me reprendió ni me reprochó lo que había hecho; sólo me dijo que no volviera a irme sin su permiso. Murió poco después. Ése es el único recuerdo que de ella tengo. ¿No es hermoso?
Ana se sentía más sola que nunca cuando regresaba a casa por el Camino de los Abedules y Willowmere. Hacía mucho que no recorría aquel camino. Era una noche resplandeciente. El aire estaba lleno de la fragancia de los capullos; quizá demasiado. Los sentidos saciados lo rechazaban como a una copa colmada.
Los abedules de la senda se habían trocado en grandes árboles. Todo había cambiado. Ana tuvo la sensación de que estaría contenta cuando hubiese pasado el verano y reasumiera su labor, lejos de allí. Quizá la vida no le pareciera entonces tan vacía.
He probado el mundo;
ya no viste el color de romance que vestía, suspiró Ana y de inmediato se sintió reconfortada por la idea de un mundo sin idilios.
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ANA LA DE LA ISLA
Teen FictionVol.3/8 En esta flamante etapa, Ana, junto a viejos y nuevos compañeros, dejará atrás los días de su infancia y descubrirá la vida en su plenitud; verá publicado su primer relato, e incluso recibirá su primera propuesta de matrimonio. Aunque no todo...